Mitades imperfectas

CAPÍTULO 28 Completos

Dos años después.

—Estás hermosa Ann, como siempre. Si no fuera porque tenemos que irnos ahorita mismo, te quitaría el vestido... —susurró Peter en su oído haciéndole cosquillas. Lo miró con diversión.

—Eres un pervertido, vámonos antes de que caiga en tu juego —murmuró sonrojada y entró al auto. Debía ser una tontería que todavía se acalorara cuando le decía cosas como esas, pero, bueno, le encantaba que fuera así.

Peter manejó con rapidez por las calles de la ciudad. Entraron a su casa, pero con la diferencia de que parecía que recorrían un camino de flores, que el vehículo siguió hasta llegar a una hermosa palapa —en medio del jardín— donde en el centro había una mesa puesta con platillo, vasos y dos sillas decoradas, cubiertas de una tela de color rojo. También colgaban del techo de la palapa hermosas luces que resplandecían en la oscuridad de la noche.

Bajaron y se acercaron a ella. Annabelle respiró un aroma impresionante, parecía que la habían perfumado con la fragancia más suave del mundo. Era la palapa más bonita y romántica que había visto. Había champán sobre la mesa y diferentes tipos de vinos.

Entonces Peter la miró con una exquisita devoción. Volteó a verlo con lágrimas en los ojos. Sentía la extraña sensación de que su corazón se había agrandado, por tanto, amor que sentía. Nada podía ser más perfecto.

Él clavó una rodilla en el suelo y tomó con delicadeza su mano —blanca y temblorosa— y sacó una cajita de terciopelo. Entonces Peter la abrió y en ella había un hermoso anillo, cubierto de zafiros y, en el centro, un pequeño diamante. Las lágrimas comenzaron a nublar su vista volviéndola borrosa.

—¿Quieres ser mi esposa, Annabelle Jones? Prometo amarte, cuidarte y protegerte cada día de mi vida, hasta el día en que muera —rogó Peter con la voz ahogada. Se dio cuenta de que él también estaba llorando.

—Sí, sí quiero ser tu esposa... —aceptó con la emoción más grande que había experimentado alguna vez. Él se levantó y la abrazó con fuerza, antes de fundirse en un apasionado beso ante la mirada de la luna.

Finalmente, estaban viviendo en el paraíso que siempre habían soñado.

La joven se restregó los ojos. Aquel momento había sido tan maravilloso que se había quedado guardado en su memoria y en sus sueños.

Había pasado tan rápido el tiempo. Por mucho dolor y felicidad que había sentido durante ese tiempo las manecillas del reloj nunca se detenían. El tiempo pasaba sin marcha atrás.

Todo había vuelto a la normalidad, casi todo era tranquilidad para ella, excepto por la preocupación y la tristeza que sentía por su hermano. Hacía ya más de dos años que estaba en coma y todavía no despertaba. Lo extrañaba muchísimo, pero no se iba la esperanza de que pudiera levantarse algún día. Y Parker, cuánto lo extrañaba, siempre lo recordaba, aunque ahora, en lugar de hacerlo con dolor, esbozaba una sonrisa. Él merecía ser recordado con felicidad.

Su madre ya no trabajaba tanto en el hospital a causa de su nieto, pues ahora se había convertido en la abuela más consentidora del mundo. Sí, su hijo ya había nacido, apenas tenía un año y medio y era el niño más hermoso del mundo, no lo decía porque fuera su madre, sino porque lo era. Sus preciosos ojos azules cautivaron su corazón desde el primer día y su escaso cabello castaño era más suave que la seda. Además, parecía haber heredado su carácter, según su madre.

Era la mayor bendición que le había dado la vida. Su hijo y Peter eran su razón de existir, ellos eran los soles de cada día. Parker era el nombre de su hijo, en honor de su mejor amigo fallecido. Estaba muy orgullosa de su decisión, era lo correcto, porque, después de todo, Parker la había salvado y también lo había salvado a él. Sabía que a Parker le iba a hacer feliz donde fuera que estuviera.

Sus pies descalzos tocaban el frío piso mientras buscaba por el cuarto de Parker sus pantuflas. Cuando al fin las encontró, suspiró por la increíble suavidad que sentía al contacto con sus pies. El pequeño Parker dormía plácidamente en su cuna, se acercó y le acarició la cabecita. Nunca se cansaría de mirarlo; cuando lo veía con atención se le encogía el corazón de tanto amor que sentía por él. Podía decir que era el mayor amor de su vida, más que ningún otro. Ahora entendía el sentimiento de una madre por sus hijos.

Le sonrió y se acercó estirando su cuerpo para darle un suave beso en la mejilla. Su cabello castaño le caía sobre la frente, y con cariño se lo apartó de la carita.

Peter todavía no llegaba, había ido por cosas que necesitaba el niño, y ya estaba por entrar la noche. Por lo que regresó al cuarto de ellos y se dispuso a ver las fotografías de su boda. Tomó el gran álbum de fotos y se fue a sentar en la mullida cama. Lo abrió recordando momentos maravillosos con cada fotografía.

Todo estaba siendo demasiado perfecto como para creérselo. No dejaban de sudarle las manos por los nervios. En pocos minutos comenzaría el recorrido, donde al final la esperaba Peter, para entregarle su vida por completo.

La poca familia de su madre había hecho el esfuerzo por ir hasta la ciudad, Peter había traído a unos cuantos amigos suyos incluyendo a su mejor amigo Simon, y a sus abuelos de Colorado, que conoció esa vez. Su prima Marie había llegado con su prometido y con una gran sorpresa, con la mejor amiga de la secundaria de Annabelle. Cuando la vio, no podía reconocerla, estaba totalmente distinta; además, habían pasado demasiados años de no verse.

Toda la gente que quería estaba ahí, acompañándolos. Aunque tenía que admitir que sentía ese vacío en el corazón al no ver a su hermano y a Parker entre los rostros que la felicitaban.

Trató de no pensar en nada más y solo concentrarse en caminar firme y no tropezarse con su propio vestido. Su madre le sujetó el brazo con los ojos llorosos y entonces comenzó a sonar una melodía en el piano que parecía ser creada por los mismos ángeles.



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En el texto hay: deseo, romance, amor

Editado: 16.04.2020

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