Mitades imperfectas

CAPÍTULO 3. No te enamores

Annabelle se despertó con un jadeo en la cama. Todavía las imágenes se agolpaban en su mente. Acababa de tener un sueño con Peter Brown. Una gota de sudor escurrió por su frente, y la limpió con el dorso de la mano. No tenía ningún problema con aceptar aquel juego.

Ella nunca había imaginado que terminaría así con su propio jefe. La antigua Annabelle jamás lo habría aceptado y ni siquiera considerado. Pero ahora todo era distinto. Ann era consciente de que jamás le diría a su hermano y a su madre sobre lo que quería hacer, sería lo último que hiciese. Ellos no serían capaces de aceptar aquello; para ellos siempre había sido una buena chica, la Annabelle que nunca hacía nada malo y sacaba las mejores notas, un orgullo para la familia, sobre todo para su madre.

Después consideraría vivir sola si las cosas no saliesen como ella quisiera, tenía el capital suficiente para hacerlo perfectamente. Tenía que hacer su propia vida y, así, no dar explicaciones a nadie. Ya estaba bastante mayor, tenía veintidós años.

Ese día era domingo, por lo que le costó trabajo levantarse de la cama. Se obligó a sí misma a dejarla y se metió a la ducha. El agua caliente siempre era efectiva para relajar sus músculos agarrotados. Después de unos placenteros minutos, salió con mucho mejor humor. Enrolló la toalla a su cuerpo delgado y tomó el peine para cepillar su cabello enredado.

Sobresaltándola un poco, su celular comenzó a vibrar en la cama, donde lo había dejado. Era un mensaje de su jefe, su corazón se aceleró para después volver a su marcha normal.

Buenos días, señorita Jones. ¿Cómo ha amanecido?

Vaya. Le sorprendía la familiaridad que estaba usando su jefe con ella. Como si ya la conociera lo suficiente. Una sonrisa se formó en sus labios sin poder evitarlo. Dejó el peine para contestar.

Muy bien, gracias. ¿Y usted?

Se tomaba del cabello mientras esperaba la respuesta de él. Imaginaba que la invitaría a salir.

Demasiado bien. ¿Tiene planes para hoy?

Una sonrisa iluminó el rostro de la muchacha en cuanto leyó el mensaje, pero se desdibujó cuando recordó lo que le había prometido a su prima Marie para ese domingo. Se suponía que ese mismo día deberían salir juntas en un día de chicas.

—¡Maldición! —masculló.

Definitivamente, la oferta de su jefe era mucho más tentadora que la de salir con su prima, pero no quería quedar mal con ella. No se sintió bien consigo misma, pero el deseo que tenía de estar con él era... incontrolable. Antes de contestarle a su jefe le marcó a Marie. Solo esperaba que su prima estuviera de buen humor para aceptar aquello.

—¿Annabelle? —habló Marie.

—Marie, me vas a matar.

—¿De qué hablas?

Cruzó los dedos llamando la suerte.

—Mira..., me llamaron de mi oficina y quieren que vaya hoy, es algo importante y creo que no podré ir conti…

—¡Pero ¿qué dices?! —gritó en su oído. Annabelle alejó un poco el celular de su oreja para no sufrir daños en los tímpanos.

—Ya sé, pero creo que es algo importante y no puedo faltar, lo siento mucho, Marie —mintió la castaña con voz monótona.

—¡Ann! ¡Hoy era nuestro día de chicas! —lloriqueó Marie al otro lado de la línea. Seguramente esbozando pucheros.

—Lo sé, yo también estaba muy emocionada. En verdad, lo siento mucho... —dijo ahora con real decepción en su voz. Su prima era genial, se divertía mucho con ella, pero ahora mismo tenía otro tipo de intereses.

—Bueno. Es más importante tu trabajo, te comprendo. ¡Pero el otro fin de semana tenemos que salir, Annabelle! —exigió su prima más calmada.

—Muchas gracias, Marie. ¡Te quiero!

La muchacha colgó con un suspiro.

«No tengo nada que hacer, supongo.»

Él contestó rápido.

«Bien, ¿le gustaría salir a comer hoy?»

La emoción no cabía en la muchacha. Estaba sonriendo como una tonta; recordó las citas de su adolescencia. Aunque seguramente lo que haría con él no era lo de una niña de secundaria.

«Claro que sí. ¿A qué hora?»

Su celular vibró por el nuevo mensaje.

«Pasaré por su casa a las tres de la tarde. ¿De acuerdo? La dirección está en su expediente, llegaré.»

Con una sonrisa la joven tecleó rápidamente.

«Está bien, le espero.»

Su jefe contestó.

«Lo estuve deseando.»

Con una sonrisa en el rostro y el corazón palpitándole fuertemente en el pecho, Annabelle se levantó dispuesta a ponerse su ropa más elegante. No tenía demasiada, pero sí tenía algo que llevar al menos.

Después de que hubo desayunado con su hermano y su madre —la última salió al hospital y Jeremy a una de sus miles de citas— subió a su habitación para alistarse. Ann les había contado una pequeña mentira. Se habían ido con la idea de que saldría con su prima, ellos jamás dudaban de ella, después de todo nunca les mentía ni les ocultaba nada. Pero ya iba siendo hora de que mantuviera su vida privada para ella misma, la muchacha estaba cansada de dar explicaciones sobre hasta el más mínimo detalle.

Eran las dos y media de la tarde, Peter Brown no debería tardar en llegar por ella. Annabelle todavía estaba eligiendo qué ropa ponerse, estaba entre unos vaqueros, una blusa y unas botas negras hasta las rodillas, y un vestido verde escotado que había usado el día de su último cumpleaños.

El vestido verde era demasiado formal, y como solo irían a comer se decantó por los vaqueros ajustados y la blusa blanca. La energía que él generaba en ella le provocaba querer verse bien, sentirse atrayente también.

Terminó dejando sueltos los rizos de su cabello castaño y se maquilló un poco. Un delineador negro que hacía más profundos sus ojos avellana, un poco de rubor y un brillo de labios era suficiente para ella.

Estaba sentada en el sofá esperando a su jefe mordiéndose las uñas por puros nervios. Sin poder evitarlo, se puso a pensar en él, no podía quitarse su imagen de la mente. Era, definitivamente, el hombre más impresionante y atractivo que había visto en su vida y, además, el que más le había atraído. Ni siquiera podía mantenerle la mirada, ya que, por increíble que pudiera parecerle, se sentía nerviosa.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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