Mitades imperfectas

CAPÍTULO 26. Culpa

La risa de Alexander resonaba contra su oído. Le hervía la sangre de la furia. Veía todo rojo. Ese desgraciado había llegado muy lejos con sus ambiciones.

—¡Si le tocas un pelo juro que no vivirás por mucho tiempo! —gritó corriendo hacia su auto. Subió tan rápido que no se había dado cuenta de que el muchacho subió también con él.

—Eso veremos. Necesito arreglar unos asuntos contigo. Te espero en la bodega, no traigas a nadie, mucho menos a la policía, si no la quieres muerta —dijo el desgraciado.

La bodega oscura era un lugar que frecuentaba cuando era adolescente, un antiguo almacén de refrescos abandonado hacía tiempo.

—Estás muerto —rugió encendiendo el coche y saliendo del estacionamiento.

—Te espero, Peter, no llegues tarde, porque tengo que decirte todo lo que tienes que hacer si no quieres que mate a tu noviecita —sentenció Alexander y colgó. Había demasiado tráfico por lo que el jeep no podía avanzar con facilidad. Peter golpeó el volante con el puño, gruñendo de desesperación.

-Dime qué te dijo, maldita sea —gruñó su acompañante, y entonces se dio cuenta de que estaba a su lado. Lo fulminó con la mirada, pero ahora no era momento de discutir, más bien debían actuar en equipo. Debía salvarla, era consciente de lo que Alexander era capaz de hacer solo por conseguir sus objetivos.

Cuando el tráfico se disolvió un poco, pisó con fuerza el acelerador esquivando los estorbosos coches que se interponían en su camino. Ni siquiera podía imaginar qué podrían estar haciéndole, pero de una cosa sí estaba seguro. Alexander muy pronto dejaría de habitar el planeta. Nadie tocaba su más preciado tesoro y ahora que estaba tratando de recuperarla mucho menos.

Rogando al cielo porque se encontrara bien apresuró aún más la marcha del coche. Los autos pasaban como un borrón al lado suyo. Finalmente, pudo distinguir la gran bodega abandonada que estaba casi a oscuras; únicamente por una rendija se colaba la luz del exterior. Por suerte, se conocía casi de memoria el lugar, por lo que la tenue luz no sería un gran problema. Ese sitio era al que Alexander obligaba a ir a Peter para encontrarse con sus amigos y consumir sustancias prohibidas. Eran recuerdos que nunca sacaba a relucir en su memoria.

Dejó el coche a una cierta distancia de la entrada de la bodega. Se giró hacia el muchacho que tenía una mano en la puerta para salir.

—Espera —lo detuvo—. Tú entrarás por la puerta de atrás. Yo entraré por el frente para que piense que vengo solo. Haré lo que tengo que hacer, y me llevaré a Annabelle, si no sale como espero, haz todo lo posible por ayudar —explicó con la mandíbula apretada. Parker asintió claramente tenso y se escabulló hacia donde le indicó.

Tenía que admitir que por esa ocasión él le estaba sirviendo de gran ayuda; después de todo, Annabelle era capaz de conquistar a todo mundo, y no lo culpaba. Salió del auto sintiendo que podía matar a quien fuera, si algo llegase a ocurrirle a ella.

Sentía todas las esperanzas muertas. Ella había intentado en vano llamar a Parker, mas, en cuanto se dieron cuenta, muy rápido, destruyeron su celular. Sus muñecas dolían por la fuerza de las cuerdas con las que le habían atado. Los tobillos de sus pies estaban en la misma situación. No sabía cómo había terminado ahí, sin embargo, en cuanto volvió a ser consciente, pudo reconocer las voces de esos malditos. Alexander y Edgar.

Ya se había cansado de gritar y protestar porque la dejaran libre, por lo que permanecía callada, llorando en silencio. Su único temor real era cómo se encontraría su bebé. Le habían golpeado en la cara y le habían dado una patada en una de las costillas, que empezaba a dolerle como un demonio. Solo deseaba que el bebé estuviera bien, que no le pasara nada... Estaba viviendo una pesadilla y le dolía todo. No entendía qué mal tan grande había cometido para merecer aquello.

Un poco más tarde, había escuchado con atención la llamada de Alexander a Peter, quien al parecer vendría a salvarla. No sabía cuál era la razón de esa decisión de él, si se suponía que creía que ella era cómplice de Alexander. ¿O ya se había enterado de la verdad?

Fuera lo que fuera, rezaba por dentro porque no se le ocurriera ir por ella. No sabía qué haría si algo malo le llegara a pasar a él. Sin embargo, pasaban los minutos y ninguna señal se vislumbraba entre aquellas penumbras.

Cuando estaba comenzando a convencerse de que Peter no iba a llegar, una parte de ella se sintió feliz y otra un poco decepcionada. Pero al alzar la vista de nuevo se encontró con unos ojos azules inyectados en furia. Nunca lo había visto destilando tanto odio, lucía casi escalofriante. Su vista se nubló por las lágrimas que comenzaron a descender por sus mejillas, sintió un alivio repentino con el simple hecho de mirarlo a los ojos.

Una sonrisa se iluminó en sus labios en cuanto sus ojos conectaron con los suyos, sin embargo, después el cuerpo de Alexander le impidió ver el rostro de Peter. Ahora el pánico la consumía. Alexander era capaz de cualquier cosa, su odio iba más allá de lo racional. Aborrecía por completo a su hermano y era capaz de matarlo, estaba segura. Un escalofrío recorrió su espalda.

—Pet... —intentó pronunciar, mas su voz quedó atorada en su garganta. Peter avanzó un metro hacia su hermano aunque todavía seguía a una distancia considerable.

—Suéltala, Alexander, si no quieres que te estrangule con mis propias manos —gruñó Peter a su hermano. Este no hizo ningún movimiento. Edgar seguía al lado de la joven con una pistola en la mano. Cuando Peter se dio cuenta de la presencia de Edgar, sintió todavía más rabia.

—No se trata solo de tu muñequita, tenemos que arreglar cuentas pendientes —espetó Alexander.

El miedo que sentía la joven era inmenso. Volvió a tener un poco de vista hacia Peter y pudo darse cuenta de que estaba tratando de controlarse. Su expresión fría lo delataba. Era consciente de que aún no sabía por completo la historia detrás de su odio, por lo que no comprendía tanto sus palabras.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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