Mitades imperfectas

CAPÍTULO 15. Fantasmas del pasado

Jeremy tomó un trago de la copa que tenía en mano. La amistad con Alexander había surgido cuando se encontraron en un bar hacía dos años. Eran buenos amigos, aunque Jeremy poco sabía de él. El castaño no tenía idea de quién era en realidad Alexander, mucho menos la relación que tenía con el dueño de la empresa donde laboraba su hermana.

—Él es mi primo Edgar —dijo Alexander cuando Edgar entró a la sala donde ellos estaban sentados; este saludó a Jeremy antes de recostarse también.

—Un gusto —le saludó Jeremy. Edgar asintió con una sonrisa.

—Por cierto... ¿Y tu hermana? No la he vuelto a ver —comenzó a decir Alexander, reclamando la atención de Jeremy.

El joven apretó los labios —imaginaba a su hermana en manos de ese hombre y no le agradaba mucho— mientras buscaba una respuesta. Sabía que ella estaba con su jefe, aunque le disgustara.

—No lo sé, ella tuvo discusiones con mi madre y decidió irse de la casa —contestó Jeremy encogiéndose de hombros. Alexander alzó las cejas.

—¿Algo tiene que ver el trabajo que yo te recomendé? —preguntó el hombre interesado en la situación. Alexander había sido el que había contactado el trabajo para posteriormente sugerírselo a Jeremy para su hermana. La verdad era que ese trabajo era la causa del disgusto de Annabelle y su madre, aunque a Jeremy no le gustaba dar tantos detalles.

—Ella no me ha querido decir, supongo que después lo hará —dijo el castaño al mismo tiempo que se levantaba del sillón. El muchacho miró la hora en su reloj con el ceño fruncido, se le había pasado el tiempo volando, y tenía que ver a Andrea, la chica con la que empezaba a salir—. Tengo que irme, Andrea me está esperando —musitó dándoles la mano en despedida.

—Esa chica te trae un poco loco —se rio Alexander. Su amigo rodó los ojos, aunque en el fondo sabía que así era.

—Más de lo que me gustaría —contestó Jeremy de mala gana.

Cuando Jeremy salió de la casa, Alexander soltó un suspiro.

—Creo que la primera parte del plan ya está más que concretada —dijo Alexander mirando con una sonrisa a su primo. Edgar asintió devolviéndole la sonrisa.

—Creo que sí, todo está resultando justo como lo queríamos... Al parecer el corazón de tu hermano no estaba muerto del todo...

Alexander se relamió pensando en Annabelle. Por supuesto que su hermano caería rendido ante esa muchacha, él ya lo sabía, ella era tan parecida a Miranda... Por eso mismo, en cuanto conoció a la hermana de Jeremy no dudó en cambiar sus planes y utilizar diferentes cartas a su favor.

—Te lo dije, Edgar... Mi hermano siempre tratará de encontrar a su querida Miranda, y qué mejor que en una casi como ella...

—Bueno, viéndolo así, lo que pasará le dolerá un poco a tu hermano... ¿En serio serás tan cruel? —preguntó Edgar con diversión. Alexander juntó las manos con la mirada seria.

—Sufrirá lo que merece, por ser un hombre tan débil. Y por quitarme lo que por derecho propio era mío —masculló Alexander con los músculos tensos. Le había dejado su paraíso a su hermano por muchos descuidos, sin embargo, planeaba recuperarlo a como diera lugar. Y él sabía cómo hacerlo, mucho mejor que nadie.

Peter Brown tomó su mano, incrédulo de que la estuviera viendo, pero al mismo tiempo con el corazón desbordado de felicidad. La tenía frente a él, de pie junto a ese árbol —su favorito de aquel parque— con una hermosa sonrisa y los ojos nublados de felicidad.

Él alzó su mano para tocar su mejilla, era tan suave su piel. Esos ojos avellana, esos labios rojos y dulces lo tenían anonadado, pero entonces ese rostro comenzó a cambiar. Ya no era ella. La mirada cambió y así, sutilmente, también cambiaron los rasgos, hasta que alguien más estaba ahí, era Annabelle...

Peter abrió los ojos hasta que parecieron desorbitados, y con el corazón un poco acelerado tardó unos segundos para volver en sí y percatarse de dónde y con quién estaba. El cuerpo caliente de Annabelle estaba suavemente pegado al suyo, y la respiración de la muchacha le hacía cosquillas en la piel.

Annabelle dormía plácidamente. Él no pudo evitar ponerse a contemplarla. Intentaba hallar algún rastro de Miranda en ella, pero no pudo por más que buscó. Comprendió que eran diferentes y que tenía que dejar de hacer aquello, si no quería volverse loco.

Apretó los ojos un tanto desesperado. Tenía un remolino de emociones en su interior. Por un lado, el recuerdo de Miranda y, por otro, la dulce ilusión que comenzaba a sentir por Annabelle. Aunque había algo más grande: la culpa que le sujetaba el corazón y no le permitía amar por completo a la mujer que tenía a su lado.

¿Qué estaba haciendo? La comprensión llegó a su mente, tenía que ser sincero consigo mismo, no podía autoengañarse. Y la jodida verdad era que siempre que miraba a la chica que estaba a su lado el recuerdo de Miranda se disolvía cada vez más. Y eso no podía ser. Si lo permitía rompería lo que juró nunca volver a hacer y, sobre todo, no podía permitírselo, por mucho que quisiera, pues vivir de nuevo el amor ya no era una opción para él...

Sin dar aviso, una lágrima fría y amarga se deslizó por su mejilla. Estaba naciendo una inmensa desesperación y desgarro en su alma. Porque, por más que lo anhelara, no podía amar a Annabelle como quisiera, como soñaba. No podía...

Entendió que necesitaba detener todo aquello, porque si seguía con ese amor que le estaba removiendo todo en su interior, terminaría más lastimado de lo que alguna vez lo estuvo. El único consuelo que le quedaba era que ella no sufriría, no tanto como él, pues, seguramente, Annabelle no había caído en las redes tan fácilmente como para enamorarse de él. Y de alguna forma... Ella le había demostrado deseo, tal vez cariño, pero amor... De ese amor del que ya no se vuelve, ella no lo había demostrado. Y eso era un alivio, pues Peter no se imaginaba tener que romperle el corazón sabiendo que los dos sentían exactamente lo mismo. Ya entendía lo que tenía que hacer.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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