Mitades imperfectas

CAPÍTULO 8. Peligro

El corazón de Annabelle Jones empezó a martillar dentro de su pecho debido a la sorpresa. El enfado comenzó a correr por sus venas. La pregunta de Jeremy todavía seguía resonando en sus oídos. Estaba cansada de que él se inmiscuyera en su vida —como casi siempre lo hacía—; solo era su hermano, no su padre.

Jeremy la miraba echando chispas por los ojos —él no podía pensar alguna cosa así sobre su hermana, a sus ojos ella seguía siendo su hermana pequeña—, con los puños apretados. Ann se levantó de la cama y quedó frente a él. Respiró profundo tratando de controlar su acelerado corazón.

—¿Y a ti qué te importa lo que haga en mi vida? Jeremy, no eres mi padre, y tú no eres su suplente para mí, aunque él ya no esté aquí —se defendió la joven apretando los dientes.

Lo que había dicho solo hizo que el coraje de su hermano aumentara. Él esbozó una sonrisa burlona, no podía evitar querer proteger a su hermana, aunque tal vez esa no fuera la mejor manera de hacerlo, y terminó hiriéndola ante la incapacidad de explicar sus temores.

—Me da igual con quién te vendas, pero no pensé que mi hermana fuera tan fácil —la acusó. Las lágrimas de rabia llenaron los ojos de la muchacha (una debilidad que la atacaba cuando estaba demasiado enojada) y corrieron por su rostro, y, sin que él lo viera venir, ella le dio una bofetada. Jeremy se llevó la mano a la mejilla donde su hermana le había propinado el golpe y la miró con más furia si cabía, aunque se podía percibir un ligero aire de culpabilidad.

—No me estoy vendiendo, no soy ninguna prostituta... Y aunque lo fuera... ¡Es mi jodida vida! —contestó ella alzando la voz, y salió corriendo de la habitación.

Bajó rápidamente las escaleras conteniendo los gritos de rabia que le quemaban la garganta, y salió de su casa —el cielo estaba oscuro y el frío le caló los huesos, pero no hizo que retornara— dándole la espalda a los gritos desesperados de Marie. No quería hablar con nadie en esos momentos. Se sentía totalmente furiosa, no quería verle la cara a su hermano.

Empezó a alejarse de la casa sin rumbo fijo. Había muy pocos carros transitando por las calles y casi nadie caminaba por las aceras. Odiaba que la vieran llorar, tenía la costumbre de hacerlo cuando el enfado que sentía era muy grande. Y, además, era una humillante costumbre.

Secándose las últimas lágrimas se dio cuenta de que ya se había alejado demasiado —los letreros de la calle en donde estaba indicaban eso—, pero por suerte había traído el celular consigo.

No le importó que estuviera en plena noche en una ciudad llena de peligros, era mucho mejor que regresar a su casa en ese instante. Jeremy nunca le había hablado de esa manera y sus palabras hirientes todavía seguían perforando su pecho, hiriéndola. El cielo oscuro tronó por encima de la ciudad de Chicago, lo más probable era que se avecinara una tormenta. El frío del viento heló sus huesos y se envolvió con sus propios brazos ya que no tenía con qué cubrirse. Había dejado su chamarra sobre el perchero.

En el silencio sepulcral, escuchó de repente pasos detrás de ella —apenas perceptibles—. Su corazón empezó a acelerarse, mas trató de tranquilizarse. Siguió caminando un poco más rápido hasta notar los pasos más lejos de ella. Lo peor que podría seguirla sería un ratero o un...

Llenándose de valor, la joven echó una ojeada por encima de su hombro —el aire se quedó atrapado en sus pulmones a causa del miedo— y se encontró con dos sujetos de negro que la seguían a unos cuatro metros. Volvió la mirada al frente con la piel de gallina y no precisamente de frío. Su instinto de supervivencia le pedía a gritos que corriera. Sin embargo, no lo hizo; podría ser su fin.

Volvió a mirar por encima de su hombro y se relajó un poco al notarlos más alejados, pero eso no disipó su temor. Sacó disimuladamente el celular de su pantalón y marcó el primer número que aparecía en la pantalla. Peter Brown.

Su mano temblaba cuando se llevó el teléfono al oído. Al primer pitido él contestó, para su alivio.

—¿Annabelle?

—¡Peter! Creo que estoy en peligro —susurró la joven con la voz temblorosa del miedo que carcomía sus entrañas. Nunca se había sentido así, la adrenalina corría rápido por sus venas.

—¿Dónde estás? ¡Qué pasa! —gritó él desesperado al otro lado de la línea. Annabelle escuchó el sonido del motor arrancar a través de la línea.

—Me alejé caminando de mi casa... y dos hombres me están siguiendo —respondió ella con la voz entrecortada y llena de pánico. Peter no le pidió explicaciones, no había tiempo.

—¡Alguna señal de donde estés! —gritó encolerizado. Un letrero de un bar llamó la atención de ella.

—Solo veo un bar llamado Barrote —contestó ella con la voz entrecortada—. ¿Lo conoces?

—No trates de correr, solo sigue caminando —gruñó él.

Annabelle le hizo caso y obligó a sus pies a no comenzar a correr, eso provocaría su propio fin. Tenía que resistir hasta que llegara Peter. Sin contenerse, volvió a mirar atrás sobre su hombro y se dio cuenta de que solo había un hombre siguiéndola. Y el...

El otro hombre la esperaba al final de la cuadra. Estaban jugando con ella, uno detrás, ella en medio y otro esperándola justo en la esquina. Se sintió en verdadero peligro, sin escapatoria.

El peligro era real y lo único que pudo hacer fue correr hacia la otra acera de la calle. Tan rápido como se movió ellos corrieron tras ella. Los dos venían directamente hacia ella, trató de correr cuesta arriba, pero, para su mala fortuna, tenía que tropezarse.

Lágrimas de rabia y miedo se apoderaron de la joven. No quería acabar así, en manos de dos desconocidos. Pronto no tuvo dónde esconderse ni hacia dónde correr, y ya los tenía frente a ella. Los dos desconocidos sonrieron de oreja a oreja.

—Qué linda nena atrapamos —se carcajeó uno tocando el cuello de la chica. Annabelle apartó su rostro de esas asquerosas manos temblando. Iban a violarla o alguna cosa peor y no podía hacer nada.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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