Nada es lo que parece: Charlotte

Capitulo 1. Realidad

Abrí los ojos y claramente no había sido un sueño «Otro día más» pensé.

Me senté en el frío, húmedo y áspero suelo de piedra e inmediatamente un sabor metálico me invadió: gotas de sangre seca ocupaban cada centímetro de mis labios, las cuales traté de eliminar con la lengua. Observe mi cabello castaño, seco y sin vida, ganas de llorar me asaltaron.

La vida da muchas vueltas, soy consciente de ello; al fin había cumplido mis sueños: una casa de ensueño, un matrimonio boyante, un esposo que me amaba y un precioso hijo. Claro, no soy tonta, sabía que me faltaba mucho para dejar este mundo y todo podía pasar, tan solo habían pasado veinticinco primaveras, pero siempre creí que lograría tener un final feliz de cuentos de hadas.

«Que ingenua era» reí pesadamente.

Cada pequeño movimiento me provoca un dolor punzante, el cual llega a dominar cada parte de mí. Un molesto chillido se alcanzó a escuchar y a lo lejos vi un ratón; lo ignoré e inmediatamente intenté buscar un poco de comida. Con las pocas fuerzas que me restan me arrastre por el suelo, gimiendo de dolor con cada movimiento; si pudiera describirlo sería… Insoportable y tanto era así que cedi a mitad de camino, levanté la mirada y visualicé un trocito de pan lleno de moho y un vaso de agua. Los cuales recibía cada tres días y, siendo sincera, al principio se asemejaban a comer tierra y beber aguas negras; pero con el paso del tiempo ahora me saben a lasaña y vino tinto, mis favoritos.

—¿Hay alguien ahí? — alcé la voz.

 Empecé a rezar, pidiendo que alguien me escuchara; lo sé, suena patético. ¿Quién pensaría que algún día yo, Charlotte Alexei Leveque, hija única de la segunda casa ducal más poderosa y esposa de Dorian Oriel de Leneau, el duque más poderoso del imperio y segundo a la línea de sucesión al trono, haría semejante cosa?

Reí de tan solo imaginarme el rostro de mis padres, ante semejante humillación. Y como si mis plegarias hubieran sido escuchadas, unos pasos acercándose resonaron; levanté un poco la mirada, buscando al dueño, y cuando lo tuve a unos metros, lo pude ver bien: se trataba de un guardia. Su elegante traje negro y blanco y la gran espada colgando de la cintura lo delataron.

Abrió un poco la gran cerca metálica, ya oxidada por el paso del tiempo, y se aproximó a mí.

—Disculpa, ¿crees que sea posible acercarme un poco el pan? — Susurre.

—Claro, señora— respondió con voz dulce.                                                                                                                          

Me ofreció una cálida sonrisa, la cual me sorprendió; nadie se había mostrado amable desde que me habían traído aquí y me di cuenta de que había notado mi sorpresa; soltó una risita casi inaudible.

«¡Qué ridícula soy! ¿Cómo es posible que me sorprenda tan solo por una sonrisa?» pensé.                   

Se inclinó, agarró el pan y el vaso de agua. Cuando se acercó, con la casi nula luz que nos rodeaba, miré sus ojos: habían cambiado, parecían negros. Estaba cegado por el odio y diversión; el terror recorrió mi espalda, logrando erizar cada centímetro. Con las pocas fuerzas que me quedaban, traté de alejarme; pero él fue más rápido. Me agarro la barbilla y me abrió la boca para inmediatamente introducir el pan.

Lágrimas gruesas invadieron mi rostro, intente separarme y, por su parte, nada más escuche algún que otro agravio en mi contra. Si el objetivo era humillarme y hacerme sentir como basura, había logrado su cometido.

Un poco de sol se alcanzó a asomar por la pequeña ventana y, al dar con mi cuerpo, pude ver un poco mis brazos y piernas, las cuales ya no reconocí: golpes, moretones y raspones se posaban a lo largo de estas. Abrí mis ojos en su totalidad de la conmoción, detuve todo intento de forcejeo y mis lágrimas se detuvieron.                                                                                       

Después de unos minutos empezó a respirar pesadamente y se alejó, sacudió su traje con sumo cuidado y me volteo a ver; pude sentir su sonrisa de satisfacción.

 —Pecadora, Mírame a los ojos— su voz sonaba gruesa, fría y dura —. No sé si ya sepas, pero en cinco días se llevará a cabo tu ejecución— Salió.

Suspiré pesadamente y, ganas de vomitar, me invadieron; empecé a temblar y la verdad no sabría distinguir si era por el saber que voy a morir o el temor de sufrir al hacerlo, pero sin duda alguna podía sentir un poco de alivio.

—No sé si me siento aliviada o triste, pero al fin todo terminara y podre— guardé silencio unos segundos—. «Descansar» finalicé. Me acosté en el frío suelo y, fijé mi mirada en la ventana.

—Supongo que el Dios Sol ya lo sabe y por eso me está recibiendo en sus brazos—murmure.                                                                                      

Me acerqué lentamente al pequeño rayo y sentí un calor acogedor, lágrimas corrieron por mi rostro.                                                                 

«Dios Sol, ¿Qué he hecho mal?, les di lo mejor de mí y al final fui abandonada, me quitaron todo, lo que más amaba, a mi pequeño» pensé.

Levante la mirada y al ver al cielo, recordé a Emeric: mi gran y único amor, mi hijo.




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