Mitades imperfectas

CAPÍTULO 10. Reconciliación y grandes temores

Annabelle no podía pronunciar palabras, no entendía qué hacía Alexander en su casa —pareciendo tan desinteresado—, pero después recordó que era amigo de su hermano.

—Él es Alexander, un amigo... ¿Ya te lo he presentado antes? —preguntó Jeremy a su hermana. Ella asintió aún sorprendida con su presencia.

—Sí, creo que sí...

—Hola, Annabelle, qué gusto verte de nuevo —dijo Alexander con una sonrisa y acercándose a ella. La muchacha instintivamente retrocedió un poco. Por alguna razón no quería intimar con la persona más odiada de su jefe.

—Igual... —respondió ella.

Annabelle no sabía si era buena idea o no que Alexander estuviera ahí; por un lado, podía ayudarla a descubrir qué había pasado entre los dos hermanos para que Peter lo odiara de ese modo, y, por otro, no quería tener problemas o malentendidos con su jefe, además... si Peter no lo podía nombrar siquiera, tenía que ser por algo, y eso no le daba buena espina.

—Vamos a divertirnos, hermanita —intervino Jeremy con la emoción reflejada en sus brillantes ojos.

Eran boletos del parque de diversiones. Mierda, su hermano la conocía muy bien. Los juegos peligrosos siempre habían sido una de las adicciones de la muchacha.

Annabelle y su hermano se fueron en la moto nueva, y Alexander en la propia. La joven sentía inmensas ganas de interrogar a su hermano sobre su amigo, pero eso tendría que esperar un poco más. Ann no sabía si Alexander estaba enterado de dónde estaba ella trabajando o si sabía de la relación que estaba manteniendo con Peter, y eso la ponía nerviosa.

No quería que Alexander fuera a pedirle algo, no quería ser ningún tipo de intermediaria en los problemas que tuvieran ellos. Por eso trataría de ser prudente con el amigo de su hermano, y no acercarse más de lo debido.

El primer juego al que subieron dejó un poco mareada a la muchacha. Era de esos que daban vueltas a una velocidad de vértigo. Después decidieron comprar un par de sodas para el calor.

—¿Quieres ir a la casa del miedo? —sonrió su hermano maliciosamente.

Ella lo fulminó con la mirada. Era el único juego al que no entraba ni drogada. Le encantaba todo lo relacionado con las alturas, pero era una cobarde para esas cosas de espantos.

—Ni de broma, Jeremy —negó sacudiendo la cabeza.

—No tengas miedo; si quieres, yo te cuido —intervino Alexander, y ella no pudo evitar mirarlo con mala cara. Su hermano solo se rio.

—Vamos, Ann, eso déjaselo a los niños —se carcajeó Jer.

—Sabes que no me gusta —se defendió ella cruzando los brazos. Jeremy entrecerró los ojos pensando en cómo convencerla. Chasqueó los dedos.

—Si entras, te diré cómo conseguí la moto —dijo con una sonrisa torcida. La joven tenía que admitir que era una propuesta tentadora. Demonios.

Echó un rápido vistazo a la mansión tenebrosa que se alzaba ante ella. Se le revolvió el estómago. Era demasiado arriesgado para ella. Le daba pánico con solo ver la entrada oscura, como la boca del lobo. Su fobia provenía de una tarde espantosa que vivió cuando era una niña.

—Pero... promete que no me jugarás una broma ahí dentro —le advirtió alzando el dedo meñique. Su hermano entrelazó su dedo con el de ella.

—Prometido —masculló él, y la llevó casi a rastras al juego, con Alexander caminando detrás. Su miedo era ridículo, cualquier niño se reiría. Hicieron fila detrás de un par de novios besándose.

Los pensamientos de Ann volaron inmediatamente hacia Peter y no pudo evitar ruborizarse tan solo de recordarlo. Aunque también sintió una punzada de tristeza al comprender que jamás surgiría algo más entre ellos. Asustada, detuvo sus pensamientos, aquello no debería causarle ningún desánimo. Estaba disfrutando del deseo y eso era lo único que aprovecharía.

Había sido algo acordado entre los dos, los sentimientos no deberían importar nada. Era su juego. El que tenía más probabilidades de enamorarse era él, se decía a ella misma.

—Annabelle ¿por qué te sonrojas? —preguntó Alexander de repente. La muchacha volteó hacia él sorprendida. No le gustaba la intensidad con que la miraba, como si supiera de ella mucho más de lo que aparentaba. Lo miró frunciendo el ceño.

—Por nada —desvió la vista de su mirada acusadora.

Pronto se estaban acercando a la entrada del juego. Se le revolvió el estómago a la joven, intentó reprimir las ganas de vomitar.

—Estás pálida, Ann —se burló Jeremy tocándole las mejillas. Debía parecer poco más que un fantasma.

—Estoy bien, Jer, de verdad —mintió ella con el nudo en el estómago. Diablos, debía relajarse o podría terminar desmayada.

La señorita de la taquilla le dijo algo a Jeremy que su hermana no escuchó, al mismo tiempo que Alexander pagaba los boletos. Se adentraron caminando por los pasillos oscuros de la gran casa. Ann iba prácticamente pegada al cuerpo de su hermano como una estampa.

Después de los minutos más horribles de su vida, por fin se acabó el horrendo juego de miedo. Annabelle estaba segura de que esa noche iba a soñar con bastantes espectros. Jeremy la miraba burlón mientras se alejaban de la casa de miedo.

—Al menos no te desmayaste como había previsto —comentó él con una sonrisa torcida.

—Deja de burlarte —reprendió ella dándole un leve golpe en el hombro.

La muchacha se percató de que Alexander —hasta ese momento— la miraba muy persistentemente; su hermano no se había dado cuenta, y ella empezaba a sentirse incómoda.

Ante ellos se alzaba la enorme montaña rusa. La emoción la invadió repentinamente; en cambio, Jeremy soltó un gemido de frustración. Era el único juego que a él no le gustaba y al cual su hermana podía subir sin problemas. Annabelle sonrió abiertamente y jaló del brazo a su hermano, dejando atrás al amigo de este.

—Vamos, pequeño cobarde —lo animó acercándose al juego. Él se detuvo antes de entrar.

—Mejor sube solo con Alexander —intentó hacerle cambiar de opinión. Ella sonrió con maldad.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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