Si pudiera regresar el tiempo, volvería a esa pequeña casa en Washington, me inclinaría sobre la cama y le daría un beso en la frente a esa chica adormilada. Esa chica que no sabía que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
Como cada mañana, el sol se colaba entre las cortinas, reflejándose en el enorme espejo de mi habitación. No necesitaba una alarma, la luz misma me despertaba a las 5 de la mañana, puntualmente.
Lía, mi hermana menor, irrumpió en mi habitación como cada día. Sin pedir permiso, se enredó en las sábanas rosas de mi cama y, antes de que pudiera protestar, saltó sobre mí, haciéndome retorcer de dolor.
—¡Lía! ¡Por favor! —gemí, intentando apartarla.
Desde la cocina, nuestra hermana mayor, Rachel, nos observaba como una madre severa. Con una espátula en mano, dejó lo que estaba cocinando y marchó hacia mi habitación. Entró como si fuera un sargento en jefe.
—Llevas media hora haciendo que Demian se cocine afuera en este sol —me gritó, cruzándose de brazos.
Salté de la cama como un rayo, empujando suavemente a Lía a un lado. Me asomé por la ventana y, por supuesto, ahí estaba.
Demian.
Para mí, Demian significaba una sola palabra: "todo".
El pánico se apoderó de mí. Tenía que arreglarme rápido. Afortunadamente, ya tenía un conjunto semi-preparado desde la noche anterior, una de mis pequeñas estrategias para evitar el caos matutino. Me puse un vestido negro con bolitas blancas y sin mangas.
Era una tragedia que tendría que cubrirlo con la bata blanca del hospital, pero al menos quería que Demian me viera con el de camino al trabajo. Mientras arreglaba mi flequillo y amarraba mi cabello en dos coletas, miré el reloj: ¡Las 7:00! y ¡Todavía estaba en mi habitación! Empecé a pasear de un lado a otro, pensando en qué accesorio ponerme para verme más bonita, algo que no debía importar, pero... era él.
Rachel entró de nuevo en mi cuarto, esta vez más seria.
—¿A qué hora piensas salir? —preguntó, alzando una ceja.
Había olvidado por completo que los lunes el centro médico abría más temprano. Me apresuré a ponerme un collar con un dije de gatito y corrí hacia la puerta.
—¿No vas a comer nada? —gritó Rachel desde la cocina.
—Lo siento, ¡voy tarde! Prometo comer algo en el hospital —respondí, tratando de apaciguar su enojo.
—¡Cuídate mucho! —dijo Lía desde las escaleras.
Asentí con una sonrisa y, al abrir la puerta, ahí estaba Demian, más lindo que nunca, sonriéndome de oreja a oreja. Me miró de arriba abajo, deteniéndose un momento más de lo necesario. Mis mejillas ardían y, justo cuando pensaba que iba a derretirme, su teléfono vibró, sacándonos a ambos de nuestra burbuja.
—No tienes ni idea de lo mucho que amo ese vestido —dijo, sin apartar la vista.
Sonreí, dándole una vuelta para que lo apreciara mejor.
—Lo sé, por eso lo uso siempre que puedo —respondí con una risa suave.
—¿Ya nos podemos ir? ¿Lista, Bunny? —me preguntó, tomando mi mano con esa sonrisa que hacía que mis rodillas flaquearan.
—Por supuesto. Lista para otro maravilloso día en el infierno —dije, alzando las manos con exagerada ironía.
Con la misma energía sarcástica, me dirigí a mi bicicleta, mentalmente preparándome para perder otras ocho horas de mi vida en ese empleo que tanto odiaba. Pero con Demian a mi lado, el día se veía un poco menos gris.
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Editado: 24.09.2024