Nada

Capítulo 4. PODRÍA GUSTARLE

Valeria tocó la puerta tres veces. Sus pies se movieron en un vaivén por unos segundos, estaba ansiosa. Pero nada. Nadie abría la puerta. Empezó a sentir frío en los brazos y deseó haberse puesto algún abrigo. Allí parada se debatió entre continuar o darse la vuelta y marcharse, quizás él ya no la quería, quizás ya su no acuerdo había terminado.

Quizás debía dejar de bloquearse.

Tocó la perilla de la puerta, estaba fría, tan helada que sintió un respingo en el cuerpo. La giró. Estaba abierta, qué raro. Entró sigilosamente, y cuando lo hizo, sintió que el ambiente de familiaridad la cubría. El lugar tenía una esencia, un olor que lo definía y sabía que otra vez había caído en su trampa.

No estaba en su sala ni en su cocina, eso era lo primero que veías cuando entrabas a su casa. Así que decidió entrar a la habitación. La luz estaba apagada y lo único que alumbraba era la luz del baño encendida. Nunca la apagaba. Valeria pensaba que era porque temía dormir en una completa penumbra. ¿La Sombra con miedo?, se preguntó.

—Tienes que aprender a controlarte. —Ben ya sabía que estaba en la habitación. Escuchó cuando tocó la puerta, cuando la abrió y también cuando entró. Cualquiera lo hubiese hecho—. Caminabas tan rápido que parecías un cohete.

—¿Lo notaste? —Valeria preguntó alzando una ceja.

—Ja. Todos lo hicieron, por suerte ellos pensaron que era por Gregorio, ya sabes lo que se anda diciendo.

No sabía qué se andaba diciendo, tampoco quería saberlo. Exhaló y observó cómo Ben se levantaba del suelo y se acercaba hacia donde ella. Él con su mano derecha levantó la quijada de ella para que lo mirara a los ojos.

—Yo sabía que vendrías.

Puso su mano por detrás de su cabeza, agarrando su cabello allí como una caricia. —Sabía… que… vendrías… —Comenzó a jugar con sus labios, después los estrelló con los de él, como si estuviera hambriento, como si fuera un nuevo juego ese de no dejarla respirar.

Valeria trató de interponer su mano en el pecho de él para que se detuviera, para que la dejara respirar un segundo, después lo besaría, lo besaría todo lo que él quisiese.

—Te extrañé mucho, Ben. —Aunque había afirmado, había un pequeño tono de pregunta.

Se detuvo, alejó un poco el rostro de ella para verla mejor, tenía los ojos cerrados. Se alejó más. No recordaba que Valeria supiera su nombre de pila, pero pensándolo, ya sabía mucho de él, Valeria… Valeria… ella estaba adueñándose de su cabeza, eso no podía seguir ocurriendo.

—Ven. —Le pidió a Valeria. Ella abrió los ojos y él ahora estaba sentado en la orilla de la cama. ¿Qué tan rápido puede moverse?

Titubeó por unos segundos, pero cedió. Ben empezó a quitar uno por uno los botones de su camisa. Se tomó su tiempo entre cada uno, deslizando sus dedos en la piel que se exponía por cada botón desabotonado. Cuando acabó dejó caer la tela al piso. Acercó su cara a su vientre y sopló en él con una sonrisa en la boca.

Lo disfrutaba, eso, jugar con ella, que ella esté así: con los ojos cerrados sin saber qué hacer. Sus labios hicieron contacto con su piel, abrió su boca y con sus dientes mordió la delgada capa de su piel.

Valeria sintió un escalofrío. Hizo una mueca.

—Valeria, ¿qué tal si bailas un poco para mí?

Valeria no se movió, pero su corazón latió rápido. Él rozaba el vientre de ella con su nariz, esperando su respuesta.

—No puedo.

—¿No puedes?

—No puedo —repitió más alto. Empezó a sentir muy apretado el agarre que él tenía en sus caderas.

Él se levantó y dejó de sujetarla.

—¿No puedes o no quieres? —Le cuestionó, acercándose mucho a ella, tanto que con su pecho la empujaba hacia atrás.

Valeria puso paso firme porque se estaba tropezando y no quería caerse.

—¿Es que acaso estás loco?

—¡No digas cosas estúpidas!

—¡¿Estúpidas?! —Se sintió ofendida—, ¿Pero por qué tengo que bailarte?, eso no está en el acuerdo.

—¿Qué acuerdo? Yo solo te follo y ya, no tenemos ningún acuerdo.

Sintió una punzada en el centro de su pecho, las manos frías, y los ojos como si fueran una presa a punto de desbordarse. Lo miró con rabia, y recogió su camisa que yacía en el suelo.

—¿Valeria, qué haces? —Hizo un ademán con sus manos señalando hacia donde se había agachado para recoger su camisa. Casi sonó como si estuviera arrepentido de haberle dicho eso, pero era la verdad. Los dos los sabían, ¿por qué evitaban ser sinceros?

—Me voy, yo sabía que no debía volver. Yo sabía que tú estabas con la prima de José. Sabía que tú no me querías más.

—Nunca nos hemos querido el uno al otro, Valeria, deja de decir disparatadas.

¿Disparatadas?, ¿acaso sabía él lo que ella sentía o no?

Se puso su camisa de nuevo. En realidad no quería llorar. No en frente de él. En vez de eso, deseó con todas sus fuerzas que él dejara de echarle en cara que no tenían nada.

Nada.

«No hay nada», se dijo. «¿Por qué quieres llorar?, ¡no hay nada, no hay nada, no hay nada, ¡no hay nada!»

—No quiero bailar porque no se me da bien, no lo quiero hacer porque como tú dijiste, solo «follamos» y ya. —Quiso explicarse a sí misma, a él no le debía ninguna explicación.

—Si no lo quieres hacer vete y ya. No hagamos nada, que no te estoy obligando —le dijo. En su voz había desinterés. Hirió su ego.

«Pero quiero una historia de amor… », se dijo. Pero entonces se dio cuenta de que lo que hacía con él era de zorras y no tenía nada que ver con el amor. Salió del cuarto después de volverse a abotonar todos los botones de su camisa.

Ben resopló y salió atrás de ella. «Es infantil… es una niña», se dijo para mantenerse tranquilo. Trato de detenerla dos veces, pero Valeria se rehusaba. A la tercera logró tomar su brazo y voltearla hacia él para después apretarla en un abrazo. Valeria se desmoronó allí mismo. Quería decirle que lo quería, que ella sí lo quería. Pero eso ya dañaría las cosas.




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