Nada

Capítulo 3. MUY CERCA

«Deja de soñar despierta, deja de soñar despierta.»

—¿Todo bien?

Valeria asiente, sonriendo.

«Inhala todo el aire que puedas, espera a que mire a otro lado.»

—¿Quieres agua?

«Actúa como si no escondieras nada. ¿Qué escondes?»

—Val…

«Nada.»

—No tengo nada —dijo con voz tranquila—. ¿Dónde está Nina?

«Nada» se repite. No ocurre nada. Llevan minutos hablando. ¿Por qué pensaría que está ocurriendo algo?

«Está muy cerca…»

—Bien.

¿Por qué de pronto sintió su voz en su oído?

«Muy cerca…»

—Y estás muy bonita hoy, Valeria.

«¡¿Por qué tiene que acercarse tanto?!» Tiene la piel de gallina. Si de algo está segura es de que va a cometer un crimen contra Nina cuando salga de esta.

Ben pasó toda la noche hablando muy de cerca con una chica que era prima de uno de sus amigos, José. Aunque sabía que José era algunas veces problemático, no le importó. La chica le había estado buscando el lado por mucho tiempo, buscando conversación con él. Y no quería defraudarla, además, la chica estaba buena.

Valeria, por su parte, había pasado toda la noche con Gregorio, uno al lado del otro, quizás muy cerca. Parecían pareja. Ben no podía creerlo. Era absurdo. Su mejor amigo y ella. ¿Por qué él no se lo había dicho?

«Otra vez muy cerca», pensó mirando de reojo. «Ese hijo de puta», insultó mentalmente a su amigo, pero después recordó que nadie sabía que Valeria estaba con él, y ni siquiera estaban. Era algo sumamente complejo y hasta ahora él esperaba que siguiera así. Y es que las relaciones amorosas eran complicadas y él no estaba dispuesto a bregar con eso.

Por eso se fue. Y por alguna rara razón, estaba enojado con ella por estar con Gregorio y por no ir a su casa cuando se lo pidió esa tarde, ¿se estará cansando?, ¿por eso su actitud la otra noche?

Camino más de prisa.

Se suponía que no debía pensar en lo que ella hiciera o dejara de hacer. Le tiene que valer nada todo eso. Todo acerca de ella. Debe seguir adelante, debe seguir ocultándose como si fuera una sombra… hasta que su cuerpo se funda en la oscuridad y no sea capaz de verse.

Una sombra sin sentimientos.

—¡Oh Dios, Gregorio, deja a Valeria en paz! —Nina se sentó en las piernas de Valeria, Gregorio se sobresaltó y se echó hacia atrás—. Si quieres meterte dentro de sus pantis disimula un poco más, ¿no crees? —reprochó con desdén.

—¿Qué pasa, Nina? A ti también te quiero. —Le lanzó un beso, pero en sus ojos se veía que estaba muy irritado.

—Asqueroso, estás borracho, ve a ver a tu amigo, que ya se fue.

Valeria pensó que sus oídos habían fallado, ¿de verdad se había ido?, pero ¿por qué no se dio cuenta?, ¿en qué momento dejó de estar consciente de que él observaba a su amigo estar muy cerca de ella? Estúpida. Estúpida, se dijo a sí misma, quizás ahora esté enojado.

—¿Qué amigo? —pregunta Valeria dejando flotar sus palabras para que suenen desinteresadas.

—La Sombra, se fue hace rato —dijo sin darle importancia—. Oye… ¿y tú y Gregorio? ¿Ya tienen algo? —Le pregunta con sonrisa pícara. Gregorio se había marchado en el instante en que Nina había interferido entre ellos dos. Él no se lo decía a nadie. Pero Nina nunca le ha caído bien.

Valeria iba a negar, pero estaba pensando en que La Sombra se había ido, y que ya no tenía sentido estar allí.

—Tierra a Valeria… ¿hola? —Chasqueó los dedos. Cuando Valeria vuelve a prestarle atención, esta volvió a hablar—: ¿Que si ya hay algo entre tú y Gregorio?

—Solo hablábamos un poco. —«Solo somos casi amigos», pensó. ¿Por qué alguien llegaría a creer que había algo entre ellos y no llegarían a sospechar ni siquiera un poco de ella y La Sombra?

—¿Él tan cerca de ti?

—Define cerca. —Valeria busca con la vista a La Sombra, no podía ser verdad. De verdad se había ido…

—Su boca se pasó la noche entera en tu oreja, ¿no lo notaste? Además, estaban casi abrazados.

—Yo no lo abracé. También te recuerdo que no fui yo quien quiso quedarse, tú me dejaste sola.

—La próxima vez, y si no te gusta, solo te levantas y ya. —Nina la mira seriamente.

—Gracias, Nina.

Nina agarró la muñeca de Valeria y se dirigió hacia donde estaban las chicas sentadas en su lugar favorito: la acera.

—No te preocupes —Nina le había dicho a Valeria cuando notó que se negaba a caminar—, con lo de esta noche es suficiente para que te acepten de nuevo. Hablé con ellas.

Argentina estaba sentada en posición de yoga y las otras chicas tenían sus piernas extendidas hasta el contén y la calle. Era ya tarde y todo el mundo estaba recogiendo para ir a sus casas, porque eso es ya una costumbre, comer, y después irse, al menos que se queden en las aceras, o vayan a otro lugar a hablar y a hacer bulla.

En el barrio se veía mucho a las doñas sentarse en la acera con sillas plásticas, y con los niños del barrio alrededor de ellas para escuchar los cuentos que se inventaban, o que tal vez eran reales. Cuando esas señoras entraban a sus casas, los demás, niños, jóvenes y adultos, sabían que era hora de «ir todo el mundo a su casa», era una clase de toque de queda. Las calles estaban desoladas y los delincuentes podían salir a hacer su trabajo porque ya no había ninguna anciana que le recordase a su madre (por las que habían salido a robar en primer lugar). Ya no había nadie serio en las calles. Esa señal era la que esperaban Argentina y su clan para ir a sus casas.

Usualmente las señoras daban un tiempo prudente, mandan a recoger sus sillas —si alguien se las había pedido prestadas—, se levantan, miran a los lados, y luego, algún niño de esos le entra las sillas a su casa, y ellas cierran rejillas, puertas y ventanas, y, al menos que un nieto de ellas este en la calle, no se vuelve a saber más de esas señoras hasta el otro día. Ese tiempo que transcurría era bastante largo para permitirles a las chicas entrar a sus cuevitas hogareñas, y más porque no todas las señoras decidían entrar a la misma hora a sus casas.




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