Mis ojos picaban a causa de las lágrimas de miedo y, por más que me repetía que no debía ser débil, comenzaban a desbordar mi rostro, humedeciendo mis mejillas. No sabía qué hacer cuando este tipo de cosas sucedía. No solo eso, sino que el alcohol me tenía algo achispada y mi corazón estaba galopeando con fuerza dentro de mi caja torácica.
Nunca debería haber dejado que Sean tomara tanto. Se volvía un tanto violento y no me gustaba en lo absoluto.
—¡Brrren, nena!, no te pongas así. Veeen, volvamos a la cama.
Sentí que tocó mi hombro desnudo con su mano fría y seca.
—No me toques —bramé y corrí mi cuerpo lejos de su alcance—. Estás muy borracho.
Volteé para mirarlo a los ojos y sequé mis mejillas con furia. Quería que viera lo mucho que me había afectado su actitud. Me miró arrepentido e hizo una cara de perro mojado. Luego comenzó a reír como desquiciado y trató de volver a acercarse. Como yo estaba relativamente sobria, lo esquivé con facilidad y me acerqué al sillón para tomar mi chaqueta y largarme de allí. Estábamos en plena primavera, pero de igual manera la noche refrescaba y no pensaba salir con falda y camiseta de tirantes.
—Oh, porrr favorrr, ven aquí, yo te aaamo —arrastró las palabras, demostrando que estaba demasiado ebrio como para pronunciar correctamente.
—Nos vemos mañana cuando estés sobrio, Sean.
Me abrigué y salí de allí sin dejar que dijera nada. No quería escucharlo, estaba furiosa y asustada. Eso nunca había pasado antes y tampoco quería que pasara. No estaba física ni mentalmente preparada.
Ni siquiera tenía paciencia para esperar el elevador ni ganas de tomar un taxi, así que bajé las escaleras del edificio lo más rápido posible, salí de allí y comencé a caminar, no sin antes sacar mi iPod y colocar los auriculares en mis orejas.
Aumenté la velocidad de mis pasos cuando recordé que en un par de horas mis padres se estarían despertando para ir a trabajar, y no quería que me vieran entrar a nuestro piso al mismo momento en el que ellos se iban. No me iba a ir nada bien si eso ocurría.
Un rato después de estar caminando, a mitad de camino hacia mi hogar, sentí que uno de mis bolsillos estaba vibrando. Como odiaba la continua vibración, saqué el teléfono lo más rápido posible, quité de mi oreja uno de los auriculares mientras contestaba.
—¿Sí? —atendí de mala manera.
—¿Así es como atiendes a tu mejor amiga?
Sonreí al instante. Candace podía ser muy molesta cuando quería, a pesar de ser la persona inteligente y razonable en esta relación, pero en momentos como este su voz y locuras me tranquilizaban.
—Lo siento, no me fijé en el identificador. ¿Qué haces aún despierta? Pensé que apenas dejaste el bar te irías a dormir.
Porque era lo razonable. Candace no era como yo, a quien podría considerar como un murciélago. Vivo de noche y duermo de día.
—Insomnio. Cuando llegué a casa no tenía sueño, así que puse la televisión y lo único interesante era una película de terror. Ahí lo tienes, ahora no puedo dormir.
Reí ante su confesión.
—¿Qué película era?
—El Grito.
Reí otra vez.
—Ahora tampoco podrás bañarte sola, ¿sabes?
—Oh, cierra la boca. Cambiando de tema, ¿sigues en lo de Sean?
Y fue suficiente para cambiar mi humor.
—No, estoy caminando hacia mi casa.
—Veo... ¿Ha pasado algo? —preguntó, su voz con un tinte de preocupación.
Mi suspiro fue tan largo que creo que duró medio minuto.
—¿Podemos hablar sobre eso mañana? Estoy llegando a casa y no quiero hacer ruido y despertar a mis padres.
—Estás evitando el tema a propósito, señorita. Pero, está bien. ¿Me llamas mañana? O, bueno, hoy más tarde —agregó con una risa—. Me iría a dormir pero debo levantarme en media hora. Así que hasta algunas horas.
—Seguro —reí entre dientes.
El humor me había vuelto.
Cuando llegué a casa, sí tomé el elevador. No solo porque estábamos en uno de los últimos pisos, sino porque estaba exhausta. Eran las seis y media de la mañana, lo único que quería hacer en ese momento era darme una ducha caliente y dormir. Me saqué los tenis en la entrada y comencé a caminar a hurtadillas hacia la cocina, para tomar un vaso de algo que me sacara el gusto de nada de la boca.
Saqué una botella de Coca-Cola de la heladera y di tres tragos, satisfaciendo a mi reseca garganta. Cerré la puerta y cuando volteé, todas las luces se prendieron de repente. Mi mamá estaba sentada en el gran sofá de la sala con los brazos cruzados, y no pasó mucho tiempo hasta que papá se le unió, seguramente luego de haber prendido las luces.
—Buenas noches, Eloïse —saludó a mamá con hostilidad—. ¿O debería decir buenos días?
Hice una mueca. Iba a reclamarle el llamarme por mi segundo nombre, pero no me pareció adecuado. Hacía mucho tiempo que mis padres no me atrapaban a la hora de llegada.
—Buenos días —saludé insegura.
Rodeé la barra de desayuno y me acerqué a ellos a paso lento. No solo era raro que estuvieran despiertos a esta hora, sino que ambos tenían una expresión en sus rostros que no me agradaba.
—¿Dónde estabas? —preguntó papá.
—Estaba con Sean. Estábamos viendo una película y se nos pasó el tiempo —mentí sin problemas.
Debería haber sido parte de la pandilla de Alison de Pretty Little Liars con lo buena mentirosa que era.
—Bien. Entonces, ¿por qué estás vestida así?
Uh, oh.
—Fuimos a un bar primero. Se los dije antes de salir de casa hoy.
Por lo menos eso era verdad.
Papá suspiró.
—Mira, Brenda, tu madre ha recibido bastantes noticias en el club sobre ti y no son nada agradables. Decidimos hacer algo al respecto.
—Espera, espera. No pueden creer cada rumor sobre mí, papá. —Lancé mis manos al aire.
Mamá se paró de un salto y me dio una mirada llena de acusación, aunque más que nada, de decepción.