Mitades imperfectas

CAPÍTULO 9. Sorpresa y perdón

Justo en el momento en el que Annabelle creyó que iba a ser violada y que la policía encontraría su cadáver en la acera haciendo escándalo, las luces de un coche derrapando en la acera iluminó la calle. Los atacantes se separaron un poco de ella y centraron su atención en el hombre que estaba bajando del jeep.

Lágrimas de alivio rodaron por sus mejillas al reconocer a Peter. Pero pronto el alivio se transformó en terror al ver que tenía un arma en la mano y los ojos inyectados de furia. ¿Qué carajos hacía? Los dos hombres se dieron cuenta de que estaba armado y empezaron a retroceder con las manos alzadas.

—¿Siguen intentando hacerle algo? —amenazó Peter con la voz fría como el hielo y con la pistola apuntando. La chica estaba con la boca abierta por el giro que había tomado la situación. Ahora los que estaban en peligro eran los dos desconocidos que hacía unos minutos lucían tan intimidantes, y su salvador estaba a punto de convertirse en un asesino. No, no podía dejar que ocurriera una locura. No quería que Peter se manchara las manos, no delante de ella. Se acercó corriendo hacia él mientras todavía mantenía la pistola apuntando.

—¡Deja el arma, por favor! —gritó la joven cerca de él. Los dos hombres aprovecharon la situación para escapar, pero Peter apretó el gatillo y soltó un disparo que no dio en su objetivo por el repentino golpe de la joven en su hombro, que desvió la dirección de la bala.

Peter Brown intentó apuntar por segunda vez a los hombres, pero estos ya se habían escabullido y desaparecido en la calle solitaria.

—No podías hacerlo —suplicó Annabelle, a la vez que él volteó a mirarla incrédulo.

—Cómo puedes ser capaz de decir eso cuando... —susurró él apretando los dientes.

—No podías mancharte las manos por mi culpa —interrumpió Ann con voz ansiosa. Peter la miró un segundo y bajó el arma, sus ojos volvieron a la normalidad pero aún mantenía los dientes apretados.

—Ojalá no los vuelva a ver, porque te juro que si vuelvo a encontrarlos, no tendrán tanta suerte conmigo —rugió.

Annabelle asintió, todavía con el pulso acelerado.

Con Peter tomándole la mano llegaron al jeep. Él le abrió la puerta del copiloto y posteriormente se subió al otro lado y arrancó el coche con una sacudida. Las llantas rechinaron al dar la vuelta en una esquina y tomaron velocidad rápidamente. Peter aún tenía las manos crispadas en el volante, sus nudillos estaban blancos por la tensión que mantenía. Parecía que la rabia no se le había pasado. Annabelle lo miró de reojo y notó tensa su mandíbula.

De pronto, el coche se detuvo; estaban a mitad de una calle solitaria. Ella lo miró confundida.

El muchacho suspiró profundamente cerrando los ojos, y los abrió para encontrarse con los de ella. Los ojos azules de Peter lucían desesperados. Desde la primera vez que lo vio, Ann nunca le había notado esa mirada.

—¿Estás bien, Annabelle? —preguntó él más tranquilo. El corazón de la muchacha todavía no se recuperaba de la situación que acababa de pasar hacía cinco minutos. Generalmente era temerosa de las cosas que se salían completamente de sus manos, pero tampoco quería extremar su preocupación.

—Sí —mintió. Él le miró atentamente negando con la cabeza.

—¿De verdad? —levantó una ceja.

—En realidad, no —admitió ella apretando los labios. No estaba del todo bien, pero él parecía mucho peor que ella.

—Gracias —dijo Peter con ojos tristes. Annabelle frunció las cejas ante su comentario.

—¿De qué? Tú me salvaste —apuntó confundida. La mirada de su jefe era melancólica.

—Si no me hubieras detenido... Yo hubiera disparado... —susurró asqueado y con notable culpa en su voz.

Ann sabía que en su interior él no quería hacerlo, pero la furia en ese momento casi hizo que perdiera el control. Después de todo, él no era una mala persona. Sintió el impulso de abrazarlo, pero se contuvo por miedo a incomodarlo.

—No eres una mala persona, Peter —lo animó entrelazando su mano con la suya. Sus manos encajaban perfectamente.

Inmediatamente él se relajó con ese contacto. Sonrió de lado, pero la alegría no le llegó a los ojos.

—Tal vez no soy lo que piensas —musitó al mismo tiempo que arrancaba el auto. Parecía que había algo más detrás de esas palabras, algo que estaba pasando por alto. La chica tenía curiosidad por saber de qué se trataba, era de esas personas que no aguantaban los misterios.

—¿Por qué lo dices? —preguntó intrigada. Peter negó con la cabeza. Su vista estaba fija en la carretera mientras ella lo perforaba con la mirada.

—Es... complicado —admitió él. Annabelle se mantuvo en silencio mientras esperaba una respuesta.

—Está bien —se encogió de hombros.

El auto se detuvo enfrente de su casa. El estómago de la chica dio un vuelco, todavía no estaba preparada para enfrentar a Jeremy. Después fue consciente de que debió haberlos preocupado y revisó su teléfono. Como lo esperaba, tenía diez llamadas perdidas y mensajes de Jeremy y Marie. Peter la miró preocupado por su inminente nerviosismo.

Él no sabía la historia completa.

—Por cierto, Annabelle... ¿qué hacías caminando por las calles sola? —preguntó frunciendo el ceño. Ella se mordió el labio sin saber qué contestar.

—Iba a comprar algo —mintió tratando de sonar convincente.

Peter alzó las cejas incrédulo.

—No te creo —acusó.

—Tuve un problema con mi hermano, pero no te preocupes. Ya lo solucionaré —dijo ella agachando la cabeza con vergüenza. Suspiró, y cuando levantó la cara, el rostro hermoso de su jefe estaba a centímetros del suyo.

—Debes confiar en mí —susurró él antes de estampar sus labios contra los de ella. Los labios de su jefe eran suaves y carnosos, disfrutaba muchísimo besándolo. Cuando Peter la besaba, encendía algo que había escondido en ella.

Separaron sus bocas jadeando. Era hora de bajarse del auto.

—Gracias, nos vemos el lunes —sonrió Annabelle antes de abrir la puerta.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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