Flor que escucha

Narrado por Charlotte

Algo está cambiando en mí otra vez.

No es la Raíz esta vez. Es algo más hondo. Más suave. Como si lo que fui hubiera empezado a disolverse, no para perderse, sino para mezclarse. Con los otros. Con la tierra. Con lo que estamos haciendo aquí.

Antes me sentía el centro.

Ahora me siento flor.

No la que lidera, sino la que escucha.

Ayer Alicia me dio un cuenco. Cuando lo tomé, no oí nada. Pero al cerrar los ojos, todo vino: voces de niños que aún no nacen, palabras pronunciadas en lenguas que todavía no existen, latidos suaves como lluvia en madera.

El cuenco no canta.

Recuerda.

Y al escucharlo, me di cuenta: yo también estoy empezando a recordar cosas que no viví, pero que me viven.

Fui al claro donde nació el primer brote del jardín.

No había nadie.

Pero sentí que me esperaban.

Me arrodillé.

Abrí las manos.

Y una flor salió de mi pecho.

Literal.

Pequeña. Oscura. Hecha de palabras.

Cayó al suelo con suavidad.

Y germinó en segundos.

La flor creció rápido. Formó una estructura que parece un cuerpo, pero no lo es. Es un puente. Entre lo que fui y lo que necesito ser para lo que viene.

Jayden vino esa noche.

—Charlotte —me dijo—. No te estás yendo. Te estás abriendo.

Y lloré.

Porque por fin entendí.

No soy el corazón.

No soy la Raíz.

Soy la flor que escucha al mundo crecer.

Cada persona que llega a la casa se acerca a mí con una pregunta.

No siempre la dicen en voz alta.

Pero la traen en la piel, en la forma de mirar, en el silencio con que pisan el suelo.

Y yo los escucho.

No doy respuestas.

Doy forma.

Una forma que ellos mismos completan cuando florecen.

Ahora duermo con la flor junto a mí.

Respira.

Y al hacerlo, canta con las voces de todos los que han sembrado algo aquí.

Y en ese canto...

me reconozco.