El ambiente del restaurante era impecable.
Luces cálidas iluminaban cada rincón con un resplandor dorado. Hombres de trajes elegantes y mujeres con vestidos relucientes conversaban en un murmullo refinado, mientras la música suave flotaba en el aire, mezclándose con el aroma de vinos caros y platillos exquisitos.
Miranda Hayes no desentonaba en absoluto.
Vestida con una elegancia natural, sus aros brillaban bajo la tenue iluminación, y su maquillaje, aunque sutil, realzaba su belleza con la precisión de quien sabe que no necesita demasiado para resaltar.
Frente a ella, Lenny Bishop esbozó una sonrisa calculada mientras sacaba la silla para que ella se sentara. Un gesto de caballerosidad cuidadosamente ensayado. Miranda, con la espalda recta y una postura impecable, tomó asiento sin perder su expresión neutral.
Lenny se acomodó frente a ella, fingiendo tranquilidad, pero Miranda notó el ligero carraspeo en su garganta antes de servirse una copa de vino.
—Me alegra que hayas aceptado venir —dijo finalmente, inclinando su copa en su dirección antes de llenar otra para ella.
Miranda tomó la copa con cortesía, pero apenas humedeció sus labios con el líquido. No era una gran amante del vino, y menos en situaciones donde la compañía requería precaución.
—El gusto es mío —respondió con su amabilidad habitual.
El mesero llegó en ese momento, colocando con precisión dos platos humeantes frente a ellos. Miranda le dedicó una leve sonrisa de agradecimiento antes de volver su atención a Lenny.
—Esto se ve increíble —comentó él, girando el tenedor entre los dedos con una expresión satisfecha.
Miranda no respondió de inmediato.
Sabía que él estaba demorando la conversación principal.
No le sorprendía.
—Entonces… —dijo finalmente, rozando la comida con el tenedor—, ¿de qué trata el proyecto que querías discutir?
Lenny dejó su cubierto sobre el plato y la miró con una sonrisa confiada.
—Trabajar contigo siempre es un placer, Miranda. Eres una profesional increíble —hizo una pausa teatral antes de continuar—. Me gustaría verte en un nuevo papel en una serie.
Miranda asintió con cortesía.
—Gracias, Lenny. Tú también eres un gran productor —dijo con formalidad—. Por supuesto, dime los detalles y requisitos cuando los tengas.
Él agitó la mano en el aire, como si aquello fuera lo menos importante.
—No te preocupes por eso ahora. Te enviaré todo cuando esté listo. Solo quería asegurarme de que no estuvieras demasiado ocupada con otros proyectos.
Miranda sonrió de manera educada.
—Para nada.
Pero la cena siguió, y con ella, los comentarios incómodos.
Lenny, como siempre, deslizaba insinuaciones disfrazadas entre las palabras. No era la primera vez. Pero esta vez, había logrado su cometido: conseguir que Miranda aceptara la invitación.
Y ahora ella lo sabía con certeza.
No se trataba del proyecto.
Se trataba de ella.
—Sabes, Miranda… —dijo Lenny, apoyando un codo sobre la mesa y bajando ligeramente el tono de su voz—. Sin que te sientas incómoda, pero… pareces estar un poco sola. ¿O solo soy yo?
Miranda sintió el peso de la pregunta en el aire.
No era un comentario al azar. Era una prueba, un intento de tantear el terreno.
Mantuvo su expresión firme.
—Así estoy bien —respondió, al grano.
Lenny ladeó la cabeza, como si analizara cada matiz en su respuesta.
—¿Segura?
El aire se tensó levemente.
La verdad era que Miranda sí quería a alguien en su vida.
Pero no era algo que compartiría con Lenny. No le tenía confianza. No le agradaba lo suficiente.
Apretó levemente la mandíbula y, en lugar de responder, cambió el tema con sutileza.
—Por cierto… ¿sabes algo sobre un ramo de flores?
Lenny, que en ese momento estaba masticando, se detuvo un instante y alzó una ceja, como si tratara de comprender la pregunta.
—¿Un ramo de flores? —repitió—. ¿A qué te refieres, nena?
Miranda lo estudió en silencio.
No respondió enseguida.
Solo lo observó, como si lo estuviera evaluando, intentando descifrarlo.
Lenny, siempre rápido para aprovechar oportunidades, pareció captar su intención.
—Oh… ya entiendo —dijo finalmente, con una mueca de sorpresa fingida—. Así que te refieres a eso.
Miranda apartó el plato y lo miró fijamente.
—Entonces, fuiste tú —afirmó, sorprendida.
Lenny la sostuvo la mirada con una leve indiferencia, como si aquello fuera un juego para él.
—Tal vez —respondió con calma.
—¿Tal vez? —repitió Miranda, cada vez más incómoda.
Lenny dejó el tenedor sobre el plato con elegancia.
—Claro, soy un hombre detallista y elegante. ¿Te gustaron?
Miranda frunció levemente el ceño.
Había algo en su tono.
Algo que no le gustó.
Se limpió los labios con la servilleta y, sin perder su postura educada, dejó su parte del pago sobre la mesa.
—Gracias por la invitación, Lenny, pero tengo que irme.
Él levantó una mano en un gesto de calma.
—Vamos, quédate un poco más. Apenas estábamos entrando en confianza.
—De verdad, tengo prisa —dijo ella, sin titubeos.
Se puso de pie, tomó su bolso y, con una sonrisa forzada, le dedicó una última mirada antes de girar sobre sus talones y salir del restaurante.
Lenny se quedó en su asiento, observando cómo se alejaba.
Con tranquilidad, se sirvió un poco más de vino y lo giró en su copa antes de beberlo lentamente.
—Querida Miranda… ¿qué pasa contigo? —murmuró para sí mismo.
Terminó su copa y se puso de pie.
A su alrededor, el restaurante seguía con su misma vibra elegante de siempre, como si nada hubiera pasado.
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La noche se extendía sobre Los Ángeles como un manto oscuro y silencioso.
El aire estaba fresco, pero con ese tipo de brisa que eriza la piel, que se cuela entre los árboles y hace susurrar las hojas con un murmullo inquietante. La ciudad seguía despierta en la distancia, iluminada por las luces y el resplandor pálido de la luna.