Nada

Capítulo 6. LA CITA

Es domingo y Valeria y sus hermanitos se dirigen a la escuela dominical. Aunque ella siente que es injusta la forma en que viven ahora, cree en Dios y, sorpresivamente, no lo odia.

Algunas veces le preguntaba por qué ocurre todo. ¿Por qué pasan cosas malas? Otras, dudaba que existiera de verdad, pero como no se convencía de su no existencia y no tenía ninguna otra prueba firme que lo confirmara sino más argumentos para confirmar su existencia, creía en él.

A Valeria le gusta orar a Dios e ir a la iglesia. Pero no le gusta la gente de la iglesia. El Monte de Nazaret es una iglesia pentecostal que se alza al final de la calle de delante de su barrio. Prácticamente no estaba situada en su sector, era más bien uno mucho mejor, y los miembros de la iglesia eran de mayor clase social; la gran minoría pobre, como Valeria, ni siquiera se notaba.

No es de extrañar que se sienta excluida por las chicas de la iglesia por igual. Tal vez su ropa no hacía diferencia con la de las chicas del barrio, pero sí con de las chicas del Monte Nazaret. También, cuando iba a escuchar las prédicas en la noche, se sentía atacada. Como si todo lo que decía el predicador la denigrara y la hiciera sentir pecadora.

No siempre es el mismo predicador, ahí radica el punto, son distintos cada domingo. Solo hay una sola cosa en común; todos coinciden en que ella es una pecadora y que vivirá por una eternidad en el lago de fuego y azufre.

No la señalan, y tampoco saben su nombre. Pero Valeria sabe que hablan con ella, sobre ella, sin piedad. Quizás Dios le esté mandando un mensaje.

Pero tampoco es su culpa. Es que no puede parar de hacerlo. Es lo que la mantiene viva de alguna forma, y quizás nadie lo entenderá. Ni siquiera su consejera de la clase dominical cuando le dice que el sexo antes de matrimonio es pecado.

Y Valeria no cree que él se quiera casar en realidad.

Los tres hermanos vienen agarrados de las manos y cantando uno de los coros de la iglesia. Al entrar a la cuadra del barrio se nota el cambio de ambiente. Algunas veces es tan radical, hasta con los ojos cerrados Valeria se daría cuenta de que llegó al barrio, los sonidos, los olores, todo.

Está mirando al suelo, y se detiene, alguien con unos jeans azules está frente ella. Alza la vista y lo ve, es Gregorio, él la está mirando con una sonrisa. Trata de sonreír, pero no lo hace.

—Esta noche —dijo—, deja que te compre un helado.

—¡Yo quiero helado, Valeria! —gritó Carlitos. Carol lo miró mal.

—Calla, Carlitos. —Carol se puso el dedo índice en los labios.

—Yo no puedo. —Valeria respondió apenada negando con la cabeza—. Lo siento.

—Si no quieres estar sola conmigo, no sé, tu hermanito puede ir. —Gregorio la estaba siguiendo.

—¡Yo quiero ir, yo quiero ir! —Carlitos se detuvo y empezó a saltar.

—¡Carlitos!

—Carol, no le grites así. —Valeria miró en señal de reprimenda a su hermano mientras lo haló del brazo. En ese instante recordó lo que le había pedido La Sombra. ¿Que salga con su mejor amigo?, ¿de verdad?—, ¿puede ir Carol también?

—Claro. —Suavizó la voz y sonrió. Después, acarició la mejilla de Valeria y le planto un beso allí—. Te veo después.

Se quedó parada allí por unos segundos. Rápidamente volvió a caminar, otra vez con la vista hacia la calle, los niños seguían cantando, pero Valeria ya no podía. Se estaba preguntando del cómo sabía La Sombra que su amigo la invitaría a salir, ¿hablaban de ella entre sí?, ¿no sería incómodo? ¿Por qué Ben simplemente no le decía a Gregorio que ya ella estaba con él?

—¿Qué te respondió?

—Aceptó —dijo con una sonrisa—, aunque tendré que ir con sus hermanitos. —Aun así, su voz no sonó decepcionada.

—Qué pena, no te podrás acostar con ella como planeaste. —Inevitablemente, en la voz de La Sombra había tirria.

—Valeria se está poniendo linda, ¿no ves? Solo quiero tomarla antes de que alguien más lo haga. —Si existió ese tono de voz, Gregorio ni lo notó. Seguía mirando al lado este de la calle.

—¿Y si ya está tomada?

—Yo no lo creo. —Frotó sus manos mientras veía cómo el viento movía el vestido de Valeria y dejaba ver un poco más de sus piernas.

—¡Mami, me tienes que poner lindo! —chillaba Carlitos mientras Claribel abotonaba su camisa.

Valeria se peinaba el cabello con un moño alto y la cola suelta. Tomó el pintalabios que le había regalado Nina y lo untó en sus labios.

—¿Y con quien es que van a la heladería? —Preguntó la mamá de Valeria otra vez para estar segura. Lo había preguntado varias veces ya.

Carol se veía adorable con su vestido de flores y dos colitas.

—El novio de Valeria nos invitó a comer helado —respondió la niña.

—¿Novio Valeria?, ¿no estás muy pequeña? —Le voceó para que escuchara desde el baño.

Valeria bufó, y salió del baño. —¿Novio?, ¿en serio le crees, mami? Es un amigo, tú lo conoces, es Gregorio.

Claribel asintió y le arregló las medias a su hijo.

—Al menos vas con dos guarditas que no dejaran que hagan nada inapropiado.

—¿Cómo besarse, mami? —preguntó Carol en la oreja de su mamá.

Claribel asintió, y les dio las reglas. Consistían en que no hicieran molestar a su hermana ni pasar una vergüenza, tampoco podían pedir nada que no le preguntara Gregorio si querían primero.

Cuando los niños salían por el callejón, Claribel haló del brazo a Valeria.

—Ya tienes que cuidarte, Val. Eres toda una mujer. Si te toca en lugares que te hagan sentir incomoda, golpéalo. No te dejes amedrentar. Eres hermosa, ¿está bien? Si no funciona con él, funcionara con otros. Es el primero de muchos.

Valeria la miró tan confundida como su rostro lo reflejaba.

—¿Por qué me dices todas esas cosas?

—Porque en algún momento te lo tengo que decir, y ahora que saldrás por primera vez con un chico…

—Sí, pero somos amigos, y mamá, voy con mis hermanos. —Le besó la mejilla y alcanzó a los niños afuera del callejón.




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