EDWARD
El reino de los esclavistas
Edward después de algunos días de viaje llega a las afueras del reino de los esclavista, sabía que no podía entrar con las armas así que decide ocultarlas en las afueras, entra al reino con tan solo tres hombres dejando al resto del pelotón protegiendo las armas. La preocupación de Edward por pasar desapercibido es innecesaria puesto que su llegada no destaca en el reino.
La diferencia de Edemia con el reino de los esclavistas se lograba percibir en el ambiente, la pobreza asediaba en cada esquina de la parte principal del reino, mercados ambulantes, casas maltrechas y habitantes durmiendo en las calles, el aire se encontraba viciado por un fuerte olor a orina.
Edward sigue avanzando por las calles abarrotadas de personas, su mirada se desvía hasta llegar a un puente que divide el reino, la cara de asombro de todos es difícil de ocultar, el puente divide la pobreza de los mercados ambulantes de un castillo inmenso. Después de cruzar el puente se logra observar estatuas en oro y otros materiales preciosos que adornaban el sendero que conducía hasta el castillo, alrededor se encontraban algunas casas victorianas con un tamaño descomunal, en el jardin de cada casa se podía observar de 3 a 6 personas trabajando, mujeres y hombres llevaban ropaje que tan solo cubría sus partes íntimas, mientras su espalda y piernas se miraban descubiertas, ninguno de los trabajadores llevaba consigo calzado. Observa a algunos trabajadores con cicatrices por sus cuerpos,de su tórax sobresalen sus costillas y los huesos de la clavícula logrando evidenciar un problema de desnutrición.
Edward avanza un poco más hasta que llega a la plaza del castillo, en el lugar se exhiben joyas preciosas, corceles y carruajes incrustados con piedras preciosas, repentinamente se escucha un fuerte estruendo, relinchan algunos caballos acompañados con el grito de algunas personas, toda la plaza se llena de un humo denso que dificulta la respiración y la visión, una turba enardecida de encapuchados empieza a destruir todo el lugar.
Edward deslumbra que la vestimenta de los miembros de la turba, es la misma que la de los trabajadores de las casas, las trompetas retumbaban anunciando la llegada de varios guardias quienes empezaron a arremeter en contra de la turba, los guardias disponían de armas como las que había visto en Edemia o la de los invasores de Urin, mientras que las personas del motín se encontraban en desventaja con algunas armas oxidadas y bastante viejas, la única ventaja con la que contaban es que eran muchos más que los guardias, Edward impacientemente mira cómo los guardias atacaban sin piedad a los amotinados.
—¡Saquen sus armas!, ayudaremos a los rebeldes— grita Edward mientras desenfunda su katana.
Edward batalla aguerridamente con su katana, el tiempo transcurre pero los guardias no paran de llegar de repente una rebelde con la vestimenta femenina le toca el hombro.
—Sígueme… es hora de retirarnos en un momento la plaza se llenará de guardias—habla la chica desconocida.
Edward no alcanza a responder, cuando toda la plaza se empieza a llenar de guardias decide emprender la huida junto con los demás rebeldes, la desconocida se mete por un callejón sin salida, Edward la mira fijamente sin saber qué está pasando y antes de que pueda murmurar una palabra un encapuchado bastante fornido tira una bomba al suelo la cual hace que todo el callejón se llene de humo apenas y se logra divisar algo con tanto humo por toda la zona, el hombre fornido entre el suelo busca algo rápidamente, de repente mueve algunas baldosas, abriendo un agujero en el suelo para que todos puedan escapar de esta manera todos logran acceder a la parte subterránea del reino, encienden algunas antorchas por el lugar y avanzan unos kilómetros hacia adelante de manera repentina el hombre fornido se para enfrente de Edward y sus hombres:
—El hombre misterioso saca su espada y con una mirada desafiante pregunta —¿Quién eres?¿ De dónde vienes?
Edward antes de que contestara las preguntas es interrumpido por la rebelde que le había susurrado anteriormente:
—Basta Javier, son de los nuestros…ellos nos ayudaron en la plaza.
—Eres muy confiada Elisa—dice Javier con molestia—pueden ser espías, si los llevamos a nuestra guarida toda la revolución se puede ir al carajo y hemos luchado demasiado por esto, tú lo sabes más que nadie.
—No soy un espía y tu revolución carece de fuerza, no cambiarán nada simplemente robando y destrozando algunos carruajes—habla Edward.
— ¡CÁLLATE!..— exclama Javier enfurecido—es fácil hablar cuando no conoces lo que tuvimos que pasar.
—Contrólate Javier, después de todo nuestro nuevo invitado tiene toda la razón—habla Elisa serenamente—hace mucho tiempo que nuestra revolución se estancó, ahora simplemente robamos y destrozamos objetos que los esclavistas reemplazan con facilidad.
—Vengo desde muy lejos para ofrecerles una ventaja en esta guerra algo para que puedan terminar con la revolución de una vez por todas— Edward habla— un favor a cambio de otro favor.
—Hablaremos en la guarida, ¡Avancen rápido!—ordena Elisa a todos los presentes.
La guarida de la que hablaba Elisa era un lugar bastante viejo no lo suficiente espacioso para abarcar la multitud de personas que se encontraban en él, algunas armas oxidadas se encontraban guardadas en los estantes que adornaban las paredes también se podía observar unas cuantas camas ( no las necesarias para tantas personas), algunas latas de encurtidos se encontraban en el suelo pero lo que abundaba en el lugar eran las telarañas y el polvo.
Editado: 22.05.2022