Ya tenía al chico frente a mí, pero no tenía no sabía qué demonios decirle. Entre nosotros seguía flotando aquel aire tenso e incómodo, generado por lo de hace rato con Kyle y porque yo no cooperaba demasiado con mis nervios. Para estar en paz conmigo misma debía abordarlo, era consciente de ello, pero no sabía cómo hacerlo. No quería llegar y preguntarle, sería muy tosco de mi parte, pero tampoco debía seguir así de callada.
–Cameron–el chico despegó la mirada de su vaso después de tener varios segundos centrado en su contenido. En cuando lo hizo me dedicó una pequeña sonrisa que le regresé–, ¿puedo preguntarte algo?
–Claro.
Nerviosa, retorcí entre mis dedos la servilleta con la que llevaba tiempo jugueteando.
–¿Te…? ¿Te sientes incómodo por el beso del sábado?
Ya sabía la respuesta a esa pregunta, me la había dado April, pero necesitaba confirmación de su parte, quería que lo afirmara. Además de que aquello era una forma de acercarme a lo que deseaba saber originalmente.
Los ojos del chico se abrieron ligeramente, estaba claro que no esperaba aquello. Pasada la sorpresa, una sonrisa se extendió en sus labios. Negó con la cabeza. Un ligero rubor cubrió la sus mejillas y la punta de su nariz.
–No. Pero creía que a ti sí, sobre todo después de los rumores que corrieron. –«Ah, sí, esos estúpidos chismes de corredor»–. Y también porque me pediste que te llevara a tu habitación–ahora sus ojos se cubrían con un poco de arrepentimiento–. Estabas llorando.
Ahora era yo la que no salía de su asombro. «Estabas llorando». Definitivamente había cosas de aquella fiesta en la playa que no estaban frescas en mi mente, y necesitaría algo de ayuda para poder recordarlo. Intenté hacer memoria. ¿Llorar? ¿Yo? ¿Por qué? La mayoría de las personas estando en un estado de ebriedad alto suelen hacer locuras, entre muchas de esas cosas se encuentra caer en un extraño episodio depresivo –si es que así se le puede llamar–, aunque la mayoría de las veces tiene un motivo, y yo no tenía ni uno.
Llegó a mi mente un pequeño destello, un recuerdo. No nos habíamos estado besando demasiado, como la gente llegó a decir y me hicieron ver mis amigas. Sólo habían sido unos cuantos, pero la gente hoy en día se infarta por lo que sea. Pero pasado unos segundos, comencé a llorar.
–Kass, ¿qué sucede? –preguntó Cameron mientras se despegaba un poco de mí.
Aquel último beso había sabido algo salado, y no era precisamente porque estuviéramos en la playa y unos cuantos granos de arena hayan volado hasta mis labios. Sino porque, sin darme cuenta, había empezado a llorar.
–Acaso, ¿beso tan mal? –intento hacerse el gracioso, para ver si eso ayudaba, pero no fue el caso.
Me limité a negar con la cabeza, pero eso no evitaba que las lágrimas salieran de mis ojos. Había hecho algo que no estaba acostumbrada a hacer, y yo, de alguna forma, me sentía mal. No podía evitar sentir en el fondo de mi pecho algo que me estrujaba el corazón. Remordimiento. Era como si de alguna forma supiera que le había fallado a mis padres, a mis hermanos, a mis amigas, a todos. En aquel momento, sentada en la arena, junto a uno de mis compañeros, cuyos ojos bañados de preocupación estaban puestos sobre mí, sentí el peso de todo lo que está ocultando sobre mis hombros.
–Llévame de regreso a mi habitación. Por favor.
–Claro.
Cameron se levantó, sacudió un poco la arena de sus pantalones y me ayudó a ponerme de pie. Las cosas se seguían moviendo bajo mis pies, pero la conciencia de mis actos era lo que estaba derribándome. Tomé la mano que estaba ofreciéndome y cruzamos el tramo que nos separaba de la playa y la escuela.
En ese momento no era consciente de los pocos ojos curiosos que nos estaban rodeando, mucho menos de las miradas alarmadas de mis amigas viéndome marchar con el chico, que hacia lo posible para que pudiera caminar por la arena sin que mis torpes pies me hicieran caer, hasta que nuestro comino se vio truncado por algo, que en su momento creí que era un tronco, pero en realidad era el torso de Kyle.
–¡Auch! –no me había dolido, pero borracha uno le hace bronca a todo–. Estúpida palmera, ¡quítate!
Mi mano golpeó su pecho y se quedó ahí.
–Esta palmera se está quemando, Cameron–me giré al chico asustada–. Hay que llamar a los bomberos.
El cuerpo de Kyle emitía calor, y bajo mis dedos podía sentir el golpeteo rítmico de su corazón. Sus dedos se posaron alrededor de mi muñeca, fríos a comparación del su pecho, y la retiró, dejándola a un lado, pero aun así no me soltó.
–La llevaré de regreso a su habitación. Debe descansar.
–¡Ja! La palmara habla, Cameron.
Las lágrimas seguían cayendo por mis mejillas, cálidas y saldas, y mi voz se había vuelto algo constipada, pero por aquel pequeño instante olvidé porque estaba llorando y a dónde iba.
Dejé de ver al pelirrojo, quien miraba con atención al chico que teníamos enfrente, y me topé con los ojos de Kyle, más oscuros de lo normal.