Miranda Hayes: No Estoy Sola

Prólogo

Sirenas. Un rugido metálico que corta la noche.

Miranda respira rápido, los ojos abiertos de par en par. Está en el suelo, los brazos arañando el césped empapado. A su lado, el recipiente caído, el olor a gasolina mezclándose con el frío.

—No tengas miedo, mi amor…—susurra el hombre.

Está frente a ella, la mirada vacía, las manos temblorosas. La pistola brilla en su mano derecha. En la izquierda, el encendedor.

El tiempo se estira. Cada segundo una eternidad.

—Estás aún más hermosa de cerca… —murmura el tipo, su voz apenas un hilo. Un hilo a punto de romperse.

Sirenas. Más cerca. Más fuertes.

Ethan corre. Los nudillos blancos, la mirada fija en la puerta. La rompe de una patada. —¡Miranda! —grita. Pero el grito no llega a tiempo.

Miranda siente la mano áspera de el hombre rozándole la mejilla. Sabe que es el final. No hay escapatoria.

El hombre sonríe. Un gesto torcido. Doloroso. Enfermo.

El encendedor brilla.

El tiempo se congela.

—Ven conmigo… abrázame. Si yo me quemo, tú también. —El hombre la mira, sus ojos convertidos en dos brasas. —Así nadie podrá separarnos jamás.

Un clic.

La llama surge.

La casa respira fuego.

Y Miranda, atrapada en el caos de aquel hombre, cierra los ojos.




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