Lo que florece sin permiso

Narrado por Charlotte

Desperté antes del amanecer. No por un sonido ni por un sueño, sino por una presencia. Algo se había sembrado dentro de mí durante la noche, algo que no fue puesto por la Raíz, ni por la casa, ni por los que nos acompañan.

Fue sembrado por el mundo mismo.

Y ahora brota sin pedir permiso.

Salí al claro con la flor-palabra aún viva junto a mi cama. Al tocar el suelo, vibró como si reconociera algo. Me di cuenta de que ya no necesitaba traerla conmigo.

Está en mí.

Y yo estoy en ella.

Somos un ciclo.

A lo lejos vi a Coral dibujando con cenizas sobre las piedras. Vasili practicaba su llama con los ojos cerrados. Samanta era apenas una sombra plateada moviéndose entre árboles. Dylan escuchaba el suelo. Alicia hablaba con los objetos. Jayden escribía con la yema de sus dedos en el aire.

Y todos...

estábamos esperando.

Algo venía.

No peligroso.

Tampoco claro.

Algo.

La Raíz emitió un pulso.

Todos lo sentimos.

Fue una palabra sin traducción. No como una orden. Como una apertura.

Un llamado a mirar no hacia afuera...

sino hacia más adentro.

Y yo fui la primera en bajar.

No bajé escaleras.

Descendí en mi cuerpo. Como si cavara entre huesos, entre recuerdos, entre identidades que me vistieron antes y que ahora se deshojan solas.

Vi a la Charlotte-niña hablando con el viento. A la Charlotte-herida gritando contra paredes. A la Charlotte-Heredera caminando hacia el Corazón. A la Charlotte-canal. A la Charlotte-flor.

Y entonces...

una más.

Una que no conocía.

Una que no tiene nombre.

Todavía.

Esa Charlotte me miró desde el fondo del pozo.

Sonrió.

Y dijo:

—Ya no necesitas ser flor. Ahora eres semilla.

Desperté con tierra en las manos.

No dentro del sueño.

Afuera.

En el mundo.

La casa entera vibró cuando volvió la luz.

Todos lo supieron.

Algo en mí se había sembrado de nuevo.

Y no era solo mío.

Era nuestro.

Era de lo que viene después.

Y ahora...

ahora solo queda regarlo.