Miranda Hayes: No Estoy Sola

Capitulo 3

Los tacones de Miranda Hayes resonaban con un ritmo constante sobre las aceras de la ciudad. Su silueta elegante, vestida con una combinación perfecta de estilo y naturalidad, llamaba la atención sin siquiera intentarlo. La brisa agitaba suavemente su cabello mientras caminaba de regreso a casa, perdida en pensamientos sobre su encuentro con Ryan.

Por primera vez en mucho tiempo, sentía que su amigo tenía una oportunidad real de cambiar su vida. Tal vez ya no se perdería en la neblina de las fiestas. Tal vez...

Un sonido cortó sus pensamientos.

Luces rojas y azules destellaron en la calle. El chillido de una sirena perforó el ambiente.

Una patrulla se estacionó justo frente a ella.

Miranda se detuvo en seco, su corazón latiendo con fuerza. A través del altavoz, una voz firme resonó con autoridad:

—Señorita, no se mueva. Repito: no se mueva.

Confusión. Su mente trabajó rápido, tratando de descifrar qué demonios estaba pasando. Frunció el ceño, entrecerrando los ojos para ver quién estaba al volante, pero el reflejo del sol en el parabrisas hacía imposible distinguir nada.

La puerta de la patrulla se abrió.

Un par de botas negras tocaron el pavimento con calma y seguridad. Luego, un uniforme azul, un cinturón ajustado con precisión, y finalmente, un rostro familiar.

Miranda dejó escapar el aliento que no sabía que estaba conteniendo.

Ethan Parker.

El pánico irracional que había sentido segundos atrás se desvaneció al instante, reemplazado por un suspiro de alivio. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

Ethan caminó hacia ella con paso relajado, pero con esa presencia inconfundible de alguien que llevaba la autoridad con naturalidad. A su alrededor, la ciudad seguía en movimiento: autos pasando, peatones distraídos, pero en ese momento, para ellos dos, todo pareció ralentizarse.

—Vaya susto me diste, Ethan —dijo Miranda con una sonrisa—. Pensé que estaba metida en algún problema.

—No te preocupes —respondió él con media sonrisa—. Dudo que alguna vez te metas en problemas criminales.

Miranda le dio un pequeño golpe juguetón en el hombro.

—¿Qué haces aquí?

Ethan alzó una ceja.

—Lo mismo te pregunto. ¿Por qué estás caminando? Pensé que las estrellas de cine no tocaban el pavimento como el resto de los mortales.

Ella soltó una risa melodiosa, moviendo su cabello hacia un lado con un gesto natural.

—Decidí caminar un poco. Vengo de tomar un café con Ryan —dijo con ligereza.

Ethan tosió suavemente. No tenía nada contra Ryan, eran amigos… pero no pudo evitar sentir un leve pinchazo de celos. Aun así, se obligó a mantener la compostura.

—Vaya, me alegra oír eso —dijo con tono casual—. Justo pasé por tu casa, pero nadie abrió. Supuse que no estabas… y, bueno, aquí estabas.

Miranda arqueó una ceja con interés.

—¿Pasaste por casa? —preguntó con una leve sonrisa—. Pensé que estarías muy ocupado en tu oficina de la comisaría.

Ethan se encogió de hombros, disimulando lo mucho que disfrutaba esa conversación.

—No estoy tan ocupado —admitió con una sonrisa confiada—. Surgió un caso cerca de aquí y… qué mejor oportunidad para visitar a una gran persona como tú.

Miranda sonrió con ternura. Para ella, sus amigos eran una parte esencial de su vida, y Ethan no era la excepción. Había algo en él que la hacía sentir segura, tranquila.

Ethan, siempre queriendo ser caballero, se ajustó el cinturón y la miró con gentileza.

—¿Quieres que te acerque a casa?

Miranda rió suavemente.

—Te lo agradezco, Ethan, pero prefiero caminar. Si quisiera transporte, habría sacado mi auto —respondió con amabilidad—. Además, debes estar ocupado.

Ethan asintió, entendiendo a la perfección y sin insistir.

—De acuerdo, Miranda —dijo, inclinándose levemente contra la patrulla—. Si en cualquier momento me necesitas, ya sabes mi número.

Dio un par de palmadas en el capó del vehículo. Miranda lo observó y le dedicó una sonrisa genuina.

—De acuerdo. Te llamaré en cualquier caso.

Ethan sostuvo su mirada por un segundo más antes de girar y subir a la patrulla. Desde el retrovisor, la vio alejarse, su silueta fundiéndose con el ritmo de la ciudad.

Sonrió para sí mismo.

—Siempre tan positiva y sonriendo… —murmuró.

No era solo su belleza, no era solo la luz que irradiaba con su presencia. Miranda tenía algo más. Algo que lo había cautivado mucho antes de darse cuenta.

Ethan inspiró hondo, dejando atrás sus pensamientos.

Giró la llave, el motor rugió, y con un subidón de ánimo tras su charla con ella, aceleró hacia su próximo destino.

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El vecindario estaba en calma. No había ruido de tráfico, ni voces alteradas, solo la suave brisa sacudiendo los árboles y el canto lejano de un pájaro solitario.

Miranda caminaba con paso ligero hacia su casa, su bolso colgando de su brazo con naturalidad. Aquel había sido una mañana tranquila, sin la agitación de otros. Mientras avanzaba por la vereda impecable, sus tacones resonaban sutilmente contra el concreto.

El césped al frente de su casa brillaba con un verde vibrante, reflejando los rayos dorados del sol. Todo parecía en orden, sereno. Seguro.

Su mente divagaba entre los planes que tenía para el resto del día, llena de oportunidades y cosas por hacer. Siempre veía el lado positivo de todo. Siempre con una sonrisa.

Pero entonces, algo la hizo detenerse.

Su cuerpo se quedó inmóvil a solo unos pasos de la puerta, su mirada fija en el suelo.

Frunció ligeramente el ceño y ladeó la cabeza, como si su mente tardara un segundo en procesar lo que veía.

Un ramo de flores.

Violetas.

Envuelto cuidadosamente en un papel blanco, colocado con precisión frente a su puerta, como si alguien hubiera querido que fuera lo primero que viera al llegar.

Miranda se inclinó ligeramente y lo tomó con delicadeza entre sus manos. El aroma dulce y fresco de las flores la envolvió, y por un instante, una sonrisa suave apareció en su rostro.




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