Yo era una persona de pocas palabras; con muy pocas personas me dejaba llevar y hablaba sin parar —como con Candace, por ejemplo—. Seleste, no obstante, era muy diferente a mí en ese aspecto. Ella cotorreaba sin parar a mi lado mientras esperábamos que el pequeño avión tomara vuelo. No era un jet ni un avión privado, pero tampoco era largo y grande como los aviones de vuelos internacionales. De este lado del mundo eran las cuatro de la mañana. Yo estaba exhausta, mientras mi prima hablaba sola sin parar.
—… Y es fabuloso. Estará tan hermosa el día de su boda que a todos se les caerá la baba. ¿Crees que en mi boda yo estaré hermosa? Porque sé que aunque no será lo mismo puede ser una de las bodas más importantes, o sea: estoy saliendo con el primo del futuro rey. —Dejó salir una risita—. Aunque Lynn es mi amiga, no debería estar pensando en opacarla ni en el día de su boda ni en el mío, quiero decir, no debería estar pensando en tener una mejor que ella. ¿Puedes creerlo, Brendie? ¡Lynn será reina! Aún me es difícil creerlo. ¿Ya conociste a Alaric? Él será un gran rey…
Y bla, bla, bla. En cierto punto dejé de escucharla, coloqué los auriculares en mis orejas y la aparté de mi mente. Cuando me quedé sin batería aún quedaba una hora de viaje. Seleste, milagrosamente y gracias a la santa madre de Dios, no estaba hablando. Estaba mirando hacia afuera, por la ventanilla. No había mucha gente en el avión, pero la poca que había estaba con los ojos cerrados. Me preguntaba si habían escuchado las palabras de mi prima con más interés de lo que yo lo había hecho.
—¿Quiere algo para tomar señorita Morel? —preguntó la azafata.
Pensé que se estaba dirigiendo a Seleste, pero, cuando giré a verla, me di cuenta de que se estaba dirigiendo a mí y esperaba mi respuesta con una sonrisa cordial. ¿Por qué me había llamado «señorita Morel»? Mi primer apellido era Thomas, no Morel.
—No, gracias. —Agradecí negando con la cabeza.
Tenía hambre, pero no quería comer dentro del avión, quería llegar a donde fuera que me quedaría, comer algo, darme una ducha y dormir el resto del día.
—¿Cómo está Nueva York? —preguntó Seleste esbozando una sonrisa.
—Eh… Está bien.
—¿Cómo están tus padres?
—Ellos están bien.
—¿Candace?
—Igual.
—No vas a conversar conmigo, ¿verdad? —preguntó resignada.
—No —respondí escueta.
Ella no entendía que no quería hablar. No con ella, no con nadie. Por lo menos no con nadie de las personas que me rodeaban. Si pudiera haber llamado a Candace lo hubiera hecho, pero lo que menos quería era provocar una interferencia en las máquinas del avión y que tuviéramos un accidente. Exagerada, ¿verdad? En realidad no me importaba, solo estaba buscando una excusa para no llamarla. Además de que no habría señal, ella estaría durmiendo.
Cuando el oficial de vuelo avisó que aterrizaríamos en algunos minutos, Seleste chilló emocionada, provocando que volteara a verla con el ceño fruncido. ¿Qué demonios...?
—Ven aquí, te maquillaré un poco antes de aterrizar.
—No hay manera en el infierno que haga que me maquilles —repliqué al instante.
Estaba loca si pensaba que la dejaría poner sus manos encima de mi cara lavada. Odiaba el maldito maquillaje.
—Mi tía me dio explícitas órdenes de que te convirtamos en una señorita. Sin maquillaje no eres una y no creo que quieras que los reyes de Goldenwood te vean…, bueno… —Me dio una mirada de pies a cabeza, haciendo una mueca—. Así.
Apreté mis dientes con fuerza. ¡Maldición! Si por mí fuera haría presencia delante de los reyes en ropa interior, pero tampoco quería que mis padres me exiliaran de nuevo a un lugar al que directamente no conociera en lo absoluto. Dándome por vencida, dejé salir un suspiro mientras cerraba los ojos y asentía afirmativamente. De todas formas, Seleste iba a insistir en maquillarme hasta que cediera, y probablemente no me dejaría bajar del avión hasta que hubiera cumplido con su cometido.
Dejó salir otro chillido y sacó un par de cosas de su bolsa. Primero puso rímel en mis pestañas y luego pintó mis labios con un brillo rosado. Quiso aplicar un montón de cosas más, pero cuando vio que estaba —más o menos— echando fuego por los ojos, guardó su utilería de nuevo en su bolso con un mohín.
Entonces, ¿qué podía decir del estado encantador en el que estaba a punto de pisar con mis propios pies? Bueno, para empezar, no tenía ni la menor idea de por qué se llamaba así; sabía que había un motivo pero nunca me había preocupado por saberlo. En Goldenwood el idioma oficial era el inglés, pero el francés y el italiano también se hablaban bastante. Según había entendido las pocas veces que escuché sobre el estado dorado, a pesar de ser una república, Francia era quien mejor relación tenía con los reyes de Goldenwood.
En el aeropuerto había un hombre vestido con un traje negro y gafas de sol cubriendo sus ojos. El auricular color piel que estaba en su oreja no pasaba desapercibido; supuse que era algún agente de seguridad que venía por nosotras. No era una idea que me fascinara, pero Seleste vivía en el castillo con personas de la realeza y yo no podía elegir irme caminando. Además de que sería de mala educación, no conocía el camino. No quería perderme el primer día.
Nos saludó moviendo levemente la cabeza y tomó nuestros bolsos. Estaba segura de que el mío era liviano porque había podido cargarlo sin problemas, pero no estaba tan segura del bolso de mi prima. En ese caso, pobre hombre.
En un coche negro marca Audi transcurrió el camino hacia el castillo. El hombre de negro se había sentado del lado izquierdo, mientras que en el lado derecho había otro hombre vestido de igual manera al volante. Eso me hacía pensar en mi licencia de conducir; si era una inútil manejando un auto cuando el volante estaba del lado izquierdo, no me quería imaginar cómo sería hacerlo del lado derecho con los carriles de las calles cambiados.