Los siguientes tres días los pasé encerrada. Salía por las tardes a recorrer el castillo y nadie me lo impedía, solo paseaba por los pasillos solitarios y caminaba por los grandes jardines. Los Bourque me permitieron desayunar, almorzar y cenar en mi habitación a solas, ya que aún estaba afectada por el jet lag e ingería las comidas con diferentes horarios. De a poco me iba a acostumbrando, pues Nenna siempre me despertaba a la hora promedio en que todas las demás personas lo hacían.
Sean aún no me había llamado y eso me tenía bastante decaída. No sabía si nuestra relación podría seguir adelante o quedaría estancada en esa llamada de despedida en el aeropuerto de Nueva York. Estaba segura de que seríamos capaces de continuar con la relación si nos lo proponíamos, pero todo recaía en él, pues había sido su idea tomarnos un tiempo para pensar y debía ser él quien hiciera la primera llamada. Si fuera por mí, yo ya la hubiera hecho y hubiéramos tenido una conversación vía Skype.
En una de mis múltiples caminatas por el castillo, escuché conversaciones entre la reina y el rey. No me permitía quedarme a oír, pero siempre eran sus voces. Personalmente, no entendía cómo el rey Richard podía soportar a alguien tan frívolo como la reina Lucinda.
El cuarto día, sin embargo, no pude elaborar la misma rutina. Luego de que Nenna hubiera retirado la bandeja de desayuno, Seleste entró a mi habitación con un chillido.
—¡Buenos días, prima pequeña!
—¿Qué quieres? —pregunté con desdén.
Aún estaba de pijama y pretendía mirar alguna película. No estaba en mis planes que mi prima irrumpiera en mi nueva habitación. En lo absoluto.
—Hemos sido invitadas junto con los Bourque a un club privado —expresó con emoción—. ¿No es genial?
—No lo sé. ¿Lo es? —estaba hablando con aburrimiento para que captara que no tenía ganas de hacer nada ni hoy ni nunca.
—Sí. —Cerró la puerta—. Ahora te pondrás un bikini, un lindo vestido y estarás lista para salir.
Como era de esperarse, entró al armario y comenzó a rebuscar. Hablando del armario, todavía no había comprobado que toda la ropa no fuera rosa.
Salió de allí con un vestido celeste claro y sandalias de plataforma blancas. Iba a negarme —como siempre—, pero ella sacudió su cabeza antes de que pudiera pronunciar palabra. Como me había dado una ducha la noche anterior, solo me puse el maldito vestido mientras ella reparaba en una revista del lote que Nenna dejaba todas las mañanas. Yo le había dicho que no hacían falta, ya que yo no las leía, pero ella afirmó que eran órdenes de la reina y no podía desobedecer.
—¿Cómo demonios se ponen estas cosas? —pregunté tratando de descifrar cómo poner mis pies dentro de esos zancos.
Seleste se echó a reír y se acercó a socorrerme. Las sandalias no eran demasiado empinadas, pero tenían bastante plataforma, lo que quería decir que me harían más alta y me sería difícil caminar. Solo había usado tacones un par de veces cuando mamá me llevaba a alguna cena importante en el club del que ella era socia. No era buena, aunque sabía cómo disimularlo bastante bien.
Sujetó mi tobillo y lo pasó por adentro de la sandalia, luego agarró las tiras que quedaban sueltas y las ató alrededor de él.
—Ahora intenta hacerlo tú sola con el otro pie —ordenó.
Hice lo que me dijo e imité sus movimientos anteriores. Metí mi pié en la sandalia y luego até la tira que quedaba suelta alrededor de mi tobillo. Vaya, finalmente no era tan difícil. Seleste estiró su mano para ayudarme a levantar. Con su ayuda, agarré su mano y me impulsó hacia arriba, esbozando una sonrisa cuando nuestros ojos se encontraron a la misma altura.
—Genial, ahora déjame hacer que tu cabello luzca más prolijo y presentable.
Caminé hacia el tocador con la poca confianza que me quedaba. Mi prima no hizo ningún comentario, así que supuse que no lo había hecho tan mal como yo pensaba. Me senté frente al gran espejo y ella se colocó detrás de mí. Esta vez le costó menos trabajo desenredarlo. Cepilló y usó la plancha de pelo para emprolijar mis ondas. Luego me perfumó, aplicó rímel y dejó el resto de mi cara libre de maquillaje.
Me dio un bolso pequeño que tenía un lazo largo y me la colgué al estilo bandolera, guardando en ella mi celular y un poco de los euros que me habían otorgado el primer día. Cuando salimos de la habitación, los tres hermanos Bourque estaban afuera con Lynn. A mi lado, Seleste dejó salir un suspiro que pareció desalentador, algo que era muy extraño en ella.
—¿Por qué ese suspiro? —pregunté a regañadientes.
—Marco. Él dijo que vendría. Parece que nunca tiene tiempo para mí últimamente. —se cruzó de brazos y su labio inferior se curvó ligeramente.
—Tal vez esté trabajando, Sel.
Giró a mirarme con una cara de pocos amigos.
Oh, vaya.
—Él es el primo de los Bourque y trabaja en el mismo lugar que Alaric. ¿Tú ves a Ric en su oficina?
Como una tonta, giré a ver al príncipe mayor, quien se encontraba abrazando las caderas de su futura esposa mientras se daban besos y sonreían. Cuando volví a ver a mi prima, ella lucía un tanto triste.
—Oye, quizá haya una razón, ¿sí? Diviértete ahora y luego puedes llorar tranquila o, mejor, conversar con él, pero por ahora no te desanimes. —Puse una mano en su hombro con torpeza.
Se giró para verme con una expresión de incredulidad en su rostro, aunque después me brindó una ligera sonrisa.
—¿Tú dándome consejos a mí? —preguntó retóricamente—. ¿Quién lo hubiera pensado?
Solo le di una sonrisa.
—¡Vamos, chicas Morel! —exclamó Jacqueline—. ¡Queremos largarnos de aquí!
Seleste y yo reímos, dirigiéndonos hacia ellos. Mis pasos todavía eran torpes, así que caminé de manera lenta, causando otras risas. Entretanto, los demás se acercaban a los coches, el príncipe Evan me esperó.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó divertido.