Mitades imperfectas

CAPÍTULO 21. Parker Williams

Annabelle estaba en una silla en el cuarto de su hermano cuando se despertó. Le dolía el cuello por la mala posición en la que había dormido. También sentía los ojos hinchados por todas las lágrimas que había derramado.

Tampoco se le quitaba la imagen de un bebé, Peter y ella. No podía ni imaginarlo, todavía ni lo creía. Llevó las manos a su vientre mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Ahora no sabía qué iba a hacer. Peter no quería saber nada más de ella, él le había demostrado claramente que ya no le importaba creyendo que era capaz de lo peor.

¿Podría ir a decirle que estaba esperando un hijo suyo? No lo aceptaría, ni siquiera creería que era suyo. Pensaba en no decirle, pues no quería nada que proviniera de él y pudiera recordárselo.

Recostó la cabeza en el respaldo de la silla y cerró los ojos. Dios, por qué le tenía que pasar eso. Recordó con nostalgia la última vez que compartieron sus cuerpos, y algo más que eso... No se protegieron, y a ella se le olvidó tomarse la pastilla por el impacto del accidente de su hermano. En su mente aparecía un niño de ojos azules y cabello negro corriendo en algún jardín. ¿Qué debía hacer?

Había descartado la opción del aborto. Jamás le quitaría la vida a un ser inocente. Además, era su hijo, pensó incrédula. Todavía le costaba trabajo creer que dentro de ella se estaba desarrollando una vida. Un bebé. Pero no solo era su hijo, también era de Peter. El hijo de Peter. Pero... ¿creería que es su hijo? No, era lo más seguro. Entonces ni siquiera le diría nada, nunca. Su hijo crecería sin padre, pero ella le daría todo lo que necesitara.

La joven seguía rodeando su vientre con las manos sin quitar la imagen del niño de ojos azules de su cabeza. En medio de toda la tristeza y preocupación que sentía, sin embargo, las comisuras de sus labios se curvaron. Cuanto más pensaba en el bebé, más lo quería. Sentía una calidez que llenaba su interior y que nunca había sentido.

—Buenos días, hija —escuchó la voz de su madre.

Abrió los ojos y se encontró con sus ojos cafés. Tenía el ceño levemente fruncido.

—Mamá... —logró decir con la voz ronca, por lo que se aclaró la garganta—. ¿Por qué has venido tan rápido? —preguntó enojada, alejando todos los anteriores pensamientos de su cabeza.

La mirada de su madre viajó hacia la camilla donde estaba su hermano, inmóvil. Suspiró.

—Tu hermano nos necesita —murmuró ella con tristeza.

Annabelle miró a su hermano con melancolía. Demasiados cables conectaban su cuerpo con unas máquinas. Su cabello estaba muy opaco, había perdido su brillo. Sin embargo, aun con todo eso, seguía conservando su belleza. Su hermano no se parecía mucho a ella, pero Ann siempre había pensado que, sin duda, él había tenido más suerte que ella en el agraciado físico.

—¿Cuándo despertará mamá? —preguntó con voz monótona.

Su madre tomó asiento a su lado, sus ojos estaban llorosos, pero ninguna lágrima había derramado todavía.

—No lo sé... Pero tengo esperanza de que despierte pronto. —Su voz se quebró.

Ann recargó la cabeza en el hombro de su madre. ¿Por qué todo eso le tenía que pasar? Su hermano en coma, su relación con Peter se había terminado de la peor manera y ahora un bebé —de quien su padre seguramente nunca sabría— crecía dentro de ella.

Pensó en contárselo a su madre, mas lo descartó rápidamente. No quería que se preocupara por ella también. Sería su secreto, por el momento. Al menos por un tiempo. Ya después, cuando no pudiera ocultar el evidente embarazo, hablaría con ella. Incluso, había hablado con el doctor para que no le dijera nada a su madre por los momentos.

Estuvieron ahí sentadas contemplando a Jeremy inmóvil, con la pequeña esperanza de que de repente abriera los ojos. Su madre se levantó después de unos minutos.

—Tengo que seguir trabajando, hija —le sonrió débilmente.

—Está bien, yo cuidaré de Jer —musitó Ann.

—Ya viene la enfermera que cuida a tu hermano, tú tienes que ir a desayunar —ordenó su madre elevando la voz.

Ahora que ella lo decía, se daba cuenta de que sentía el estómago vacío.

Ahora no solo comes tú, le dijo su conciencia.

Asintió con la cabeza y se levantó con torpeza. Bostezó y estiró un poco los brazos. Su madre le dio un abrazo y besó la frente de su hermano antes de salir del cuarto.

Dos minutos después una enfermera —de unos cuarenta años— entró para revisar a su hermano. Ann fue hasta donde Jeremy para darle un beso en la frente —al igual que su madre— y salió dirigiéndose al comedor. Bajó por las escaleras ya que el comedor solo estaba una planta más abajo. Cuando iba a dar la vuelta para caminar por el pasillo angosto, chocó con alguien provocando que los libros que traía esa persona cayeran al piso blanco y pulcro.

Avergonzada, se agachó para recogerlos, pero otras manos también se movieron rápidamente. Con un libro en la mano la joven se levantó para dárselo. Y entonces se encontró con un joven bastante familiar.

Sus ojos verdes la escrutaron. Los recuerdos de su viaje a Hawái llegaron rápidamente a su cabeza. De pronto, lo recordó. Era Parker, el salvavidas.

Se quedaron mirando sorprendidos. Ella fue la que habló primero.

—¿Tú... eres el chico que conocí en Hawái? —preguntó alzando las cejas. Él esbozó una sonrisa mostrando el perfecto juego de dientes. Sí, sin duda era él.

—Sí, el mismo. Y tú la chica a la que salvé —rio entre dientes.

Ann asintió, recordando el incidente con una sonrisa.

—Y... ¿cómo es que estás aquí? Tú trabajabas en Hawái, ¿no? —preguntó Annabelle.

De pronto la joven fue consciente de lo cerca que estaban, por lo que dio un paso atrás y se sintió más cómoda.

—Bueno, pues, obviamente tuve que tomar un avión y después... —empezó él a bromear.

Annabelle lo miró divertida.

—¡Ya está! Eso es obvio —dijo negando con la cabeza.

Parker soltó una carcajada.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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