22 de diciembre de 2010
Estados Unidos, Nueva York
Todos somos estrellas perdidas, tratando de iluminar la oscuridad. Esa noche estaba tan callada, sin un rayo de luz de luna ni estrellas brillando. Los copos de nieve comenzaban a caer, y se notaba que iba a ser una nevada tan seca, tan triste. Pero algo ocurría a lo lejos, más allá de la montaña. Un castillo hermoso y majestuoso se alzaba por encima de todo, apartado de la sociedad, de las personas.
Una niña miraba desde su ventana, observando cómo dos copos de nieve caían suavemente. Su piel era tan pálida como la nieve, su cabello rubio como el oro, sus labios de un rojo intenso y sus ojos de un verde profundo. Se preguntaba por qué la nieve parecía tan seca, por qué caía en ese momento, tan cerca de Navidad. No podía dejar de pensar en ello.
Mientras observaba el cielo, una sensación extraña recorrió su espalda, como si alguien la estuviera mirando desde la oscuridad más allá del cristal. No vio a nadie, pero escuchó algo: un susurro que parecía venir de los copos de nieve.
"Sophie.....''
Parpadeó, sorprendida, y miró a su alrededor. La habitación estaba vacía, y el sonido había desaparecido. Pensó que tal vez lo había imaginado, pero su corazón no dejó de latir con fuerza.
Sumida en sus pensamientos, la niña apenas oyó los golpes en la puerta de su habitación. Su madre entró apresuradamente, empacando sus cosas. La niña no entendía lo que sucedía; su madre estaba llorando.
— Mami, ¿qué pasa? — preguntó, su voz temblorosa.
Su madre no respondió de inmediato, pero finalmente dijo, con voz cansada:
— Nada, cariño. Vamos a ir de vacaciones, ¿sí?
La niña le creyó, aunque no entendía lo que sucedía. No sabía que esa sería la última vez que estaría con su familia unida. La madre empacó todo, sin dejar rastros. En su corazón había un vacío: su dolor era profundo, había sido engañada, traicionada.
Metió a sus hijos en el coche, prometiendo no volver a esa casa, al lugar donde había sido ignorada, donde su esposo, su compañero de vida durante casi tres décadas, la había dejado por su mejor amiga. Se sentía rota, pero había algo en su interior que le decía que estaría bien.
Con el coche en movimiento, lejos de su casa, la madre sentía una mezcla de emociones. A veces, el amor no se muestra en las formas en las que uno espera, pero sí en la felicidad del otro. Aunque le dolía, nunca se arrepentiría de haber tenido a sus seis hijos. Ellos siempre serían lo más importante.
— Mamá, ¿a dónde vamos? — preguntó la hija mayor, mirando a su madre con curiosidad.
— Vamos a ir de vacaciones, cariño — respondió la madre, forzando una sonrisa, aunque sus ojos reflejaban inseguridad.
Sofía miró por la ventana, observando las luces de la ciudad desaparecer mientras se dirigían al aeropuerto. Una vez más, esa sensación extraña la invadió. En el momento en que cruzaron las puertas del aeropuerto, oyó algo.
"Cuídala. Ella es especial."
Sofía giró la cabeza, buscando la voz, pero todo estaba normal. Su madre hablaba con una mujer en el mostrador, y sus hermanos estaban distraídos. Pensó en contarle a su mellizo, pero decidió no hacerlo.
— Se llama el vuelo 4508, destino: Londres, Reino Unido. — anunció la voz por los altavoces.
Subieron al avión, y Sofía se sentó junto a su hermano mellizo. Antes de que el sueño la venciera, su mellizo le susurró:
— Lo escuchaste, ¿verdad?
Ella lo miró, sorprendida.
— ¿Escuchar qué?
— La voz — dijo él, mirando hacia el pasillo del avión. — No sé quién es, pero me da miedo.
Sofía sintió un escalofrío. Cerró los ojos con fuerza y, por primera vez, deseó que fuera solo su imaginación.
Y así, la madre con sus hijos embarcó hacia un nuevo destino. Tal vez nunca regresaran o tal vez sí, eso lo dictaría el destino.
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Editado: 29.12.2024