Mis Sueños Mi Nueva Vida

Capítulo 11: Crónicas sobre dos ruedas

Suena la alarma. Son las 2:45 de la madrugada y los tres amigos despiertan sincronizadamente. Se preparan y, exactamente 15 minutos después, comienzan a pedalear, no sin antes dejar que Juan tenga unas palabras de oración para que Dios los cuide en el camino.
Los primeros 16 km fueron lentos, pues se adaptaban al clima y a la oscuridad. Luego comenzaron a pedalear más fuerte y, cuando el sol comenzaba a asomarse, ellos ya iban por el km 50. Entonces, viendo que estaban a tiempo, decidieron pararse a descansar y a desayunar.
—No pensé que fuéramos tan rápido —dijo Tom mientras se ahogaba con un trozo de pan.
—¿Y qué harás cuando llegues al hospital, Justin? —le preguntó Juan mientras miraba a Tom desayunar como un salvaje.
—Pues iré a la recepción y preguntaré si hay alguien que ha llegado allí recientemente con un infarto. Entonces pediré el número de su cuarto y de seguro Emely estará allí. Cuando la vea, la abrazaré y le diré que todo estará bien.
—Ojalá y no haya muerto su abuelo. Si no, sería un momento bien delicado —dijo Tom, quien ya había terminado de desayunar pero aún tenía la boca llena.
—Eso no pasará. Si Dios ha permitido que lleguemos hasta aquí, es por algo —comentó Juan.
—Ya hemos estado suficiente tiempo aquí. Vámonos —ordenó Justin.
Todos se acomodaron en sus bicicletas y comenzaron de nuevo a pedalear. Cuando llevaban unos 5 km, se encontraron con una señal que indicaba a la izquierda una dirección singular. Se detuvieron todos frente a donde se dividía el camino en dos.
—Este camino a la izquierda es por el cual Dios nos ayude; no nos lleve cuando salgamos a servir a la patria —comenta Tom asustado mientras todos miran el camino, el cual era bien tenebroso a pesar de ser de día.
—¿Por qué lo dices, Tom? —pregunta Justin.
—Mi papá me contó que cuando a él le tocó servir a la patria, le tocó ir en esta dirección. Dice que los peores días de su vida los pasó allí. Que no le permitían llamar a su casa y que no pudo volver a casa hasta que cumplió exactamente un año sin saber de sus padres y ellos tampoco de él. Dice mi padre que allí está la frontera y que por eso son tan rigurosos.
Juan, al ver la frustración que causó Tom con su historia, le dice para calmar los ánimos:
—Ustedes no van a caer ahí, así que vamos, que estamos perdiendo tiempo.
—Es cierto, sigamos —reaccionó Justin.
Siguieron avanzando y en el camino veían grandes paisajes campestres. Ríos y uno que otro lago se encontraban al lado de la carretera. Hasta que entraron a la ciudad y comenzaron a quedarse atónitos ante el bullicio de los autos.
—Mira, Justin. Allí está el hospital central —le dice Juan mientras le indica una señal que dice la distancia exacta hasta el hospital; solo eran 500 metros.
Cuando llegaron al hospital central, Tom y Juan se quedaron afuera mientras Justin entraba al hospital. Nunca había estado allí, pero su intuición lo guió hasta la recepción.
—Hola. Señorita, ¿me puede decir si ha llegado alguien aquí con un infarto en el día de ayer?
—Han llegado más de uno; sé más específico.
—Bueno, a mi abuelo le dio un infarto ayer y lo trajeron aquí, pero estaba afuera de la ciudad y no había podido venir antes. ¿Me puede indicar dónde está?
—Niño, ¿cómo se llama tu abuelo? Porque han llegado muchas personas con infartos aquí; recuerda que este es el hospital central, uno de los más grandes del país; aquí llegan todos los casos de esta región.
Justin no sabía cómo se llamaba el abuelo de Emely, pero conocía el apellido de su madre, que era su hija.
—Brizuela es su apellido —respondió Justin rápidamente.
—Bueno, aquí hay dos personas con ese apellido: una es una mujer de unos 65 años y el otro es un hombre de unos 76 años; debe ser tu abuelo. Él se encuentra en el piso 5, cuarto 34F.
—Gracias, señorita —le dice Justin feliz mientras corre desesperadamente hasta donde está el ascensor.
Justin se detiene a esperar, pero al ver que demora mucho, decide subir por las escaleras. Sin embargo, cuando ya está en el segundo piso, el ascensor se abre en el primer piso y Emely sale de él.
Justin sigue corriendo hasta que llega al quinto piso. Luego comienza a buscar el cuarto hasta que lo encuentra. Cuando llega, ve al abuelo de Emely durmiendo en la cama. De repente, aparece la madre de Emely, lo ve y sonríe.
—Justin, ¿pero qué haces aquí? —pregunta.
—Vine a ver cómo seguía el abuelo de Emely y también quería verla a ella —responde Justin con un poco de timidez.
—Bueno, mi papá ya está mejor, gracias a Dios, y dentro de unos días le dan el alta. Emely bajó ahora mismo; va para la casa de mi mamá. Si bajas rápido, la podrás encontrar —le dice cariñosamente la madre de Emely, quien estima mucho la hazaña de Justin.
Justin baja desenfrenadamente y, cuando llega afuera del hospital, no ve a Emely por ningún lado. Está a punto de rendirse cuando el aire golpea su nariz y siente ese aroma tan característico y agradable que lo hace sentir cosas en su interior. Luego escucha una risa que le alegra el corazón, pero aún no sabe de dónde proviene. Entonces recuerda que no miró dónde había dejado a sus amigos.
Camina hacia donde están sus amigos y allí está ella. Solo la había dejado ver un día, pero él siente que han pasado milenios. Este nuevo encuentro para él es casi igual que la primera vez que la vio.
Cuando se acerca a ella, no dice nada; solo la abraza bien fuerte y la besa apasionadamente. Ella responde como si solo existieran ellos dos.
Se escucha una tos seca.
—Gente, estamos aquí —dice Tom.
—Sí, respeten nuestra presencia —agrega Juan.
Los dos se separan sonrojados y ofrecen una disculpa. Luego todos se ríen. Juan y Tom se marchan a la casa de la tía de Tom, dejando a Justin con Emely, quien olvidó por completo la misión que tenía de ir a la casa de su abuela.
Los dos se sientan en el parque del hospital y conversan durante unas cuantas horas, hasta que llegan Juan y Tom.
—Justin, vámonos para que te bañes y comas. Despídete —le dice Juan, ya que Tom no tiene el valor de hacerlo.
—Es cierto, el tiempo ha pasado volando —dice Emely mientras mira su reloj—. Tengo que ir a la casa de mi abuela a buscarle la comida a mi mamá.
Justin, que no quiere dejarla ir, acepta que al menos tuvo unas horas cerca de ella.
—¿Cuándo vuelves a tu casa? —pregunta.
—Dentro de unos días lo más probable, cuando mi abuelo se recupere —le responde Emely mirándolo a los ojos apasionadamente.
Los dos se dan un beso de despedida y cada uno se marcha por un camino distinto.
En la casa de la tía de Tom, cuando todos duermen, Justin mira el techo sonriendo mientras sus ojos brillan de amor. Ella también, en la casa de su abuela, mira el techo sonriendo enamorada.
Al otro día, a las 3 de la madrugada, los valientes se levantan y comienzan su aventura de vuelta a casa.
El alba los alcanza en el camino hacia la frontera, donde deben detenerse porque una caravana de militares entra con mucho armamento militar. Muchos vecinos de la zona están expectantes mirando qué sucede. Los tres chicos se acercan a un anciano y le preguntan:
—¿Qué está sucediendo?
—La base de la frontera se va a reactivar para recibir a los nuevos jóvenes que entran este año.
El terror se apodera de los tres jóvenes cuando escuchan lo que dice el anciano. Al ver la frustración en sus caras, el anciano añade:
—Lo más probable es que solo manden a los jóvenes de la capital aquí, porque son más desordenados y aquí sí van a aprender bien lo que es el orden.
Luego de que termina la caravana, los tres siguen su camino. Después de 4 horas pedaleando, llegan a casa cansados; se bañan y se acuestan a dormir.
Pasaron tres días y Emely no llegaba; sin embargo, al cuarto día llegó algo inesperado: una carta del Ejército Nacional que les decía dónde iban a pasar el servicio a la patria. Los tres amigos se reunieron para abrirla juntos.
Tom, desesperado, fue el primero en abrir la carta. Su ubicación sería en la capital del país, sirviendo como jardinero en la finca del presidente.
Juan fue el segundo en abrir su carta, y todos se sorprendieron al leer que decía que no era apto para servir a la patria debido a su religión, y que podía seguir estudiando.
Justin, emocionado por la suerte de sus amigos, abrió su carta. Sin embargo, al leerla, su mundo se redujo a ese trozo de papel. Se quedó perplejo y lo dejó caer al suelo.
—¿Justin, qué te pasa? —le preguntó Juan, preocupado.
Tom recogió el papel del piso y lo leyó para todos:
—Aquí dice que Justin pasará el servicio a la patria en la frontera y que lo vendrán a recoger el día 20.
Tom quedó abrumado también y abrazó a su amigo. Juan, aún asombrado, dijo:
—Pero el día 20 es mañana...




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