Mitades imperfectas

CAPÍTULO 12. Besos robados

Peter Brown sonreía de oreja a oreja —olvidando el manojo de emociones que le generaron las palabras de Ann— mientras ella admiraba el Porsche blanco. Realmente le gustaba —era uno de esos autos por los que su hermano moriría—, no era demasiado ostentoso. Por otro lado, ya se sentía mejor, pues le había recordado a su jefe que los préstamos no eran parte de los pasatiempos que ellos se habían propuesto. No préstamos, no sentimientos, ninguna cosa de esas.

Además de que su orgullo simplemente no podía aceptarlo.

—Peter, gracias —suspiró y prosiguió—. Pero pensándolo bien, no puedo aceptar esto ni siquiera como préstamo, lo siento.

—Ni una palabra —le interrumpió él, se acercó a ella para abrazarla por la cintura—. Es mío, pero te lo presto, de verdad, no te sientas comprometida —susurró en su oído. La chica se estremeció al sentir su aliento. Tragó saliva mirando el coche. ¿Por qué sus encantos debilitaban tanto sus convicciones? No quería tener otra debilidad.

—No quiero nada prestado —protestó entrecortadamente. Volvió a sentir su aliento en la oreja, cosa que le produjo un cosquilleo.

—No lo rechaces tan fríamente, Annabelle, no es un regalo... —refunfuñó el muchacho—. Por favor, y no aceptaré un no por respuesta.

Suspiró derrotada. Demonios, cómo hacía para que cayera en su juego. Si lo pensaba de forma distinta, tampoco estaba tan mal, después de todo era lógico que obtuviera algunos beneficios al tener un tipo de relación con tal hombre. Pero su único interés era el deseo incontrolable que compartía con él. Y si aumentaban los intereses, comenzaría a desnudarse, y no físicamente.

—Está bien, pero de ningún modo me regalarás la gasolina ni nada que requiera el auto mientras yo lo utilice prestado... —La chica cruzó los brazos volviéndose hacia él—. Que de cualquier manera no será por mucho tiempo.

Otra vez había sonado dura. O al menos así lo había sentido. Peter bajó la mirada como si ella le hubiera dado una mala noticia. Ann comprendió de inmediato lo que significaban sus palabras y se arrepintió un poco, aunque la reacción de él la dejó confundida, había dicho la verdad, los dos lo tenían claro. Peter se quedó callado por un momento.

¿Acaso él no era consciente de lo que ellos tenían? No sería para siempre, los dos lo habían dejado claro desde el principio. Y, definitivamente, Annabelle no quería extender demasiado el tiempo juntos, pues no quería que su corazón sufriera las consecuencias.

—Gracias por aceptarlo —murmuró él en voz baja.

Annabelle se acercó a él —sin saber bien el motivo por el que lo hizo— y pasó sus manos detrás de su nuca para besarlo.

El cuerpo de Peter respondió en automático y sus brazos rodearon la cintura de ella con prisa, mordió levemente su labio inferior, a lo que la muchacha soltó un gemido. Una de sus manos dejó su mejilla para ir bajando por la cadera de la chica hasta llegar a su trasero. Sus cuerpos empezaron a aumentar de temperatura como si de fuego consumidor se tratase.

—Para, alguien nos puede pillar —jadeó Annabelle refiriéndose a las personas que rondaban la casa haciendo diversos quehaceres. Él soltó una risita, pero se controló.

—Tienes razón, en la oficina podemos continuar —sonrió Peter pícaramente. La castaña lo miró alzando las cejas.

—Trabajo y sexo no combinan.

—Excepto en mi caso —protestó él tomándole de la mano. La chica puso los ojos en blanco. Subieron a la habitación de él para cambiarse de ropa, ella tuvo que usar una playera que mandaron a comprar con uno de los empleados. Annabelle comprendió que si iba a permanecer en esa casa por un tiempo, tenía que quedarse en otra habitación, además de que sus gastos se los pagaría ella. No actuaría como si fuera su novia o algo más allá de lo que tenían, pues temía que sin darse cuenta comenzara a apegarse demasiado.

Pero, eso sí, en cuanto ella encontrara un buen lugar para vivir, se marcharía y, quién sabe, tal vez por ese tiempo ellos terminarían ese pequeño juego. Aunque, la verdad, Annabelle no estaba segura de quién daría el primer paso para terminar aquello. La palabra terminar no le gustó...

Los dos acabaron de cambiarse entre besos robados. Y así, sin que ninguno se percatara o pensara en ello, el ambiente entre ellos cada vez se volvía más ligero y mucho menos estático; la naturalidad y la confianza comenzaban a nacer en proporciones irremediables, y el deseo seguía presente, convertido por ellos en el motivo principal, todavía.

Annabelle volteó a verlo y el aire se quedó en sus pulmones. Él ya se había puesto unos pantalones negros que le caían deliciosamente de la cadera y una camisa azul oscuro remangada a la altura de sus codos. Aún no se acababa de creer que alguien tan sumamente atractivo se hubiera fijado en ella. Aunque, en realidad, ese no era el caso. Después de todo, él solo la veía atractiva físicamente, como ella a él. La descubrió observándolo.

—Ya sé que estoy violable, pero no me comas con los ojos, Ann —se burló él lanzando una carcajada. La chica abrió la boca intentando decir algo, pero se detuvo. Él le había llamado con su diminutivo Ann. Vaya, era la primera vez que lo hacía.

Él salió y ella lo siguió por las escaleras. Antes de salir Annabelle sonrió a la señora que hacía la comida. Peter se volvió hacia ella y le tendió las llaves del auto prestado.

—Tú conduces —dijo él subiéndose en el lado del copiloto. La chica rodeó el coche hasta llegar a la puerta. Se introdujo con un poco de dificultad en ese pequeño espacio. Casi parecía que el coche rozaba el piso. Se puso el cinturón de seguridad antes de encender el auto. Y finalmente, después de algunos intentos, con un suave rugido este se puso en marcha.

Annabelle apenas tocaba el acelerador con la punta de su pie y ya el auto salía disparado. Dio unos frenazos, no estaba muy acostumbrada a ese tipo de carros. Peter estaba sonriente y parecía disfrutar de la situación.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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