Mónica El Legado Prohibido

CAPÍTULO 03

 

 

Mónica se encontraba en un lugar oscuro, dentro de ella misma, en sus pensamientos más profundos, el lugar de sus emociones negativas. Un ente estaba detrás de ella; observándola entre las sombras, asechando sus miedos, buscando un punto débil. Giró la mirada con cautela, tragó saliva e intentó sostenerse firme debido a que sus piernas comenzaron a temblar, el latir de su corazón se aceleró, el sudor en su frente se hizo presente.

Un viento helado frotaba sobre su piel, miró a todos lados, solo una inmensa penumbra la invadía, Su ira apareció frente a ella, tomando un aspecto aterrador. Partió por la vereda vacía y oscura. Nada, absolutamente nada. Ella corrió lo más lejos del ente intrínseco, escapar de ella misma y sus fantasmas era imposible.

Un relámpago alumbró el aspecto de su lado negativo; tomó la figura de la vieja gitana que la miraba con esos fríos y tenebrosos ojos. Al momento de girar, vio una ciudad devastada, las siluetas de unos seres volando por el firmamento bañado en sangre. Parada alrededor de cientos de huesos bajo sus pies. Unas alas cubrieron su cuerpo, un resplandor fulminante alumbró sus ojos rasgados, era la silueta de un ser divino —hija mía, ya es hora—. Pronunció con un gran eco a su alrededor.  Mónica cerró los ojos, trató de calmar su respiración. Al subir su mirada vio su casa destruida, vacía, olvidada por el tiempo, entre vegetación y humedad la cubrían. Volvió abrir los ojos, frente a ella estaba un dictador con un dragón rojo a su lado —Mónica ven conmigo—. Se quitó su casco metálico, Mónica intentó ver su rostro.

Mónica fue interrumpida en sus sueños —¿Pesadillas de nuevo?—. Dedujo Diego.

Mónica jadeó sentada sobre su cama. Unas patitas peludas recorrieron sus piernas, maullaba su gata blanca; ronroneó entre sus brazos —Bicho, ven Bicho—. Acarició a su peluda mascota, la consentida de la familia.

—Mónica ¿Estás bien? —preguntó Diego.

—¿Qué te pasó? Estabas gritando —quiso saber Fernanda.

Mónica, con una mirada seria, evadió a sus hermanos, sin dirigir una sola palabra, se cubrió con su sabana para seguir durmiendo.

 

 

La alarma sonó.

Con toda la prisa del mundo hizo sus quehaceres —Voy a llegar demasiado tarde—. Mónica tenía las horas contadas.

—¿No vas a comer nada, hija?

—No, mamá, se me hace tarde. Iré con Fernanda.

—Vayan con ciudado, y no te metas en problemas.

—Mamá, me has dicho que soy libre de escoger mi propio camino. Ahora que sé a dónde quiero ir, me lo impides —repuso ella—. Realmente no entiendo que tratas de ocultarme ¿Sobre la foto cuando era niña y llevaba puesta una pluma enorme?

—Hija, quiero que olvides esto.

Mónica negó con la cabeza, dio media vuelta y alcanzó a Fernanda en la entrada de su colonia.

Detrás de ellas iba Diego quien había escuchado la discusión con su madre.

—Lo siento, me quedé dormida —explicó jadeante.

Fernanda notaba muy distraída a Mónica últimamente —¿Te sucede algo? He observado que has estado un poco rara, y no es por el sueño o el libro—.Antes de subir al camión de la Zona Hotelera, Diego las interrumpió.

—Ustedes dos, no van ir sin mí —se cruzó de brazos—. Algo esconden y no me quieren decir.

Ambas se miraron.

—Diego, hermanito —Mónica se inclinó en una postura de petición—. Prometes no decir nada de lo que te voy a contar.

—Promesa de dedo meñique —juró él.

Mónica le susurró todo lo acontecido en el oído.

Diego no evitó sorprenderse. Mónica puso su dedo índice en sus suaves labios, «shhh».

Fernanda y Mónica entablaban una conversación de chicas.

—Estoy empezando a sentir algo por una persona —confesó mientras acomodaba su libro de angelología en su mochila.

—Cuéntame más sobre ese chico ¿Cómo es él, acaso lo conozco?

—Es mi mejor amigo, Kevin... —dio un pequeño suspiro—. No le digas a Diego.

Fernanda pegó un respingo tan pronto escuchó oír el nombre de su amigo de la infancia.

—¡Estoy impactada! —dijo emocionada—. ¿Desde cuándo? ¿Qué te llama la atención de él?

—Es reciente, siento algo distinto. Su forma de pensar y la manera como sale adelante. Y no soporto verlo con otras chicas, siento, siento...

—Celos. Lo que sientes son celos —interrumpió su hermana—. Eso significa que estás enamorada de él ¿Ya tiene novia?, ¿se lo dirás?

—Bueno —Mónica se saltó la parte incómoda de sus celos—. No tiene novia, pero, hay una chica que me cae mal, está atrás de él todo el tiempo. Pronto lo haré, cuando tenga el valor.

Fernanda volteó su mirada hacia la división del mar con la laguna —me sorprende escucharte insegura por primera vez—. Observó mientras el camión hacia una parada.




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