Miranda Hayes

Capitulo 1

Los focos la cegaban, los directores gritaban… y Miranda sonreía, como siempre.

El set de grabación era un caos organizado. Camarógrafos moviéndose de un lado a otro, maquilladores retocando con precisión quirúrgica, asistentes susurrando instrucciones en auriculares. A pesar del desorden, Miranda Hayes se mantenía serena en su marca, esperando la señal para empezar.

—¡Acción! —gritó el director.

Y ahí estaba ella. La actriz. La estrella. La chica que la cámara adoraba.

Dio su mejor sonrisa mientras sostenía un producto de belleza en sus manos y recitaba el guion con naturalidad. Era su trabajo. Y lo hacía bien.

Cuando la toma finalizó, se permitió relajar los hombros. Otro comercial más en su carrera. Otro día pretendiendo ser una versión perfecta de sí misma. Se bajó del set y agradeció a los maquilladores y al equipo técnico con su amabilidad habitual.

—Gran trabajo, Miranda —dijo una de las asistentes de producción.
—Gracias, ustedes hacen que todo se vea increíble —respondió ella con una sonrisa genuina.

Pero no todo el mundo en el set era agradable.

—Cada día más hermosa —dijo una voz grave detrás de ella.

Miranda no tuvo que girarse para saber quién era. Lenny Bishop. El productor. Un hombre con poder en la industria, y que lo usaba de la peor manera.

—Ese vestido te queda increíble. Te hace ver… madura.

La incomodidad se le clavó en la piel como una aguja fría. Sonrió por cortesía, pero dio un paso atrás, poniendo espacio entre ambos.

—Gracias, Lenny —respondió con neutralidad.

—No seas tímida, solo digo la verdad. A veces deberías dejar que te vean más… suelta.

Miranda sintió una punzada de repulsión. Sabía exactamente a qué se refería. A lo largo de su carrera, había aprendido a lidiar con este tipo de hombres. Sonrió sin comprometerse y encontró la excusa perfecta para alejarse.

—Tengo que irme, ha sido un día largo. Nos vemos en la próxima grabación.

No le dio tiempo de responder. Se giró y caminó directo a su camerino, donde se cambió rápido y recogió sus cosas. Quería irse cuanto antes.

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La ciudad de Los Ángeles nunca dormía. Las luces de neón, los carteles gigantes, el tráfico incesante. Pero dentro de su auto, Miranda estaba aislada del bullicio, envuelta en el suave sonido de la música de fondo.

Aceleró por Sunset Boulevard, dejando atrás los estudios de grabación. Tenía una casa hermosa, grande… demasiado grande para una persona sola.

Miranda suspiró. Estaba cansada, no solo del trabajo, sino de esa sensación de vacío que la acompañaba últimamente. Había tenido romances, pero ninguno llegó a ser lo que esperaba. Todos parecían desmoronarse antes de convertirse en algo real.

A sus 23 años, había logrado más que muchas personas en toda su vida. Pero en lo personal… no tenía a nadie esperándola al final del día.

A veces, se preguntaba si eso cambiaría.

El semáforo cambió a verde y retomó su camino. No tardó en llegar a su vecindario privado, con seguridad en la entrada y calles impecables. A pesar de la exclusividad del lugar, nunca se había sentido completamente segura.

Estacionó, apagó el motor y bajó del auto con su bolso al hombro. Subió los escalones de la entrada y buscó sus llaves. Todo estaba normal.

O eso pensó.

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El sonido de sus tacones resonó en el suelo de mármol al entrar. La casa estaba en calma, pero algo no encajaba.

Al pasar por la sala, sintió una brisa ligera. Se detuvo. Giró la cabeza lentamente.

La puerta corrediza que daba al patio estaba ligeramente abierta.

Frunció el ceño. ¿La había dejado así?

Se acercó con cautela. El aire nocturno se filtraba, moviendo apenas las cortinas. Tocó la manija y la cerró con suavidad. Tal vez la había dejado mal cerrada. O tal vez su cansancio le estaba jugando una mala pasada.

Sacudió la cabeza y suspiró. No tenía energías para paranoias.

Se dejó caer en el sofá y miró el techo. La casa era demasiado silenciosa.

Tal vez, si tuviera a alguien… alguien que la esperara al final del día, no se sentiría así.

Suspiró y tomó su teléfono. Ningún mensaje nuevo.

Se levantó y fue a la cocina por un vaso de agua. Cuando regresó a la sala, echó un último vistazo a la puerta corrediza, ahora cerrada.

Y entonces, por un segundo, una idea le heló la sangre.

¿Y si no fui yo quien la dejó abierta?

Sacudió su cabeza tratando de mover esa idea de su mente y subió las escaleras para dormir.

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La luz tenue de una lámpara apenas iluminaba las paredes cubiertas de fotografías. Decenas, tal vez cientos de imágenes de Miranda Hayes decoraban el espacio con un orden caótico. Algunas eran tomas de sus películas, otras parecían haber sido captadas desde la distancia, sin que ella lo supiera.

Una mano se deslizó por la superficie de una de las fotos. El rostro de Miranda, sonriendo en una alfombra roja.

Los dedos rozaron el papel con una devoción perturbadora.

—Tan hermosa... —murmuró una voz rasposa.

La otra mano sostenía un bolígrafo y garabateó algo en un cuaderno ya lleno de frases obsesivas.

"Pronto. Muy pronto. Nadie nos separará."

Cerró el diario y levantó la vista hacia un maniquí que tenía una peluca negra y un vestido similar al que Miranda había usado en un evento reciente.

El sonido de la respiración en la habitación era pesado, entrecortado.

El hombre se levantó lentamente y apagó la lámpara.

En la oscuridad, solo quedó el eco de un susurro.

—Mi amor, espera por mí.




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