Mitades imperfectas

CAPÍTULO 11. Quédate conmigo

La madre miraba a su hija con los ojos verdaderamente envenenados. En ellos destellaba la furia, la decepción.

—Ya no es de tu incumbencia, mamá. ¡Es mi vida! Tienes que dejar de ver por mí, ya no soy una niña —chilló la muchacha con la voz encolerizada. Su madre la miraba con los ojos muy abiertos, sin poder creer las palabras que salían de la boca de su hija.

¿Cuándo había cambiado tanto su hija sin que ella se diera cuenta? Ella no solía ser así, siempre tan disciplinada, haciendo al pie de la letra todo lo que su mamá le indicase —sin protestar jamás—. Y ahora ya no era ni la sombra de aquella chica.

La señora abrió su bolso dispuesta a sacar las evidencias que alguien le había dado sobre eso, pero se detuvo. Era claro que era cierto, a juzgar por la razón de su hija.

—¿Cómo puedes hacer eso? ¿No te importa venderte? —preguntó su madre histérica. No podía permitir que su hija estuviera en ese rumbo, no cuando ella se había esforzado tanto en darle una educación ejemplar a sus dos hijos. La mujer echaba chispas por los ojos.

El rostro de Annabelle se descompuso —casi soltaba un par de lágrimas—. Le dolía que su madre, sin siquiera escuchar las explicaciones de su hija, creyera lo peor de ella. Por supuesto que no se estaba vendiendo por dinero; sin embargo, explicarle en ese momento a su madre sería imposible. No la dejaría.

—Piensa lo que quieras mamá, sé lo que hago, y no, no es algo malo para mí —atacó la joven.

—No te conozco ahora, Annabelle. Esta no eres tú —replicó la mujer con la voz dura y temblorosa. La joven cerró los ojos tratando de pensar con claridad y decir bien las cosas.

—Escucha. Ya soy una adulta y lo que haga con mi vida es mi problema, no tienes por qué decirme qué hacer y qué no, como antes. Siempre lo has hecho y estoy cansada. Estoy cansada de que me trates así mientras que mi hermano puede hacer lo que se le venga en gana sin recibir reproches.

Cuando Annabelle estuvo a punto de levantar la mirada, su madre hizo algo que nunca había hecho antes con ella. La abofeteó. La muchacha se llevó la mano a la cara y una lágrima escurrió de sus ojos avellana. Su cuerpo temblaba.

De decepción, tristeza y furia.

—Te lo advierto, Annabelle, o renuncias a ese trabajo o te vas de la casa —masculló la mujer saliendo del cuarto y dando un portazo.

Estaba claro, se iría de la casa. Tenía dinero ahorrado, además de que podría vender su camioneta y así no tendría problemas. Ann no lo comprendía, si todavía fuera menor de edad podría votar en favor de su madre. Pero ya no más. Se había acabado.

Salió de esa habitación y se dirigió a la suya cerrando con seguro. Sin quitarse la ropa ni los zapatos se recostó en la cama. Al día siguiente ya tendría tiempo de hacer sus maletas y conseguir un departamento donde viviría desde ese momento en adelante. Y así, con el corazón herido y triste se quedó dormida.

Cuando Annabelle salió de su cuarto —ya habiendo puesto sus maletas sobre la cama y todas sus cosas en orden, con la idea de que después regresaría por ellas, cuando tuviera asegurado el lugar donde viviría—, se dio cuenta de que no había nadie en casa. Su madre y su hermano ya habían salido a trabajar. Al parecer Jeremy no estaba enterado de lo que había pasado la noche anterior. Soltó un suspiro de resignación, de alguna forma ya sabía que todo acabaría así.

Tan solo esperaba que su madre pudiera algún día comprenderla y escucharla. Por otro lado, no sabía cómo era que su madre se había enterado de su relación con Peter. ¿Había sido su hermano o Marie? Tendría que ser alguno de los dos.

Pero lo dudaba, su prima siempre le había guardado secretos sin traicionarla jamás, y su hermano ya le había pedido disculpas. Algo no estaba bien. ¿O tal vez alguien de la empresa ya lo sabía y así se había creado un chisme?

La joven dejó todos esos pensamientos cuando salió de su casa dispuesta a subirse en su camioneta para ir directo a la empresa. Pero alguien le llamó la atención.

Abrió los ojos sorprendida.

Alexander estaba recargado en su moto con la mirada puesta en ella. Annabelle frunció el ceño, no esperaba ver al amigo de su hermano ahí y menos a esa hora.

—Hola, Annabelle... —la saludó el muchacho acercándose a ella—. Supongo que estás sorprendida de verme.

Ann asintió analizándolo, podía notar el evidente parecido de Alexander con su hermano.

—Sí... ¿Buscabas a mi hermano?

—No, en realidad venía a verte a ti.

—¿A mí? —la joven ladeó la cabeza.

—Sí.

—Bueno, soy toda oídos —dijo la joven intrigada por lo que pudiera querer Alexander.

—Yo... quiero que me ayudes a... reconciliarme con mi hermano después de todo este tiempo que hemos estado separados por grandes malentendidos... Sé que tú trabajas en su empresa y por eso... —el joven la miró suplicante—. Quería tu ayuda.

Annabelle se quedó inmóvil, sí que le había tomado por sorpresa. No sabía absolutamente nada del porqué de la desunión de Alexander y Peter, pero al parecer ahora podía tener respuestas.

Aunque, por otro lado, ella no estaba segura de cómo precisamente podría ayudar a que ellos se reconciliaran —sabiendo del odio que tenía Peter hacia su hermano—, como Alexander se lo pedía. Su jefe ni siquiera le había hablado nada del problema con su hermano; sobre eso no había más que puro silencio.

—Sí, cuando te vi intuí que eras el hermano de mi jefe, se parecen. Pero... yo no sé cómo podría ayudarte con esto, no toco temas personales de ningún tipo con mi jefe —trató de explicar.

Alexander apretó los labios para después mirar su reloj con premura.

—Tengo una idea de cómo podrías ayudarme... Mi hermano no quiere saber absolutamente nada de mí y, obviamente, no puedo simplemente llegar con él y hablar, no me escucharía. Pero estaba pensando en que si yo te diera una carta a ti para él y tú la pusieras disimuladamente donde la pueda coger, sería de mucha ayuda.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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