Mitades imperfectas

CAPÍTULO 22. Amigo

Unos murmullos lo despertaron. Abrió los ojos con dificultad y descubrió que su vista era un poco borrosa. Poco a poco se fue aclarando, reconociendo su entorno. Entonces fue cuando pudo distinguir a Andrea —quien lo había acompañado— platicando con un señor con bata blanca. Observó a su alrededor y comprendió que estaba en un hospital. Trató de recordar por qué estaba ahí, pero no lo consiguió. Hizo el esfuerzo de hablar, pero solo salió un sonido indefinible de su boca. Andrea se volvió hacia él.

—Ya has despertado —murmuró sonriéndole.

La miró con un gesto confundido.

—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó con la voz débil.

Ella se acercó y tomó su mano entre las suyas. Se sentía bien.

—Tenías demasiada fiebre —le explicó. Él asintió con la cabeza pensando que era una exageración haberlo traído hasta el hospital, aunque se lo agradecía—. Ya te debes sentir mucho mejor —agregó Andrea sonriendo un poco.

El muchacho sentía el cuerpo un poco cansado, pero no tanto como para no poder caminar por sus propios medios. Andrea intercambió palabras con el doctor y después suspiró aliviada.

—Ya estás dado de alta —dijo ella dirigiéndose a él.

—Está bien, gracias.

Ya quería salir de ese lugar, no le agradaban mucho los hospitales. Eso le trajo un pensamiento. Seguramente el hermano de ella... aún seguiría internado. Sintió un nudo en la garganta, no quería —y a la vez su corazón lo deseaba— encontrarse con ella. No sería bueno.

La razón, la realidad de lo que había sucedido le confirmaba la culpabilidad de Annabelle, sin embargo, una parte de él todavía no lo creía y confiaba en ella. Con la ayuda innecesaria de Andrea, se levantó y tomó sus pertenencias, que estaban en un pequeño mueble al lado de la camilla.

Sabía que ese era el mismo hospital donde estaba internado el hermano de Annabelle, por lo que solamente quería salir de ahí. Le dolería verla. Para su mala suerte, Andrea le avisó que entraría a la cafetería por un aperitivo. Él la esperaría mientras tanto en el estacionamiento. Ella asintió y Peter siguió su camino, sumido en sus pensamientos, cuando de pronto unos ojos avellana lo sacaron de su ensoñación. Se paró en seco. Los ojos de ella, que también había detenido su marcha, estaban clavados en los suyos. No decían nada expresamente, sus miradas lo decían todo: amor, dolor, reproche.

Se empezó a formar un nudo en su garganta cada vez más grande cuanto más la miraba. Ella traía en la mano unas hojas. La expresión de sus ojos había pasado de la sorpresa a la confusión y al desconcierto... Por un momento fue como si pudiera ver a través de ellos su alma. Y podía sentir que ella estaba viendo lo mismo en él.

Desviando con dificultad su mirada, Annabelle parpadeó un par de veces y dio un suspiro antes de empezar a caminar de nuevo. Cuando pasó al lado de Peter, el muchacho por instinto la tomó del brazo. Era increíble como ese toque —diminuto— le había llenado de dicha, fue como emerger del pozo oscuro donde estaba sumido. Annabelle giró su cabeza para verlo y sin expresión alguna en sus ojos, musitó con voz dura:

—Suéltame.

Sus dedos seguían firmes alrededor de su brazo, negándose a dejar escapar lo que habían encontrado. ¿Por qué simplemente no la dejaba ir? ¿Por qué la detenía? Ella era la que lo había engañado, la aprovechada. Y, aun así, no quería —casi ni podía— pensar eso de ella. Se obligó a él mismo a hablar. Había una duda que le rasguñaba el corazón. Sí, ella, con Alexander, había jugado con él, pero quería saber si había logrado sentir algo cuando estuvo con él, dejando de lado sus verdaderos intereses desde el comienzo; aunque, cualquiera fuera la respuesta, no cambiaría nada.

—¿No sentiste nada, verdad? —preguntó él con la voz apagada. Ella soltó una risita de amargura.

—Eso mismo te pregunto a ti... ¿Qué demonios haces? Si está claro que ahora me odias —espetó Annabelle con la voz llena de dolor y furia.

Las simples palabras —te amo tanto que soy capaz de perdonarte todo— que una parte de su ser ansiaba decir, no salían de su boca. Y Peter nunca permitiría que salieran. Era una jodida mierda. Tenía que resignarse a que siempre le dolería, que jamás la olvidaría. Y tenía que aprender a vivir con ello.

—Tienes razón, no mereces siquiera que te detenga, después de todo, no vales nada —susurró con la voz fría, al tiempo que la soltaba.

Antes de que fuera consciente de otra cosa, sintió un golpe que impactó contra su mejilla. Annabelle no era demasiado violenta, aunque tanta furia y dolor solo podían ser expulsados de esa forma. Su mano voló hacia su mentón tratando de apaciguar el ardor que había comenzado a sentir. Le había golpeado con fuerza. Antes de que pudiera decir algo, vio que de sus ojos avellana escapaba una lágrima. Entonces ella echó a correr y desapareció de su vista. ¿Por qué se sentía como una mierda por haberle dicho eso? El malestar en su pecho parecía no irse nunca. Y todo era porque deseaba con fuerza odiarla y así despojarse del gran amor que le tenía.

Se dio cuenta de que varias personas habían presenciado la escena. Un poco avergonzado por lo ocurrido, reanudó su camino. Esa vez su cabeza era un hervidero de emociones y contradicciones contra él mismo. Llegó al coche y Andrea ya estaba esperándolo.

Peter trataba de controlar las ganas de ir a buscarla, de perdonarle todo, de olvidarse de lo que ella había hecho y rogarle que volviera. Y, maldición, las ganas eran demasiado fuertes. Casi del mismo tamaño que sus ganas de poder odiarla sin éxito. Tenía que resignarse de una vez. Obligarse a él mismo.

Mientras miraba las calles que pasaban —puesto que Andrea manejaba—, se juró una cosa a él mismo, y no era olvidarla, ya que sabía que estaba fuera de sus opciones. Pero no volvería con ella. Aunque la amara, aunque pudiera perdonarle, no podía pedirle que volviera.

Una pregunta llegó desde lo profundo de su ser. ¿Era feliz? No, definitivamente sentía todo, menos felicidad. Entonces comprendió que su futuro estaría lleno de soledad, que sería monótono y sin sentido. En pocas palabras, una mierda.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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