Nada

Capítulo 5. DESEO

—Necesito un favor. —Su voz salió entrecortada, había venido corriendo.

—¿Sí? —preguntó desinteresado, estaba preparando un tazón de cereal cuando ella había irrumpido a la casa—. ¿Pero ni siquiera vas a saludarme?, ¿a decirme hola?

—Hola. —Se acomodó el cabello detrás de la oreja.

Ben sonrió. —Bien, ¿quieres compartir el cereal?

Su estomagó rugió. Bueno, sí, tenía hambre. Le había dado toda su cena a Carlitos para que dejara de hacer berrinches y se fuera a acostar. Pero divagó, estaba pensando en si debía o no comer ahora.

Despertó. Pestañeó varias veces y avanzó unos pasos.

—Quería dinero prestado.

—¿Dinero? —repitió, la miró con ojos despectivos y se sentó en el sofá con el tazón de cereal apoyado en la mesita que le quedaba al frente. Era mucho cereal, ¿podía comerse todo eso? Valeria agarró su estómago—. ¿Cuánto dinero quieres, Valeria?

A veces… a veces Ben le prestaba a Valeria, aunque no era a ella exactamente, era a su mamá. Valeria prefería mil veces pedirle dinero prestado a Ben que a Julia, su vecina de cuadra, ella era una arpía y lo vivía echando en cara. Al menos Ben se lo prestaría hasta que consigan el dinero para pagarle.

—Son mil pesos…

Tomó una cuchara llena de cereal y la masticó. —¿Segura que no quieres? —Se limpió la boca, Valeria se distrajo con sus labios. Luego se acercó y se sentó al lado de él—. Abre la boca.

—No soy una niña —le dijo, poniendo los labios en línea recta.

—¿No lo eres? —preguntó cínicamente.

Valeria negó y comió del cereal, tenía hambre.

Ben bajó la mano de Valeria, que sostenía la cuchara e hizo que la soltara, besó a Valeria inclinándose sobre ella. Valeria lo detuvo. Tenía que detenerse porque estaba empezando a sentir cosas. Y no las cosas que sentía antes, era algo más fuerte. Algo que ni ella misma podía evitar.

—¿Qué pasa si me llegas a gustar mucho? —le preguntó Valeria con una de sus manos en su cuello. Buscaba algo en los ojos de Ben pero no encontró nada.

Él la miro por unos segundos. No podía hablar en serio.

—Yo nunca te voy a gustar, Valeria. De eso tienes que estar segura, ¿bien?

—¿Por qué? —Se sintió confundida.

Se levantó del sofá y fue caminando al cuarto. Valeria se quedó allí. En realidad pensó que él le respondería con algo tierno. No fue así.

Desde la habitación le voceó:

—Eso solo pasaría si fueras estúpida, y Valeria, yo no creo que tú seas estúpida.

—¿Cómo sabrías si soy estúpida o no? Mira como siempre vengo a ti, ¿no soy ya lo bastante estúpida?

Volvió a la pequeña sala y se hincó en el sofá al lado de ella.

—No lo eres. Lo sé, Valeria.

—¿Y tú lo eres?

Se inclinó y agarró uno de los labios de Valeria con los suyos. Después se alejó y colocó algo en su mano.

—No lo soy.

—¿Es que no te gusto? —preguntó ella.

—¿Qué clase de pregunta es esta? —Se rio. Recogió las sobras de cereal que había dejado Valeria. Se lo había comido casi todo, sin ni siquiera darse cuenta.

—Yo te pregunté que qué pasaría si me llegas a gustar mucho, y tú dijiste que no era la suficientemente estúpida para eso…

—Ve al grano. —Se oyó molesto, Valeria se movió incómoda en el sofá.

Tenía el dinero en su mano. Podía irse. Pero no quería, La Som­bra no era su proveedor monetario, era su proveedor de compañía. A veces, si lo hallaba de buen humor, podía sacar las palabras justo como las pensaba. Sin tener que pasarlas por filtros ni nada.

—¿Podrías enamorarte de mí?, ¿eres lo suficientemente estúpido?

—Tú sabes que yo no soy estúpido.

Valeria entendió la respuesta. Se levantó del sofá.

—Me gustaría ser estúpida, por ti.

Ben estaba recostado de la meseta de la cocina, mirándola. Ella era inteligente, eso pensaba él, pero, ¿acaso sabía de qué se trataba todo esto, o solo se hacia la estúpida?

—Es lo que estás haciendo justo ahora, ¿fingiendo ser estúpida?

Valeria exhaló ruidosamente.

—Hablas en código morse y no te entiendo. Solo dime, ¿es que yo nunca podría gustarte? —Le gustaba lastimarse, sabía la respuesta y ya sus ilusiones pasadas habían sido brutalmente asesinadas por sus palabras. Sintió un nudo en la garganta.

—Tú y yo no congeniamos. Quiero decir que, así como tú no me gustas, tú no deberías gustar de mí. Ni un poco. No somos nada. Tú eres libre, yo también. Tú sabes eso. Lo sabemos los dos.

Valeria mordió su lengua. Asintió. Se le ve tan normal. No pasó nada. No dijo nada malo. No la lastimó.

«Nada.»

—Olvida lo que digo, Valeria… —Empezó a decir preocupado cuando vio que se marchaba de la casa. Si no la conociera bien, pensaría que iba a llorar, pero él sabe que ella es fuerte, que no va a llorar—. ¡Valeria, hazme caso cuando te hablo! —Ella se mordió el labio y se dio vuelta. Odiaba que subieran la voz—. Tal vez si te deseo —dijo soltando las palabras—, ¿te conformas con eso?

—Pero no me quieres. —Se alzó de hombros.

Sacudió su palma hacia abajo para que hablara más bajito. Si hablaba tan alto, podrían escucharla.

—Valeria —la llamó, para que le prestara atención—, ¿de verdad importa? Solo déjalo ir.

—Está bien, yo ya me voy.

—Lo nuestro es deseo. Y de ahí no pasará porque no somos estúpidos. ¿De acuerdo? —le voceó a su espalda.

Valeria siguió caminando y asintió. «Está bien», se dijo, después se lanzó a correr tan rápido como pudo. Cuando llegó a su casa tiró el dinero encima de la mesa, y se echó con sus hermanitos en la cama porque se negaba a dormir en el piso.

—¡Valeria! ¿Qué es esto? —La voz de su mamá venía de la cocina.

—¿El qué? —voceó devuelta. No le importó que sus hermanitos estuvieran allí durmiendo.

—¡Ven!

Valeria se levantó de nuevo, fue arrastrando los pasos hacia donde ella otra vez. Claribel estaba en el comedor con tres papeletas de mil pesos.




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