Nada

Capítulo 2. ALGO

Valeria, es el único que siempre la llama así, con ese tono de voz siempre, como si la necesitara, como si ella fuera parte vital de su vida. ¿Cómo es que se le hace tan fácil mentir? ¿Dónde aprendió a fingir tan bien?

Valeria llega a su casa y tiene una migraña. En la cocina solo hay un chocolate tibio y dos galletas grandes de harina que su mamá le dejó como cena. Todo estuviera en silencio si no se escucharan las respiraciones pesadas de sus hermanitos durmiendo en la habitación.

Se sienta en la silla de madera que está en el comedor, el cual antes solía tener cuatro sillas y ahora solo tiene tres porque la madera podrida hizo que una de ellas cediera. Después de mojar la galleta en el chocolate y terminar de beberlo, busca su ropa de dormir, y tiende una sábana en el piso.

Había muchas razones de porqué después de la segunda vez Valeria siguió yendo a la casa de Ben. La primera es que después de que Valeria volviera por segunda vez no le dolió tanto y esa vez le besó la boca. Su primer beso. Eso la hizo sentir querida. Era como si le estuviese dando una bofetada a su padre, quien una vez que se marchó le había dicho: «Y a ti nunca un hombre te va a desear», además, sentía una sensación tan intensa que hacía que estirara los dedos de sus pies, ni siquiera podía mantener el beso.

Así que después de la tercera vez volvió, y no le dijo nada y él tampoco le preguntó. No sabía cómo pero todo fue diferente y volvió a llorar. La Sombra se había convertido en un monstruo y la estaba atacando.

Hizo que se detuviera.

—Valeria… ¿ahora por qué lloras? —preguntó después de unos segundos.

—Lloro porque me duele.

Y no era mentira, tampoco verdad. Simplemente le molestaba la prisa, la dejaba en desasosiego y la hacía decir cosas que nunca imaginó que su boca pudiera decir, además, su actitud algunas veces le daba miedo. De vez en cuando La Sombra le daba mucho miedo… de que se convirtiera en un monstruo y la atacara otra vez. Así que descubrió que si le decía a La Sombra que le dolía, él se pondría más cariñoso y más atento. Era como si se transformara en alguien dulce y cercano y no el frío y distante Ben afuera de su casa.

Y entonces, volvió una y otra vez hacia donde él durante todo ese mes y el inicio de este. Y él siempre sería cariñoso, la besaría, compartiría su cena con ella, hablaría con ella, y le permitiría dormir con su colcha algunas veces.

Sin embargo, no eran nada. Era muy fácil olvidar que el chico que estaba ahora escuchando música urbana en la esquina, con pantalones tal vez muy anchos y gorra hacia atrás, era aquel que besaba su cuello sudoroso en las noches.

No le hablaba y difícilmente le miraba.

Valeria no se atrevió a decirle a nadie cómo había sido su primera vez. Le daba apuro saber que había sido tan cobarde, y más cuando le preguntó a Nina:

—¿Te dolió tu primera vez?

—¿Que si me dolió? —repitió—, pues obvio, aunque déjame decirte, yo solo apreté la lengua y me dejé llevar, el dolor se va des ­pués. Todo es mental, es que estás cerrada y alguien te abre, obvio que va a doler primero. ¿Por qué preguntas?, ¿aún piensas en el reto de Rose y Argentina?... de verdad espero que hayas olvidado eso, soy tu amiga y no necesitas hacer nada para hablar conmigo. Y si yo voy a un sitio tú puedes ir aunque ellas estén ahí. No te van a comer.

Nunca lo hizo.

Valeria en serio deseó que ella le hubiese dicho eso antes, o siquiera que lo hubiese demostrado, pero era bastante tarde, ella nunca acompañó a Valeria cuando estaba sola, no siguió juntándose con ella como prometió.

Una vez pensó que a La Sombra le avergonzaba decir a sus amigos que ella lo estaba satisfaciendo, porque una vez más o menos se lo dijo. Y de parte de Valeria estaba bien, ella tampoco quería decir que La Sombra le había quitado «su queso».

El piso está frío y más duro de lo normal. Comparado con la cama de La Sombra todo es distinto, allí hay almohada y no la sábana doblada para que su cabeza no pegara con el suelo.

Valeria usualmente duerme con sus hermanitos, pero cuando vuelve de donde La Sombra ella piensa que no es buena idea compartir la cama con ellos sino al otro día. Porque se siente impura, no quiere contagiarles su impureza.

Valeria se acuesta boca abajo para que su espalda no le duela y se queda pensando en Ben. Eso lo hace casi todas las noches. Pensar. En todo lo que le pasa cada día, hasta hacerse culpable si algo anda mal, hasta quedarse dormida.

Al otro día los hermanitos de Valeria, Carlitos y Carol, están ya despiertos y desayunándose con un chocolate de agua. Valeria caminó hacia su pequeño baño y se cepillo los dientes frente al pedazo de espejo que hay encima del lavamanos.

Antes no era así, era un hermoso espejo que su mamá se había ganado en un concurso de arroz con leche que había en una feria de postres. Pero después de la pelea que sus padres tuvieron, el papá de Valeria golpeó el espejo y partió parte de él en miles de pedazos. Ella recuerda que limpió los pedazos de vidrio mientras su mamá tranquilizaba a los niños para que dejasen de llorar.

Escupe en el lavamanos como si estuviera escupiéndole en la cara al pasado.

Se mete al baño y después sale cubierta con su toalla. Busca su uniforme y se pone la falda color caqui que le queda un poco corta, y no porque quisiese, sino porque Valeria ha crecido vertiginosamente después de que cumplió los quince y la familia no disponía del dinero para mandar a hacer una más larga. Se puso la camisa blanca y sus zapatos de pana y medias tobilleras. Las medias tobilleras las odia, hacen que sus canillas sean más notables y que sus piernas delgadas sobresalgan.

No podía hacer mucho, la compañera del par de medias largas se había perdido y no podía encontrarla. La ha buscado en todas partes hasta agotarse.

Valeria lleva a sus hermanitos a la escuela pública donde ellos estudian, ella, en cambio, lo hace en una escuela privada y trataba de mantenerse allí hasta terminar la educación secundaria. Es por una beca, todos sus esfuerzos estaban dirigidos a no perder esa beca y al menos terminar la escuela.




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