Durante mi infancia y adolescencia observé cómo los muebles se heredaban de una generación a otra. Una sala, cama o mesa duraban para siempre. A mi abuelo le conocí solo un par de zapatos de salir, mismos que mantenía brillosos; su ropa de trabajo era gruesa, la de los domingos estaba en el ropero lavada, planchada y parecía eterna; supe que a su muerte alguien heredó sus sombreros, cinturones y uno que otro objeto.
El señor que vendía leche y atole llegaba con su recipiente metálico y rellenaba nuestra olla cuando le comprábamos. Los refrescos tenían envase retornable; no daban bolsas de plástico en el supermercado pues todos llevaban sus morrales. No había gran variedad de productos pero los que existían eran resistentes. La ropa pasaba de un hijo a otro. En mi ambiente familiar y social parecía que todos teníamos poco de todo.
Con el paso del tiempo la situación fue cambiando, empezaron a llegar tiendas que nos ofrecían ropa, zapatos, bolsas, accesorios y productos envasados. Cada vez tuvimos las cosas más cerca, al alcance de la mano y hoy a un solo clic de distancia.
Nos envolvió la globalización. Hoy recibimos bombardeo de anuncios en donde ya ni siquiera es necesario decir en voz alta lo que necesitamos, con solo pensarlas se nos ofrece una alternativa que parece atractiva. Todos queremos los artículos de moda; nos desgastamos por tener la tecnología de punta y sin darnos cuenta vivimos en un bucle infinito.
La última tableta electrónica de mi hija duró exactamente 18 meses con 7 días; no se cayó, golpeó o mojó, simplemente se apagó y murió; el costo que pagamos por ella corresponde a 48.30 salarios mínimos que implicaron muchas horas de trabajo. Al ir a la tienda se nos dijo que la garantía estaba vencida y nos ofrecieron atractivos planes para adquirir la nueva versión. Este es el ejemplo de un solo producto pero sucede lo mismo con casi todo lo que compramos, tienen un tiempo de vida corto.
La obsolescencia programada tiene un impacto directo en los problemas medioambientales del planeta ya que implica el gasto de materiales para producir nuevos productos y la cantidad de residuos que se generan son inservibles. Como consumidores tenemos el poder de decidir qué comprar y qué no comprar. Lastimosamente, sobre todo en aparatos electrónicos, una reparación es costosa y nos coloca ante la disyuntiva de preferir adquirir el producto de nuevo. Una reducción en el consumo o una compra más consciente contribuye a que los productos duren más y el gasto energético sea inferior.
La demanda de recursos naturales, ya limitados, causa daños irreversibles al medio ambiente. Nuestras costumbres de consumo y producción han aumentado en vez de ir a la baja. Consumir desmedidamente provoca que se sobre explote el suelo, el agua, el aire y otros medios, generando así el agotamiento de recursos naturales. El objetivo es producir-vender-desechar y es un ciclo sin fin.
El consumo responsable es uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que adoptaron los líderes mundiales y la ONU para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos. Estos objetivos forman parte de la agenda de desarrollo sostenible. Cada objetivo tiene metas específicas que deben alcanzarse para el año 2030.
Consumir responsablemente es elegir productos y servicios por su impacto ambiental y social, ya no solo por la calidad y precio, así como la conducta de las empresas y servicios proveedores. Es preciso plantearnos las consecuencias que tiene la elaboración del producto y su adquisición en el momento previo a la compra. La sostenibilidad ya empieza a ser parte de nuestras vidas. Las tendencias mundiales están afectando la vida de las personas, los ecosistemas y biodiversidad, economías, ciudades, empresas, gobiernos.
¡Fomentemos el consumo consciente y evaluemos los efectos de nuestras acciones en el medio ambiente!
Adriloch