–¡Esa perra loca! –soltó de pronto Vick–. Debieron de haberle puesto una maldita orden de restricción, una de 20 km, para que así pudiera mudarse de estado.
–Cariño, con 20 km no se mudaría de estado.
–Bueno, pero por lo menos estaría lejos de Kass–me señaló con ambas manos–, la pobre ha sufrido mucho, ¡mírala!
Era martes por la tarde, estábamos en mi casa, comiendo las sobras de la cena que había hecho anoche. Había preferido no contarle nada a las chicas hasta ahorita, porque sabía que Victoria se pondría así de loca, como un chihuahua. Antes de que nos fuéramos a clase, le pedí a Kyle que hiciera lo mismo con Sydney, y aunque él no estaba muy convencido, terminó aceptando cuando prometí que hablaría con ellas después de clases.
–¿Qué?, ¿qué tengo? –pregunté mientras me metía otro rollo de pizza a la boca.
Aquello había sido una pregunta estúpida, sabía cual era mi estado actual, después de cenar me había pasado gran parte de la noche, tirada en mi cama, llorando en “silencio”, aunque estoy segura de que hubo un momento en donde mis lamentos salieron de mi habitación y se escucharon por todo el pasillo, por consiguiente, había amanecido con los ojos hinchados y la nariz congestionada. Ni siquiera pude sonarme bien la nariz por miedo a que Kyle escuchara, aunque aquello no importaba ya, el chico me había visto llorar en más de una ocasión, algo que odiaba. Y ahora, que eran casi las cuatro de la tarde, mis ojos habían dejado de parecerse a los de un sapo –sólo un poco– mi voz ya no salía tan gangosa, pero el dolor de cabeza y el sueño se estaban haciendo presentes.
–¡Es un desastre!
–¡Oye! Creí que estábamos insultando a Ellie.
–Y lo estamos haciendo, cielo, pero también hay ver las cosas como son. Esa bruja te ha dejado como un sapo ojeroso.
Miré a Sydeny, quien no había evitado soltar una pequeña risotada.
–¡Dile algo! –pero la chica estaba incapacitada para hablar si quiera–. Se supone que vinieron aquí para consolarme un poco, no para reírse de mí.
–Kass tiene razón, cielo–reconoció por fin la morena–. ¿En verdad crees que te haya esperado ahí, con la intención de verte? –preguntó un poco más seria–. Sé que está mal de la cabeza–la dio el gusto a mi amiga en cuanto ella hizo un gesto de “¿en serio? –, pero ¿no crees que eso es algo exagerado?
–La obsesión no conoce esa palara, y lo que esa chica tiene con Kass es una enfermiza obsesión–le recordó Vick–. Ella mejor que nadie sabe que aquel autobús lo toma cualquier estudiante que necesita ir al centro comercial, no es idiota. Pudieron haberla expulsado de la escuela, pero no pueden evitar que tome el autobús, que vaya de compras o que visite cualquier otro lugar público.
Victoria tenía razón, pudieron haberla vetado de la escuela, quedó de palabra que no volvería a estar cerca de mí, bajo la condición de que mi hermana no presentara cargos, pero eso no limitaba el hecho de que podíamos encontrarnos un día, en el parque, la playa o el centro comercial, porque los demás no sabían que era lo que ella me había hecho, no conocían lo malo que podía llegar a ser una persona cuando se picaba con algo, o alguien. Cuando la chica salió de la oficina de la señora McMan, con la cara de sus padres llena de decepción e ira, creí que sería la última vez que la vería, porque su madre no dejaba de gritarle que era una vergüenza, que tendría prohibido salir para evitar más accidentes como este, pero creo que el castigo le duró poco.
–Supongo que tendré que acostumbrarme a verla–respondí sin pensar.
–¿Qué? ¡No! –gritó Vick.
–No tienes porqué sufrir lo mismo cada vez que la veas, no debrías “acostumbrarte” al miedo. Eso no es vivir.
–Y ¿qué quieres que haga? –pregunté, algo irritada. La voz se me había aguado un poco–. ¿Qué cada vez que la vea le grite, la golpeé, le reclame? O quizá deba ser yo la que deba irse de aquí, alejarme…
–¡No tienes por qué dejar todo lo que te ha costado conseguir por una persona como ella! –alegó Victoria–. Nunca dejes que una persona como Ellie te domine, no dejes que eso suceda, ¡prométemelo! –sentenció mi amiga, con la mirada seria, y el dedo índice señalándome con fiereza.
La veía un poco difusa a causa de las lágrimas que salían por mis ojos. Carajo, no temrinaba de recuperarme de una y ya iba de nuevo. Sydeny había abandonado su lugar, el cual era a un lado de su novia, para colocarse a mi lado, pasó uno de sus brazos sobre sus hombros y me atrajo hacia ella, obligando a que recargara mi cabeza en su cuerpo, y comenzó a frotarme el brazo en un intento de reconfortarme, aunque lo único que había ocasionado era que el llanto saliera incontenible.
–Vamos, llóralo–era lo único que me pidió la chica–. Sé que desde que pasó todo esto no has podido procesarlo de la manera correcta, y también reconozco que eres una chica demasiado terca como para aceptar que no estás bien. Así que concédete este tiempo para llorar lo que debas llorar, y para entender que debes pedir ayuda de vez en cuando, no puedes seguir así Kassia, sólo te estás haciendo daño.
Sus palabras, en lugar de hacerme sentir mejor, me hacían hundirme más en el hoyo que yo solita había cavado. Estaba siendo un monstruo conmigo misma, y eso lo sabía, pero supongo que lo que más me dolía de todo eso era que no solo me estaba consumiendo yo, sino que también las personas que estaban a mi alrededor, que se la vivían preocupados por mí, al ver como día con día, me iba secando como las flores abandonadas de un jarrón, que sin importar que tuvieran agua, esta también se iba poniendo amarillenta y verde, hasta ser inservible por completo, así es como se estaba tornando mis falsos intentos de hacerme creer que estaba bien, cuando no era así.