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En un concierto silencioso, mi cuerpo era el instrumento.
Cada día, una nueva partitura se escribía,
con notas de dolor y desafinaciones.
La mitad de mi cabeza, una pesada losa,
se paralizaba sin aviso, sin compasión.
Mis pensamientos, un laberinto confuso,
buscando salida, sin encontrarla.
Mis extremidades, ramas marchitas,
se dormían sin vida, sin calor.
Mis rodillas, dos dolientes tambores,
latían por las madrugadas, sin pausa.
Y en mis oídos, una sinfonía eterna,
un tinnitus que no cesaba, que no dormía.
Pitidos agudos, una desentonada melodía,
que me acompañaba, sin tregua.
"No te rindas, no te detengas".
Una voz que recordaba,
que la vida es un canto, no un lamento.
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amor, poesía que explora corazón humano, esperanza y resiliencia.
Editado: 16.11.2024