La pasión no es hirsuta, salvaje, sino prodigiosamente curiosa de los seres y cosas que despiertan su interés.
La existencia misma es pasión, aunque no sintamos amor por ninguna persona.
No pueden tomarse decisiones sin ella, porque la pasión verdadera es revolución íntima, acción proyectiva.
Existir es obrar movidos por un profundo impulso hacia el entorno y los otros seres. Vemos que la pasión no es una potencia maligna, ruinosa, infernal. Somos personas incompletas, lo que implica necesidad de reafirmarse por una entrega de sí mismo a la realidad objetiva del ser amado.
La pasión en su primer éxtasis es serena, reflexiva, y más tarde busca con desespero la fusión carnal.
La pasión también puede ser meramente cósmica, un frenesí del deseo, afán de conocimiento fugaz múltiple de otros seres que no llega nunca a la ternura y solo se calma con la posesión violenta inmediata.