Musas, suripantas y un corazón de Judas

PRÓLOGO

"Musas, suripantas y un corazón De Judas" es esta mezcla de cuentos, poemas y cartas, los que vienen a abrir el apetito a  nuestra a veces, aburrida existencia. En estos platillos de emociones y vivencias, vamos a poder disfrutar agridulces manjares que nos deja en el paladar del alma, la furiosa ciudad de "La Señorial Morelia."  


Ciudad donde el tiempo se detiene y disminuye su  
flama pues, está muy quemada, para que podamos  
disfrutar esa sazón que solo tienen los de antaño, exquisito, que dista mucho a los sabores tan amargos de hoy.  


Un valle que parece la cocina de nadie, que explotó  
su gaspacho de gente sin ningún orden. Cocina donde existen parajes tan olvidados, insólitos, y que fue ahí donde mi pluma-cucharón encontró los principales ingredientes, los he podido ir preparando suavemente, a fuego lento, para dar la consistencia que necesitan y así, poder servirles un delicioso banquete, humíldemente, a los corazones que estén en ayuno de sentir y de vivir, de latir por sí mismos y por los demás. “Musas, suripantas y un corazón de Judas”, es lo que se ha logrado cocinar.  


Aún me intrigan dudas ¿Cuántas cucharaditas de "Lucrecia" se deben usar? ¿De verdad es necesario? Se encharcan mis ojos al imaginarme que aún hay quien insiste que debe mezclarse, ojalá no la usemos nunca, la verdad. Pero sé que es necesario darles a probar un poco, créanme, es con la intensión de saber distinguir ese sabor amargo que dejan los estériles de amor. 
 

Ese es un platillo de tantos con este banquete  
que hoy pongo ante sus ojos, para que los abramos  
y podamos degustar pues, no dejo de preguntarme  
a diario ¿Cuándo fue que nos deshumanizamos? ¿En  
qué momento los ingredientes indispensables fueron  borrados de esta receta llamada vida? ¿Cómo fue  
posible que los olvidamos rápidamente de nuestra  
memoria? ¿En qué momento nos sentimos chefs de  
concursos de tv para poder juzgar a los que nacieron  
pinches condenados? ¿Cómo puede ser posible que  
seamos indiferentes a quien extiende su mano porque tiene hambre, porque no ha comido? ¿Cuándo dejó de dolernos el dolor ajeno? ¿No se supone que además de lograr nuestros sueños debemos de servir a los demás un taco bien surtido y digno de humanidad?  


¡Humanidad! ¿En qué nos hemos convertido? 
Dirán que estoy loco y Huerta también lo dijo, pero  
aún creo que podemos cocinar algo rico a los comensales olvidados por un dios, que por hijos no los quiso  
y que aquí solo vino y los abandonó. Hagamos lo que  
él no, cocinemos para poder servir un mundo mejor  
del que nos emplataron, del que ya hasta el postre  
nos comimos.  
¡Buen provecho!  
Atentamente. 
El autor. 




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