Mitades imperfectas

CAPÍTULO 19. Experto en romper corazones

Annabelle Jones estaba mirando el reloj incrédulamente. Se suponía que debía levantarse a las siete y ya eran casi las diez de la mañana. Intentó mover los pies fuera de la cama, pero esta se sentía tan cómoda... fue una misión difícil para ella. Cuando lo logró, lo primero que decidió hacer fue darse un baño. El agua caliente le relajaba bastante y ahora lo necesitaba.

Incluso después de cepillarse y secarse el cabello, pronto no tenía nada más qué hacer en el baño. Trató de mantenerse tranquila al vestirse con unos vaqueros y una blusa sencilla. Ese día no tenía ganas de ponerse tacones altos, por lo que eligió sus tenis favoritos.

Después de terminar todo ese proceso, se sentó al borde de la cama. No podía aplazarlo más tiempo, debía pensar sobre qué iba a pasar con Peter. Primero debía ser sincera consigo misma. ¿Estaba realmente enamorada de él?

La respuesta llegó por sí sola.

Ni siquiera había que formularla.

Cuando pensaba en él, no podía pensar en otra cosa más que en sus bellos ojos azules, su voz, su personalidad, incluso su olor. Ya no importaba si intentaba ocultarlo todavía, siempre había tenido la respuesta.

Pero ahora... Todo estaba acabado. Por una asquerosa maldad de Alexander, él seguramente la odiaba. Tal vez había llegado a quererla; sin embargo, con lo que había sucedido ayer, seguramente se había esfumado cualquier cariño hacia ella.

Y eso le dolía.

Y también le daba rabia, pues no había sido culpa de ella... Los ojos se le empezaron a empañar de agua al recordar la escena del día anterior. Lo hubieran engañado a Peter o no, lo cierto es que la había humillado, dejándola como la peor persona del mundo. Y ese resentimiento le estaba arañando el corazón.

Mas, aun con el orgullo herido, le era imposible imaginar una vida sin él. ¿Cuándo es que se había vuelto él tan indispensable? Sin darse cuenta, se fue acostumbrando a él, y poco a poco se convirtió en una parte esencial de su vida. Y ahí fue cuando se dio cuenta de cuánto significaba Peter para ella.

Se levantó de la cama y salió del cuarto. De sobra sabía que su madre seguramente ya se había ido al hospital con su hermano —por más que le rogaba que descansara un poco más—, por lo que ya no entró a su habitación. Tomó un vaso de leche para no irse con el estómago vacío. Tuvo que tomar el transporte público, ya que su madre se había ido en su camioneta, pues su auto tenía una falla y la moto —seriamente dañada— estaba en el taller.

Conforme iba dejando las calles de su casa, acercándose más a su destino, los nervios que azotaban su estómago aumentaron. Incluso unas pequeñas gotas de sudor cubrían su frente. Estaba decidida a intentar arreglar las cosas, no dejaría que su orgullo fuera más fuerte... Sin embargo, si las cosas salían mal...

Cerró los ojos con fuerza.

Entrando al estacionamiento de la empresa su corazón parecía querer salir de su pecho literalmente. Esa sensación le recordó su primer día de trabajo, pero con la diferencia de que los motivos eran completamente distintos.

La ansiedad la embargó cuando empezó a mover los pies hacia la entrada. Sentía las piernas cada vez más pesadas y temía que le fallaran en cualquier instante. Cuando entró finalmente, volvió a tomar otro respiro antes de subir en el elevador.

Estaba luchando por no empezar a morderse las uñas mientras esperaba a que subiera el ascensor. Las puertas se abrieron, todo estaba como siempre. Tragó saliva y caminó hacia la señora que estaba en el recibidor. La miró sorprendida.

—Annabelle —saludó.

Sonrió a medias.

—¿Está el señor Brown? —preguntó secamente. La mujer miró hacia la puerta nerviosa.

—Sí... claro que está —afirmó. La joven comenzó a avanzar hacia la oficina, pero la recepcionista la llamó de nuevo.

—Ten cuidado, Annabelle, no está de muy buen humor —le avisó. Volteó hacia ella encogiéndose de hombros, indicándole que eso no era problema.

Había llegado el momento de traspasar esa puerta. Respiró hondo antes de entrar a la oficina y enfrentarse con él.

Peter estaba de espaldas, lo que fue un alivio para ella. Parecía estar contemplando los edificios de la ciudad que se veían perfectamente a través de una gran ventana. Su escultural cuerpo lucía perfectamente —como siempre—, ceñido por el traje oscuro.

La joven sabía que él era consciente de su presencia, pero aun así no se daba la vuelta. No le temblaron las piernas cuando avanzó hacia su escritorio, corrió silenciosamente la silla y tomó asiento.

Seguía pensando en qué decir, ya que al parecer él no le iba a dar la cara. De repente Peter cruzó los brazos que antes permanecían a sus costados. El aire se quedó atorado en sus pulmones.

Entonces se dio la vuelta y fue como encontrarse con una persona completamente distinta. Sus ojos azules no tenían esa calidez que los caracterizaba, ahora estaban fríos y cautelosos, incluso más que antes. No reflejaban nada y, lo peor, no notaba su alegría al verla.

En ese momento Annabelle se sintió realmente incómoda, casi arrepentida de haber ido. Apartó la vista de él, no le gustaba lo que leía en su mirada.

—¿Qué quieres? —le habló con indiferencia. ¿Qué? Eso no le estaba gustando, estaba mal.

—¿Qué te pasa? —se arrepintió en el momento que soltó esas palabras, aunque no pudo evitar mirarlo para ver su reacción: los labios esbozaron una sonrisa, sin embargo, la felicidad no le llegó a los ojos.

—Dime, Annabelle. ¿Qué quieres? —preguntó pasando por alto su pregunta. Ese era el momento de hablar. Fijó la vista en los rascacielos que se podían ver por los ventanales.

—Yo sé cómo te sientes por todo este malentendido y comprendo que estés así, pero tienes que escucharme, tienes que saber la verdad. Primero, quiero que sepas que nunca te he engañado con nadie como ahora mismo piensas. Yo conocía a tu hermano, pero no lo ubicaba... Y en una fiesta donde mi prima me invitó lo reconocí y supe que era tu hermano. —tomó un suspiro antes de proseguir—. No te había contado sobre eso porque no quería incomodarte con ese asunto, además de que siempre evadías ese tema... Él me pidió hacerle un favor, aprovechándose de mi ignorancia del problema de ustedes... Pero fue una trampa, todo lo maquinó perfectamente bien para que los dos cayéramos... —una lágrima rebelde se escurrió de sus ojos, la limpió con el dorso de la mano.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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