Está jugando con ella, la forma en que se ríe entre los dientes, cómo la mira, cómo se mueve. Es porque ahora ni siquiera la ve a los ojos. Él sabe que lo que está haciendo está mal. Y ella también. ¿Pero qué más da?, al mundo no le importa si algo está mal, va a seguir su curso siempre, porque nosotros mismos somos culpables de lo que ocurre todo el tiempo.
Cuando todo se acaba, como ahora, puede que él se levante y se fume un cigarrillo, o puede que le pida que se vaya porque está tarde.
Hoy Valeria no tiene deseos de levantarse. En realidad, siente que va a llorar, pero no puede, porque si llora él pensará que es por él y no es así. El problema que la atormenta no tiene nada que ver con él.
Él está mirando al techo mientras respira. Valeria muere del frío. Necesita calor o necesita cubrirse.
—¿Qué te ocurre? —le pregunta. Ella no responde nada—. Valeria… ¿te lastimé?
Aunque llevasen dos meses ya con la misma rutina, Valeria algunas veces decía que le dolía para que no fuera brusco, porque a ella no le gustaba así. Ni siquiera sabía cómo le gustaba, era algo frívolo y a la vez normal, no algo en lo que podía definir un gusto. Como todo en su vida, en nada podía decidir qué quería en realidad.
—Valeria… —vuelve a llamarla por su nombre y ella lo mira. Ben se moja los labios y toca la mejilla de Valeria con sus dedos—, ¿Valeria, qué tienes hoy? —vuelve a preguntar.
—Me tengo que ir —dice y se sienta en el borde de la cama para recoger su ropa del suelo. Ella no lo quiere hacer todavía. Se queda allí sentada mirando al piso.
La Sombra desliza sus dedos vagamente por la columna de Valeria, sus huesos son tan pronunciados que por un segundo le hacen recordar lo frágil que su cuerpo luce y de cómo se suponía que debía sentirse culpable por hacer esto con ella.
Al sentir los dedos congelados de La Sombra en su espalda Valeria pensó en el frío que tenía. Terminó de levantarse y se vistió de nuevo. Él no se levantó para despedirse de ella ni ella tampoco esperaba que lo hiciera. Todo era una completa rutina, y los dos sabían cómo era más o menos.
Valeria salió de la casa de La Sombra a las once de la noche y se enfrentó a los vientos de otoño que muy pronto serían reemplazados por los de invierno. Tenía frío y hambre, y mientras caminaba perezosamente decidió fijarse en la acera por donde caminaba y no pisar las grietas que había en ella.
No siempre fue así, antes La Sombra y Valeria nunca habían tenido ningún contacto físico y cualquier conversación que hayan tenido cuando niños fue enterrada en el pasado, cuando él se convirtió en lo que es ahora, una sombra.
Como sea, todo empezó con las malas amistades, aunque Valeria no les echase la culpa a ellas totalmente; ella había sucumbido, ahora se siente atada a un lazo invisible que en realidad no existe.
Nina es la mejor amiga de Valeria desde que tiene memoria, en el barrio es conocida como una chica «rapidita», y es que todas las chicas del barrio son catalogadas así. Una noche, mientras otra de las chicas, quien Valeria juraba era por dos años menor que ella, contaba sus experiencias, Rose saltó a preguntarle a Valeria—: —¿Y tú?, ¿cómo fue tu primera vez?
—¿Qué primera vez? A Val se le nota el queso.
Algunas rieron.
—¿El queso? —curioseó confundida—, ¿qué es?
—Ellas quieren decir que no has sido ni siquiera tocada allí —le aclaró Nina—. Chicas, Val es la salvación de este barrio. —Alzó la voz y rodó los ojos.
Todas rieron de nuevo, menos Valeria.
—¿Cómo hago para quitarme el queso? —preguntó, tres semanas atrás Valeria tan solo tenía dieciséis y quería ser igual a sus vecinas para encajar, era eso o aburrirse en casa contando las cucarachas en el patio.
—Ten sexo con alguien, obvio —ordenó Rose.
—Puede ser con uno del barrio y nos cuentas cómo te fue —dijo la otra.
Nina se acomodó el brasier y miró de reojo a Valeria, quien tenía una expresión de miedo chistosa.
—¿En serio ustedes piensan que mi Val va a tener sexo así como así? No lo hará, es demasiado inocente. —Nina hizo una mueca con los labios.
—Claro que puedo, Nina, no me subestimes —respondió volteando a ver a su amiga—, díganme ustedes opciones.
Rose sonrió con malicia mientras cruzaba miradas con Argentina. Argentina era más vieja que Valeria y la que principalmente había inculcado todas las mañas a las niñas ahí presentes. Era como su maestra, la que hacía las cosas primero y después ellas le seguían.
—Ahí está Mario, o Héctor, quizás Ramírez —decía Argentina mientras los señalaba. Ellos estaban sentados en el colmadón mientras ellas permanecían casi al frente sentadas en la acera, a unos cuantos metros de ellos—, mira ese de allí, Gregorio, es una bestia, te lo recomiendo, y ese que vez allí con la gorra es «La Sombra», él también podría ser.
—Le pides que quieres dejar de ser queso, ellos entenderán. —Rose puso una cara que trataba de persuadirla, una sonrisa que hizo pensar a Valeria que eso era lo mejor.
—¿Ahora? —Tragó saliva y miró hacia donde ellos. Ellos hablaban sentados en banquitos y otros jugaban dominó.
—No, claro que no, decide a cuál quieres. Le preguntas luego, lo haces, y después no dices cómo te fue —Argentina se paró de la acera—, y si no te quitas ese queso que traes entonces no podrás hablar conmigo más.
—Ni conmigo. —Se levanta Rose y la mira con desprecio.
Las otras chicas se levantaron, menos Nina.
—¡No les hagas caso, Valeria!, ellas están locas. Quédate así siempre, no estás lista aún. Quieren que te jodas como están ellas. Ve a casa. —Nina después de decir eso se levantó, y se despidió con un abrazo. Las otras chicas se alejaban hacia otra parte, probablemente la casa de Marian, y Nina corrió detrás de ellas.
Valeria se levantó de la acera y caminó al colmadón. Allí miro la cara de cada uno de ellos y simplemente no quería que ninguno la tocase. Después de quedarse tanto tiempo parada allí mirándolos, uno dijo: