Oh, Halloween... Esa oscura y divertida noche. Es posible que sea la segunda más esperada del año por parte de los niños. Un único día en donde puedes ser quien quieras y dejar atrás todo lo que te asusta o preocupa. Un único momento en donde puedes disfrutar de tu dulce adicción en grandes cantidades. ¿Suena todo muy bonito, no? Pues nada es perfecto, y Halloween no es la excepción.
Para esta historia nos situaremos en un barrio de un pequeño pueblo estadounidense. El sol se había ido para dar paso a su eterna compañera. Como muchas otras familias, los Anderson se preparaban para pasar una noche divertida e inolvidable. Janeth y Charlie, vestidos de reyes medievales, estaban listos para irse a una fiesta de disfraces que su jefe ofrecía cada año, no era algo que podían perderse. Becka, la hija mayor de la pareja, se estaba terminando de arreglar para una fiesta que organizaba el chico que la tenía loca. ¡Por nada del mundo iba a quedarse en casa! Él mismo fue quien la invitó. ¿Quién podría resistirse a sus ojos azules y a sus músculos de futbolista? Pues ella no. Por último, pero no menos importante, Mike estaba más que listo para salir a pedir caramelos.
— ¡Becka, Becka!—Fue el menor de los Anderson el que gritó por las escaleras en busca de su hermana. Él pequeño de siete años estaba sumamente emocionado porque, además de usar un disfraz de su héroe favorito (Batman) podría comer todos los caramelos y chocolates que quisiera. Mike llegó hasta la habitación de Becka y entró. Debido a su disfraz el único rasgo que podía notarse era el tono blanco de su piel, sus ojos verdes y la falta de algunos dientes debido a su corta edad.
— ¡Joder, Mike!—La joven de cabello negro recibió un buen susto por parte de su hermano. — ¡Mira lo que has hecho! —Señaló hacia sus ojos (del mismo tono que Mike) y le mostró así una línea negra mal hecha.
—Lo siento, ¡pero es Halloween!—El niño subió a la cama y comenzó a dar saltos. La chica de diecisiete años suspiró y empezó a borrar con un algodón lo que su hermano le había hecho hacer. —Me alegro de que me lleves a pedir caramelos. —Aquello no le gustó en absoluto a la mayor, aunque el disgusto no fue captado por Mike.
— ¿Por qué te gusta tanto Halloween?
— ¡Por los caramelos, claro!—Becka sonrió con malicia.
—Pues no deberías estar tan feliz con el hombre de azúcar suelto por ahí.
— ¿Hombre de azúcar? ¿Y eso qué es?—La joven se giró para mirar a su hermano adoptando un rostro serio.
— ¡No puedo creer que no sepas quién es!
— ¡Dímelo, dímelo!
—De acuerdo, pero espero que estés preparando para saber quién es el hombre de azúcar.
— ¡Ya soy mayor, Becka!
—Bueno, en ese caso te contaré su historia. Verás, el hombre de azúcar es un monstruo que aparece solo en Halloween. Él sabe que es el momento perfecto para engañar a niños tontos y golosos con sus caramelos mágicos.
— ¿Caramelos mágicos? ¿Qué hacen? ¿Puedes volar?
— ¡Shh! Deja que siga y no me interrumpas. — El pequeño se disculpó y asintió. — El monstruo del que te hablo es alto, calvo y gordo. Su rostro pálido luce amable y suele siempre estar sonriendo. Parece una persona buena, pero no lo es, se trata de una fachada que usa para atrapar a sus presas. El hombre de azúcar disfruta con el sabor de los niños que tienen dulces en su estómago, por eso va a por lo más golosos, como tú.
— ¿Y qué les hace? —Preguntó el pequeño Mike. —A leguas se percibía el miedo y los nervios que tenía.
—Les da caramelos mágicos. Debido a su naturaleza, los niños no se resisten y se los comen. ¡Nunca lo hagas! Cuando te los comes te provocan mucho sueño y caes profundamente dormido. Una vez en ese estado el monstruo te atrapa y te mete en un camión para llevarte a su cueva. Allí te preparará y te comerá. Ya verás como el monstruo está ahí fuera esperando a que aparezcas.
— ¡Mentira!
—Pues claro que sí, ¿es que no lo escuchas silbar?—Mike negó con la cabeza.
—Entonces es que aún no está cerca de ti. Cuando oigas su silbido debes salir corriendo sin mirar atrás, aunque eso no sirve de mucho en realidad. Una vez te encuentres con el hombre de azúcar jamás volverás a ver a papá y mamá.
— ¡Mamá! —El niño bajó de la cama entre lágrimas para ir en busca de su madre. Becka, en cambio, no dejó de reír tras contar aquella leyenda del pueblo. La chica terminó de arreglarse y se puso su disfraz, estaba segura de que a Mike se le habían quitado las ganas de pedir caramelos y ella podría ir a la fiesta, no obstante le falló la idea. Becka bajó al salón de su casa para despedirse de sus padres una vez estuvo lista. La chica había decidido (a pesar de las quejas de sus padres) por usar un disfraz de caperucita no apto para todo público.