—Solo me quedan dos semanas con ella. Luego tendré que esperar mucho tiempo para poder estar a su lado. ¿Qué hago para que todos estos días sean inolvidables?
—Si te soy sincero, no sé qué decirte. Sabes que nunca he tenido novia —le responde Juan a Justin, sonriendo.
—Es cierto, no sé para qué te pregunto —le dice Justin, agobiado por el estrés.
Nuestro protagonista luchaba contra el tiempo; quería que Emely lo recordara aún cuando estuviera muy lejos, y él también quería recordarla. Así que esos días debían ser sumamente especiales. Sin embargo, no tenía idea de qué hacer, y cuando elaboraba un plan, este se le desmoronaba por falta de confianza en sí mismo.
A veces, las cosas más simples resultan ser las más especiales...
Juan lo dejó solo pensando. Se pasó unos cuantos minutos analizando sus planes para la semana hasta que miró su reloj y se dio cuenta de que estaba atrasado. Había olvidado por completo que ella lo había invitado a sentarse juntos en el parque.
Corrió hasta el parque y se sentó a esperarla, pero ella no llegó a tiempo. Cuando llevaba casi una hora esperándola, comenzó a llover. Todos en el parque corrían buscando refugio, pero él, lleno de frustración y estrés, comenzó a llorar porque sabía que ella ya no llegaría. El hecho de que ella no llegara no era suficiente para llorar, pero no verla en unos meses sí era una buena excusa para derramar lágrimas. Se fue a su casa con la cabeza baja y caminando lentamente mientras las gotas de lluvia caían sobre él. Era un día menos de los pocos que le quedaban a su lado.
Al día siguiente, ella fue temprano a su casa, pero él tenía fiebre debido a la lluvia que le había caído encima el día anterior. Ella se sentó al lado de su cama mientras su madre le tomaba la temperatura.
—¿Cómo te sientes, Justin? Ayer no pude llegar al parque a tiempo porque mi mamá se sentía mal de salud.
Justin, con las pocas fuerzas que tenía, le respondió:
—No te preocupes, siempre te estaré esperando, aunque sea una década.
Ella sonrió y creyó en sus palabras. Su madre le sacó el termómetro de debajo del brazo y este marcó 40 grados °C. Entonces dejó a Emely poniéndole un paño frío en la frente de Justin mientras ella iba a preparar un baño bien frío para que la fiebre bajara.
A causa de la fiebre, Justin comenzó a balbucear y Emely, antes de que él quedara dormido, logró entender dos palabras muy simples:
—Te amo...
Ella sonrió, le siguió poniendo el paño frío en la frente y le dijo:
—Yo también te esperaría una década.
Luego de unas horas a su lado, le tomaron la temperatura y su fiebre había bajado 2 grados. Entonces lo dejaron dormir hasta el día siguiente.
Emely se despidió dándole un beso en la frente, el cual él no sintió porque estaba dormido. Ella se marchó triste por la condición de Justin, sin saber que cuando llegara a su casa su tristeza aumentaría aún más.
Cuando llegó a su casa, abrió la puerta y vio a su madre llorando sentada en el sofá.
—¿Mami, qué te pasa? —pregunta sorprendida Emely.
—Me acaban de llamar y a tu abuelo le acaba de dar un infarto cerebral. Está muy delicado de salud; es posible que no sobreviva y tenemos que irnos lo antes posible al hospital central.
Emely, sin pensarlo dos veces y conteniendo las lágrimas, ayudó a su mamá a organizar las cosas y juntas se fueron al pueblo donde tenían a su abuelo.
Al día siguiente, Justin despertó sintiéndose mejor. Era evidente que quería ver a Emely y aprovechar el tiempo antes de irse, pero cuando iba a salir por la puerta, Tom llegó con una mala noticia.
—Justin, tengo que decirte una mala noticia.
—¿Qué pasa?
—Según me dijo una amiga de Emely, ayer tuvo que irse al pueblo de sus abuelos porque a su abuelo le dio un infarto.
—¿Y murió su abuelo? —pregunta Justin asustado.
—Creo que no —responde Tom con dudas.
—¿Dónde lo tienen?
—En el hospital central.
Justin comienza a analizar la situación y se da cuenta de que el hospital central está muy lejos y no tiene dinero para pagar un taxi hasta allí. Entonces, le propone a Tom una hazaña muy riesgosa.
—Tom, ¿eres mi amigo, cierto?
—Justin, sé por dónde vienes y no te puedo prestar tanto dinero para que vayas a verla —responde Tom, nervioso.
—No hablo de dinero, pero sí te necesito. Vamos a ir en bicicleta hasta el hospital central.
—Estás loco, Justin. Son 97 km hasta allá. Nuestras bicicletas no son la gran cosa para llegar. Y si vamos solo los dos, lo más seguro es que nos asalten por el camino si nos alcanza la noche.
En ese momento llega Juan y les pregunta:
—¿De qué hablan?
—Justin quiere ir en bicicleta al hospital central.
Juan, amante de los retos y aventuras, sin pensarlo dice:
—De una, cuando nos vamos.
Justin sonríe y le dice a Juan:
—Por eso eres mi amigo. Tom, vamos, muchacho. Tú tienes una tía cerca del hospital, ¿cierto?
—Sí —responde Tom, como quien no quiere dar su brazo a torcer—, pero no hablo con ella desde hace rato —añade.
—Llámala ahora mismo y dile que mañana vas a llegar a su casa con dos amigos que necesitan pasar la noche allí. Que nos deje dormir en el piso de la sala. Que por la comida no se preocupe. Como dice Juan, vamos de ayuno y oración.
—Bueno, entonces si vamos los tres, sí iré. Así aprovecho y visito a la familia.
Los tres amigos rieron, se miraron unos a otros y Justin, como líder de la aventura, les dijo:
—Son las 9 de la mañana. Vamos ahora a darle mantenimiento a las bicicletas y mañana a las 3 de la mañana salimos de aquí. Nos tiene que alcanzar el alba cuando estemos en el kilómetro número 45. Recuerden llevar una mochila: agua y alimentos ligeros que den energía y no nos quiten.
Luego, cada uno fue a su casa y se puso en función de arreglar su bicicleta. Los tres amigos se iban a enfrentar a un verdadero reto. Juan y Tom iban a pedalear 97 km solo para que su amigo pudiera estar apenas unas horas con la chica que amaba. Si eso no era amistad, ¿qué es la amistad?
Nadie tiene mayor amor que este: que uno ponga su vida por sus amigos.
Juan 15:13