Mónica El Legado Prohibido

CAPÍTULO 04

 

 

 

—¿Así que tú eres mi nieta?, es un gusto conocerte, aunque no pensé que fuera así.

El uniforme negro resaltaba la habitación tan colorida de Mónica.

—Siempre quise conocerte, abuela —quitó su máscara, el rostro de su nieta era el mismo al de su hija al momento de calzarse los lentes. Había intriga en esos ojos—. Venimos a acabar lo que mi bisabuela empezó, o mejor dicho, lo que el profeta Enoc profetizó.

—¿Qué quieres decir con eso?, ¿no me conoces en tu tiempo?, ¿a qué profecía te refieres?

—Vamos por partes —se cruzó de piernas—. Primero, en mi línea del tiempo, usted murió hace mucho, nunca pude conocerla. —Volvió a emparejar sus piernas—. Segundo, la profecía que mi bisabuela conocía, lo mismo por la que trató de juntar metahumanos para salvar al mundo, no pudo concluirlo —se recostó en el sillón—. Tercero, el motivo por el que vinimos es para advertirles de una amenaza que se aproxima.

La abuela quedó impactada por lo que escuchó de su nieta.

—Y dime ¿Cuál es tu nombre, hija? —quiso saber, titubeando por el comentario anterior.

—Me llamo Eloísa... —dio una pequeña pausa—. Eloísa B. Urcino Bahena.

—Veo que tienes los dos apellidos de Mónica ¿Y quién es tu padre?

—Mi padre murió en aquella batalla por salvar al mundo —contestó Eloísa con mucha frialdad—, estoy aquí para...—. Un fuerte dolor de cabeza interrumpió sus palabras.

—¿Te pasa algo?

—Solo es un dolor de cabeza, aunque ya son muy seguidos.

Doña Sonia se levantó y dio primeros auxilios a Eloísa.

—¿Por qué hace esto? 

—¿Qué mi hija no te ha enseñado nada?

Eloísa pausó la conversación por un momento, mientras intentaba reprimir sus emociones; la rabia le invadía al recordar su pasado oscuro. Sus lágrimas escurrían por sus mejillas.

Su abuela no pudo contenerse y también se inundaron sus ojos de lágrimas al ver a su nieta llorar. Eloísa frotó su rostro con su brazo para secar las lágrimas de dolor; esas lágrimas de un alma rota, de un corazón quebrado y marcado por el sufrimiento.

Giró la mirada.

—Bueno, cuéntame ¿Qué pasó exactamente, Eloísa? 

—Mi madre, como mi bisabuela, reunió a un grupo de aliados, lo hizo para combatir una fuerza oscura, todo iba bien, hasta que un día mi madre comenzó a cambiar. Entonces en un acto desesperado hizo un plan que llevó a la muerte a todos. Incluyéndote a ti: a mi familia, mis amigos, y a mí ser amado. Mi bisabuela sabía que ella heredaría su legado a uno de sus nietos. Todo salió mal, por eso hemos venido. Para reescribir la historia.

Doña Sonia quiso evitar ese tema tedioso, así que fue hasta su bolso y sacó su vieja Biblia. Quería a toda costa volver a recordar el pasado, el tiempo anterior en que se idealizó un plan en todo México para olvidar un acontecimiento, que si llegara a descubrirse la verdad, el mundo cambiaría, para bien o para mal ¿Quién lo sabrá si nos lo ocultan?

—No quiero saber nada de fe, deduje hace tiempo que se trata de psicosis, o miedo de lo desconocido. 

—Eloísa, ya fue suficiente, no digas más —intervino una voz a lo lejos—, esto no era parte del plan—. Lobo Solitario se hizo presente —es hora de irnos—. Ambos desaparecieron en un portal.

Doña Sonia fue a revisar el escritorio, encontró la fotografía de su madre ya fallecida junto a un grupo de personas con un título de un estandarte que decía Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa —Mónica, no puedo dejar que sigas con esto—.

Doña Sonia leyó la carta antes que su hija la leyera y se metiera en algo que jamás debe de saberse, un secreto que una generación guardó, y una nueva desconoció. 

 

Querida Mónica, quería decirte esto hace tiempo, yo pertenecí a un grupo de feligreses que querían alzar la voz en nuestro país, defendieron su fe, pero fuimos derrotados, solo yo sobreviví. Borraron toda la verdad de esta guerra. Algún día descubrirás tus poderes, úsalos para defender la justicia y el amor. No todos los Nefilim son malos, algunos somos buenos, ve y busca a los otros como tú, termina la tarea que no pude concluir; reunirlos a los ocho.

 

 

 

—Hola, bienvenida —saludó una chica de dieciocho años con una placa su nombre.

Su nombre era Karyme: delgada, de tez clara, ojos color marrón, con la sonrisa cubierta de brackets, un peinado de chongo; con un prendedor blanco en su cabello que sostenía su pelo. Su vestidura era de una típica evangélica. Sus zapatillas eran color negras, con diamantes de fantasía en los bordes y unas flores como adorno que resaltaban a simple vista.

—Hola, muchas gracias —Mónica le agradeció con una sonrisa.

La conferencia estaba a punto de empezar. Mónica se sentó en la primera fila, al lado de sus hermanos, con las sillas cubiertas de mantas blancas, se acomodó mientras se relajaba con el aire acondicionado. Parado frente a ella estaba el exponente acomodando su laptop en el podio, era un joven alto y delgado: las lámparas alumbraban su tez morena clara, y su elegante traje negro. Se giró a la derecha mostrando su corte Fade y su barba media poblada. Un joven asocial, solitario e inteligente, con una pésima actitud y muy soberbio en sus conocimientos, con trastornos narcisistas.




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