Mitades imperfectas

CAPÍTULO 6. Indomable

Annabelle no estaba completamente segura de si debía contarle lo sucedido en la fiesta a Peter. Ya lo había intentado —recordaba la escena mientras cerraba los ojos.

—No quiero parecer entrometida, pero... La otra vez algo que dijo me causó curiosidad... Era sobre su hermano.

Su jefe inmediatamente se había tensado y sus ojos se habían vuelto sombríos.

—No es un tema del que me guste hablar, Annabelle —el joven había contestado dándole la espalda a la chica.

—¿Tan malo es?

Peter Brown apretó la quijada.

—Más que eso. No me interesa hablar sobre él ni sobre nada que tenga que ver con ese desgraciado. Así que, por favor, no lo hagas.

Annabelle desvió la mirada preocupada. Eso significaba que si le contaba que ella ya conocía a su hermano, seguramente le traería problemas con él, así que lo dejó pasar, sin más.

—Y, por cierto, deja de llamarme de usted, creo que ya tenemos suficiente confianza entre nosotros... ¿No te parece?

Annabelle solo pudo sonreír ante tal muestra de confianza, la primera.

—Annabelle, te siento un poco callada —susurró Peter mientras le acariciaba el abdomen después de una noche placentera. La chica mantenía la cabeza sobre su hombro desnudo. Abrió los ojos y se encontró con su quijada y su mentón duro y cuadrado. Apenas un rastro de vello comenzaba a nacer en la barbilla. No se cansaba de admirarlo. Ese hombre, que increíblemente estaba desnudo con ella, era, sin duda, bello.

—Estoy pensando en lo afortunada que soy —respondió ella acomodando sus piernas hasta quedar encima de él. Su jefe esbozó una sonrisa torcida, una que a ella ya le encantaba contemplar.

—Eres tan hermosa... —masculló él mientras la muchacha se acercaba a él y lo besaba con lentitud. Peter cada vez podía mirar más a Annabelle que a la mujer de su pasado. Despacio, casi sin percatarse.

Estaban en pleno proceso de las caricias, cuando el celular de Peter sonó. Molesto se acercó donde lo había dejado y atendió al celular. Annabelle se cruzó de brazos haciendo una mueca, odiaba que los interrumpieran cuando justamente estaban por dar un paso más.

—¿Qué pasa, Edgar? —preguntó.

La joven se tensó al momento de escuchar ese nombre. Un nudo se incrustó en su garganta. Esperaba que Edgar no tuviera lengua larga, o tendría problemas.

—Demonios. ¡Cómo se me pudo olvidar! —gritó Peter levantándose de la cama. Acto seguido buscó una camisa. La joven suspiró de alivio, al menos no era lo que por un momento había temido.

Peter revolvió en su ropero hasta encontrar un pantalón negro. Después se giró hacia la joven que aún permanecía acostada en la cama entre las sabanas. El aludido apretó los dientes. Se estaba debatiendo entre salir deprisa o terminar lo inconcluso. Gruñó y se quitó la camisa que ya se había puesto. Lo primero era lo primero.

Ann sonrió ante su reacción. Peter se metió en la cama con ella y reanudaron lo que no habían terminado. Annabelle esbozó una sonrisa triunfante.

Más tarde los dos habían llegado a la empresa en el jeep a una velocidad endemoniada. Durante todo el viaje, Annabelle se la había pasado aferrada al asiento del auto, rezando porque no se estrellaran y se convirtieran en desechos. Ya en su oficina, estaba mucho más tranquila. Su celular vibró.

—Ann, olvidaste tu maquillaje; me lo prestaste y ya no te lo devolví —dijo su prima Marie al teléfono.

Enseguida la joven se acordó de eso, era una descuidada.

—Ahora me acuerdo, puedes...

—Ya voy en camino al trabajo, si quieres te lo puedo dejar, ya que me queda de paso —se ofreció amablemente.

—¡Qué linda! Muchas gracias, prima. Sube al décimo piso y pregunta por mí.

—De nada, en un momento llego —y colgó.

Annabelle suspiró y empezó a hacer trabajos en la computadora. Se abrió la puerta y entró su jefe con el cabello despeinado. Se veía terriblemente sexi, como siempre. Su camisa tenía los dos primeros botones abiertos. La muchacha se preguntó si él lo hacía para provocarla, sonrió ante la probabilidad de que así fuera, y se relamió. Dios, no podía ser posible que lo deseara todo el tiempo, a toda hora.

—Déjame revisar tu ordenador, te enseñaré algo —le ordenó acercándose a ella. Annabelle le dio espacio para que pudiera utilizarla, no sabía a qué venía eso.

Buscó con rapidez en el navegador, y segundos después le señaló las imágenes que en la pantalla aparecían. Eran fotos de coches últimos modelos y demasiado ostentosos. Dignos de una persona como él.

—¿Qué significa esto? —preguntó confundida.

—¿Cuál te gusta más? —respondió él con otra pregunta. Ella lo miró aún más confundida, frunció el ceño volviendo la vista a la pantalla.

—¿Adónde quieres llegar?

—Bueno, pensé que un coche con buena velocidad te facilitaría muchas cosas, ya que tu Suburban, bueno... —comenzó a decir y el corazón de la joven dio un vuelco. No podía ser cierto. No aceptaría algo como eso, no tenía derecho. Nunca.

—¿Quieres comprarme un coche? —la joven alzó las cejas con molestia. Peter sabía que era de mucha ayuda para ella, considerando el estado de su camioneta, pero ella no podía permitirle eso. Con sus ahorros podía comprarse ella misma un coche económico y estable. No aceptaría autos de él; si no aceptaba de su propia familia, mucho menos de él. Se sentía realmente incómoda respecto a lo que él deseaba darle, siempre había sido muy independiente con sus cosas y nadie la cambiaría.

—Sí —él se encogió de hombros como si fuera lo más normal del mundo.

—Es demasiado caro... No puedo aceptarlo —protestó. Él no lo entendía, comprendió ella por la expresión en su rostro, aunque, seguramente, para una persona rica como él, regalarle un convertible era como darle un simple dulce.

—Acéptalo, por favor —Peter se levantó para rodearla con sus fuertes brazos, recargando su cabeza en su hombro.

Aunque a la muchacha no le gustaba para nada que le dieran cosas gratis, era consciente de la punzada de emoción que sentía en su interior —tal vez porque era fan de coches de ese tipo como su hermano—. Aun así, la tentación no la vencería.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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