Grecia - Salónica
--¡Mami! ¡Mami! -llamó el pequeño Diego --¿ya llegamos? --pregunto con cierta desesperación mientras miraba a través de la ventana del carro.
--Falta poco mi niño-- contestó por segunda vez la mamá mientras conducía a la casa de la familia Lauren.
--¿Cuánto falta? -- inquirió el pequeño con un puchero.
--Poco mi niño—contestó nuevamente la mamá con una sonrisa formada en los labios, y es que la verdad, a ella le gustaba la insistencia que tenía su pequeño hijo en ir a jugar con Alía.
Solo pasaron unos segundos para que el pequeño Diego volviera a preguntar.
--má – dijo el pequeño.
--¡Diego! -- riñó su madre mientras daba la vuelta a la esquina para luego observar un portón negro muy familiar.
--¡LLEGAMOS! -- grito de felicidad el pequeño Diego mientras saltaba de arriba abajo en su mismo puesto para eso antes tuvo que sacarse el cinturón de seguridad.
Diego contaba los segundos que la mamá demoraba en estacionar el carro, el pequeño no aguantaba más, quería bajar e ir corriendo donde estaba su niña, le había prometido el día anterior de ir más temprano a jugar, pero por culpa de la escuela no pudo cumplirlo. Al momento en que noto que su mamá se quitaba el cinturón de seguridad no espero más y abrió la puerta para irse corriendo a la entrada de la casa de su niña.
--¡Diego! te vas a caer—le grito su madre.
No le hizo caso lo único que le importaba era ver a su niña, su luz.
El pequeño Diego estaba por sonar la gran puerta, pero fue interrumpido por el dulce llamado de alguien, alguien muy especial para él.
--D. D iniste-- grito la pequeña Alía, su niña.
Con una gran sonrisa el pequeño se dio la vuelta dejando a su madre que estaba tras de él en la entrada de la puerta, para irse corriendo donde escuchaba el dulce grito de su niña.
Corrió lo más rápido que pudo y la vio, como siempre estaba hermosa con su cabello dorado que lo cargaba suelto y sus ojos color fucsia azulado, era una mezcla extraña, pero a él le gustaba. Alía se encontraba en la mecedora jugando con una muchacha del servicio. Con una gran sonrisa la contempló, para él, no existía otra niña más hermosa y dulce que ella.
--D. D-- intentó pronunciar su niña.
La pequeña Alía con tan solo 4 años de edad aun le es difícil pronunciar ciertas letras del abecedario, por lo que solo le decía D. D. ya que aún no lograba pronuncia la letra G.
Con una risita, se acercó a jugar con su niña.
Esa pequeña de cuatro años lo tenía loco, es todo para él desde que había llegado a su vida.
Ninguno de los dos niños se percató del sentimiento profundo que se tenía el uno para el otro. Ella era feliz cuando él iba a jugar a su casa y ¿Él? le gustaba ir a jugar a la casa de ella.
Dos años después...
--Má ya vuelvo-- grito el ya no tan pequeño Diego, pues con once años de edad se estaba convirtiendo en todo un preadolescente.
No espero respuesta y cerró la puerta para dirigirse a su bicicleta e ir a la casa de Alía, había terminado de hacer los deberes como era acordado con sus padres para que pueda ir a ver a su niña. Pues la casa no estaba tan lejos, solo era unas cuantas cuadras de la suya. Con mucho cuidado pedaleo con fuerza para llegar lo más pronto posible, pero eso si con la seguridad de que no viniera otro carro o persona que pueda impactar con él.
Había pasado muchas cosas en esos dos años, como por ejemplo una de esas era que sus padres decidieron mudarse cerca de la casa de su niña, solo por él, ya que iba seguido a jugar con ella. Otra cosa que también había pasado era que su niña había ingresado al jardín de niños y le daba gusto ver como estaba aprendiendo cosas nuevas y a pronunciar las palabras como es correcto y la última cosa que el hacia lo posible para que su niña no lo notara era las fuertes discusiones que tenían los señores Lauren. Él no entendía de que venía esas discusiones entre ellos dos, solo trataba que Alía no se diera cuenta y en parte lo conseguía ya que su niña tiene cinco años y en dos semanas cumpliría los seis añitos.
La casa de su niña quedaba a unas seis o cinco cuadras de su casa, en lo cual le hacía fácil movilizarse en bicicleta y no estar molestando a su madre o al chofer. Diego ya estaba acostumbrado a ver el mismo portón negro que pertenecía a la casa de su niña. Al momento de entrar sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo y una angustia le invadió su pequeño corazón, no comprendió a que se debía y por lo mismo no quiso tomarle atención. Lo único que le importaba era ver a su niña para llevarla a un lugar muy especial para que pueda jugar.
Dejó su bicicleta en el mismo lugar de siempre que era al lado de unos matorrales y se dirigió a la entrada de la casa (como era costumbre) espero unos segundos para ver si su niña lo llamaba, pero no escucho nada. Miro en ambos lados y comprobó que no había rastro de ella; se imaginó que de seguro le enviaron deberes y por eso no estaba afuera, no tuvo más remedio que sonar la puerta. Espero unos segundos para que le abran la puerta y se llevó una gran sorpresa a ver que era la nana de su niña, ella se supone que tiene que estar con Alía enseñándole hacer los deberes y no abriéndole la puerta, fijo su vista muy bien en ella y no comprendió que había pasado para que estuviera en ese estado, cargaba los ojos rojos e hinchado, la nariz la cargaba roja como un tomate. No entendía que había pasado para que ella estuviera así.