Mitades imperfectas

CAPÍTULO 27. Mitades imperfectas

Ya había amanecido cuando Peter despertó acurrucado en el sofá —en la habitación de la joven—, en algún momento de la noche había entrado al hospital. Sentía el cuerpo muy cansado y le ardían los ojos. Casi no había podido dormir pensando en todo lo que había ignorado durante esos meses, todo lo que ella había sufrido.

Annabelle todavía no despertaba, pero no tardaría. La verdad es que no sabía si quedarse hasta que abriera los ojos o irse, tal vez le afectaría su presencia. Y le dolería mucho decirle que el muchacho —su mejor amigo— había fallecido. Tragó saliva. Ese día era su entierro. Y el sabor amargo en su estómago no se iba; sentirse responsable de una muerte era una mierda. Ya lo había sentido —hacía años— y ahora lo oprimía con fuerza. Tal vez era el castigo por lo que había causado en el pasado, por haber roto su promesa, por volver a ser tan débil y enamorarse otra vez.

Tal vez era cierto que él solo sabía destruir. Tal vez se merecía eso.

La puerta se abrió y entró la madre de la chica. No estaba mucho mejor que él, también se le marcaban mucho las ojeras. Le lanzó una mirada y avanzó hacia su hija. De pronto pareció que Annabelle se estaba moviendo, estaba a punto de despertar. Su madre volteó a verlo con cautela.

—Será mejor que no estés aquí —susurró. Peter salió del cuarto, comprendía a su madre. Se moría de ganas de hablar con Annabelle para aclarar todo, sin embargo, tenía que esperar. Aunque a la vez era un alivio para él no enfrentarse todavía a ella, porque tenía miedo de que no lo perdonara. ¿Tan siquiera querría verlo?

Pero no podía ser un cobarde y rendirse, por una vez en su vida tenía que hacer las cosas bien. Esta vez tenía que demostrarle todo el amor que sentía por ella, tenía que recuperarla, a ella y a su hijo.

Se sentó en una silla fuera del cuarto. Entrelazó sus manos y las pasó por detrás de su nuca. En comparación con el cuarto, afuera había más ruido. Los enfermos —en silla de ruedas, camillas o cualquier otro artefacto— pasaban de vez en cuando acompañados de sus enfermeras.

—¿Ya te has enterado? —preguntó una voz a su lado. Levantó el rostro y se encontró con la prima de Annabelle, Marie. Sintió vergüenza ante ella, por dudar de lo que le había dicho, pero a la vez estaba agradecido con esa joven.

Asintió con la cabeza.

—Te debo una disculpa. —La miró a los ojos—. Y... gracias por haberlo hecho, por defender a tu prima de mi error.

Marie apretó los labios. La joven podía notar que en verdad ese hombre estaba muy mal por su prima, y sentía un poco de lástima y compasión, pues en ese instante no se veía como la persona que el mundo conocía.

—Hice lo que tenía que hacer. Aunque creo que has querido entender demasiado tarde —susurró Marie mirando hacia la puerta cerrada del cuarto.

—Ojalá todavía no sea demasiado tarde... —su voz se quebró. Miró a esa joven rogando por su sinceridad.

—¿Tú crees... que a pesar de todo lo que ha pasado pueda perdonarme? —sus ojos azules estaban tristes. Marie suspiró. Conocía a su prima, era muy buena con todos, aunque nunca podía afirmar cuál sería su reacción, pues expresaba al instante todo lo que sentía, sin pensarlo.

Recordó aquella vez cuando eran adolescentes.

David era el chico por el que suspiraban las dos primas de quince años. Marie deseaba ser su compañera de baile, aunque sabía que Annabelle —ella lo había conocido primero— también deseaba lo mismo. Y aquella vez fue la primera pelea entre ellas.

Annabelle, impulsada por sus emociones y viendo a su prima como clara rival, no se había contenido y le había pedido que él fuera su pareja de baile. A lo que David había aceptado sin chistar.

Aquella misma tarde —unas horas más tarde—, sin que Annabelle lo supiera, su prima había ido a casa de David a pedirle lo mismo. Se había puesto un bonito vestido y le había llevado como obsequio un rico perfume. David había terminado encandilado por completo con la prima. Y la fiesta se acercaba, sin que Annabelle supiera de la traición de David y Marie.

—Y al final me perdonó.

Peter frunció el ceño.

—¿Qué dices?

Marie sacudió la cabeza, despejando su mente.

—Nada, solo recordaba algo... Mi prima no es buena guardando rencor, es su naturaleza, pero nunca había sufrido algo tan grave... como esto. —Lo miró seriamente.

—No sé qué locuras puedo hacer para que me perdone, pero creo que cualquier cosa.

Marie negó sonriendo un poco. Tenía que admitir que no se parecía al antipático que había conocido en la empresa, esa versión de sí mismo le gustaba más, y ya estaba entendiendo por qué su prima se había enamorado.

—La amas, ¿cierto? —le preguntó—. Eso no se puede fingir, y veo que te importa mucho, lo noto a kilómetros. Tal vez no te vaya tan mal.

El corazón de Peter se aceleró un poco.

Era el latido de la esperanza.

—Ella se ha convertido en parte de mi alma.

Marie lo examinó para saber si era sincero, y descubrió que así era. La joven estaba esperando a que su prima despertase para apoyarla, sabía cuán especial había sido Parker para Annabelle.

—Ella lo quería, aunque fue poco tiempo, Parker se convirtió en su soporte, su compañero, su mejor amigo. Será muy doloroso para ella... Y aunque no sé cuál será su reacción, lo mejor será que estés con ella, no importa lo que diga.

Peter bajó la mirada.

—No sé si pueda perdonarme cuando le diga que la muerte de su amigo fue por mi culpa.

Marie frunció el ceño.

—Mi tía me dijo que la secuestraron y Parker y tú intentaron salvarla. ¿Cómo puede ser tu culpa?

Peter levantó la mirada.

—No tuve que dejar que me acompañara, era mi problema, no el suyo.

—Por supuesto que él también quería salvar a su amiga —dijo Marie sin entender.

—Y el problema entre mi hermano y yo solo me incumbía a mí, sabía que era peligroso y ni siquiera hice el intento para que no me acompañara. Aunque... Si no hubiera ido probablemente yo hubiera muerto... Desvió la bala que iba directo hacia mí.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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