My Stupid Crush

Capítulo 2

Capitulo 2 | Define perfección

Siú

—¡El Gua Bao está listo!

Mi abuela aparece en mi campo de visión apenas grito eso, y luego de dedicarme una sonrisa que acentúa las arrugas de su rostro, toma el platillo que le entrego y vuelve a desaparecer por la puerta de la cocina. Antes de que termine de cerrarse, escucho el bullicio del exterior y suelto un largo suspiro mientras me limpio la frente sudorosa con el dorso del brazo.

Todavía quedan muchos clientes por atender...

Una punzada de disgusto se me clava en el pecho al recordar la carta que Terry me entregó hace casi una semana. ¡Es que no consigo sacarme de la cabeza ninguna de las cosas que me dijo! Eso de que crea que soy perfecto cuando, justo ahora, estoy sudado y lleno de aceite y especias hasta el alma, me parece de lo más ofensivo.

Él siempre consigue la manera de sacarme de mis casillas.

Quisiera que, aunque sea por un instante, se pusiera en mi lugar, que tratara de entender a alguien más que a sí mismo. Estoy casi seguro de que, en su pequeño cerebro, siempre consigue que el mundo gire a su alrededor. Es odioso e impredecible por mucho que trato de cuidarme de él y sus tonterías.

Quiero deshacerme de esos pensamientos, así que alzo el rostro y me percato de que llegaron más órdenes. Hago una mueca y tomo una al azar: otro Gua Bao. Desde que mi abuela aprendió a hacerse publicidad en las redes sociales, ha optado por rebajar algunos platillos a mitad de precio para atraer clientela al restaurante que ha manejado desde que dejó Taiwán hace ya muchas décadas. Y, a decir verdad, le ha ido muy bien, ya que hemos tenido más trabajo que nunca. Lo peor es que ni de esa manera puedo sacarme de la cabeza al idiota de Terry y su carta.

Se supone que mañana debo entregarle una, porque así funciona todo este asunto del proyecto de la profesora Roberts, sin embargo, no importa cuántas veces me haya sentado a escribir algo decente, nada sale de esas interminables sesiones.

Quise comportarme con su misma inmadurez y enumerar todo lo que creo que hace mal, pero eso solo dejaría en evidencia que le he prestado atención... tanta como él me ha prestado a mí.

Me estremezco de solo pensar en eso. Grace ya me ha dicho que lo ha pillado mirándome en más de una ocasión, y aun cuando le he asegurado miles de veces que solo lo hace para molestar, mi mejor amiga está convencida de que no se trata de eso.

Una vez cometí el error de preguntarle a qué se refería, y su respuesta me hace estremecer cada vez que la recuerdo:

«Es el brillo en sus ojos, Siú. Cuando te mira, sus ojos se iluminan como los de un siervo frente a los faros de un coche.»

Chasqueo la lengua y me concentro en sacar más rebanadas de pan al vapor para preparar el Bao, pero mi cerebro no está coordinando mis movimientos como debería, y en lugar de tomar la pinza por el mango, lo hago desde la parte metálica, quemándome de tal forma en que termino lanzando ese artefacto demoníaco y dando un paso hacia atrás.

—¡Siú! —mi abuela, que apenas había vuelto a la cocina a buscar más órdenes, corre en mi dirección y me sujeta las muñecas para mirar más de cerca las quemaduras—. Dios, niño tonto, ¿qué ha sido eso? Ya te pareces a tu padre.

Sacudo la cabeza y me aparto un poco. Ella me mira, preocupada.

—Me distraje —admito, taciturno—. ¿Crees que pueda tomar un descanso?

Mi abuela frunce el ceño y abre la boca, pero no dice nada, sino que termina suspirando. Sabe que iré a fumar. Es lo que he estado haciendo desde hace un año, cuando el abuelo falleció y yo tuve que ocupar su lugar en la cocina del restaurante, incluyendo la elaboración de platillos taiwaneses en los malabares que hago entre mis deberes de la escuela y mi carrera de modelaje.

No es que sea un adicto o algo así, solo recurro a los cigarros cuando necesito relajarme, cuando los pensamientos que rebotan en mi cabeza son demasiados y no puedo detenerlos. Es mi manera de volver a la realidad, y ella lo sabe, porque fue su influencia la que me llevó a esto.

—Estás trabajando. —Me responde en un hilo de voz, y se aparta para tomar una toalla con la que me envuelve la mano lastimada—. Espera un poco, ya casi vamos a cerrar. Ve a lavar esto y luego trata de hacer el Gua Bao con más cuidado, ¿bien?

—De acuerdo, vuelvo enseguida. —Acepto su oferta, y corro en dirección al baño de empleados, sin detenerme a mirar atrás, a pesar de que siento las miradas de mis compañeros clavadas en mi espalda.

Para ellos también soy complicado, justo como Terry me describió en su estúpida carta. ¡Y de nuevo pensando él! Por su culpa la mano me arde, por su culpa un cliente va a comer tarde su hamburguesa taiwanesa, y por su culpa no podré ir a fumar, sino hasta dentro de una hora, cuando la abuela anuncie el final de la jornada y yo sea libre de responsabilidades.

Todo siempre es su culpa, o bueno, la mayor parte del tiempo sí que lo es.

Una vez cierro la puerta del baño, me cubro el rostro con el antebrazo y me muerdo el labio inferior para contener el grito que me sube por la garganta.

Estoy frustrado, enojado, agotado. Y pensar que mañana, de nuevo, deberé sentarme al lado de Terence Dowson y contener la respiración para no percibir su aroma, además de fingir como un demente que no hay nadie más en el escritorio.




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