Nada es lo que parece: Charlotte

Capitulo 2. Emeric

—¡Madre! — se alcanzó a escuchar.                                                                                                                    

Una sonrisa inmediata se formó en mi rostro y busqué con la mirada de donde provenía la voz; a lo lejos vi a mi pequeño Emeric correr por el pasillo con algo entre sus manos. De sus pequeños rizos azabaches desprendían hojas, las cuales dejaron un pequeño trayecto al pasar.                                                                                                                                              

Sus ojos verdosos al reflejar la luz del sol brillaron como esmeraldas y una gran sonrisa se formó en él, dejándome ver sus pequeños dientes de leche.

 —Dime cariño— me acerqué a él y me puse a su altura.

—Mira lo que he encontrado en el jardín de atrás— río emocionado.                                                                                             

Alzo sus pequeñas y suaves manos aperladas, un poco sucias después de jugar en la tierra, al igual que su trajecito azul; trate de sacudirlo un poco, pero no logre quitar nada de él.

—Muéstrame— mi mirada se enfocó en sus manos.

Al abrir sus manos, un pequeño conejo negro con grandes ojos azulados me miro un poco asustado.

—¿No es hermoso? Preguntó.                                                                                                                                                      

Sus mejillas se habían tornado rosadas y me estaba dando una de las más grandes sonrisas que le había visto.

—Sí que lo es, pero Emeric te he dicho que no te acerques a las afueras de la mansión, hay animales salvajes, te pueden hacer daño— le devolví la sonrisa, era tan adorable verlo siendo él.

—Lo sé madre, pero cuando lo vi, recordé a padre— río tímidamente, baje la mirada una vez más y observe al conejo; reí al notar el parecido. —Ya quiero que llegue padre ¿Crees que le guste? — acaricio al mamífero con sumo cuidado, mi mirada se endureció un poco.

—Cariño, no creo que alcances a tu padre, el día de hoy llegara un poco tarde— lo miré a los ojos y sentí que se me salió el corazón cuando vi que el brillo de sus ojos se desvaneció.

—Oh— pensó un poco que decir.

—No hay problema, mañana se lo enseño— sonrió levemente, se dio la vuelta y se fue a su habitación.

«Las cuatro de la mañana y aún no vuelve» pensé.

Agarré la pluma del escritorio y me puse a llenar unos documentos.

—¿Señora se le ofrece un café? Hace un poco de frío — alguien me llamo logrando distraerme, alce la mirada y vi a Emma con una cálida sonrisa.

Emma era mi mucama personal, en pocas palabras mi mano derecha, la conocí a la edad de cinco años y siempre ha estado a mi lado, su cabello rubio obscuro caía por su hombro en una larga trenza y, tenía unos hermosos ojos avellana, tenía que admitirlo era bonita.

—No, gracias— le devolví la sonrisa—. Yo creo que lo mejor sería irme a dormir—.

Ella asintió, deje los papeles a un lado, me estire en mi asiento y me pare, pero antes de salir de la oficina el sonido de un carruaje llegando a la mansión invadió mis oídos. Me asomé por la ventana y lo vi: tenía la insignia de la familia "Leneau" y dos águilas doradas en una de las puertas.

—Hasta que se digna a llegar— susurré.

Me pare frente a la habitación de Dorian y sin pensarlo abrí la puerta evitando prender alguna fuente de luz, me adentré en ella e inmediatamente un olor a cigarrillo, con mezcla de su colonia amaderada invadieron mis fosas nasales; aceleré el paso y me senté en su cama.

A los cinco minutos alguien abrió la puerta y con la luz proveniente de afuera hicimos contacto visual, era Dorian, sus ojos azules como el hielo; me escanearon, al igual que yo a él.

Estaba sin saco y tres botones de su camisa estaban desabotonados mostrando un poco de su pecho, su cabello estaba despeinado: en resumidas cuentas, estaba hecho un desastre.

Paso de largo, ignorando mi presencia y se fue a sentar al sillón que daba a la chimenea, pensé que la prendería, pero, no; al final, solo la luz de la luna fue nuestra acompañante.

—¿Qué haces aquí? — enuncio frío.

Su tono me tomo por sorpresa, volvió su mirada a mí, la luz de la luna hacía que sus ojos se obscurecieran más de lo normal, ignore su obvio desprecio, me pare y me senté a un lado.

—Te estaba esperando Cariño— alcé la mirada y al hacer contacto visual sentí mi alma invadida, me acerqué un poco más a él.

—Charlotte, estoy un poco cansado, hablamos mañana— aparto la mirada y note que se tensó, se paró del sillón y se empezó a desvestir, importándole nada mi presencia.

—Mañana no podemos, es el cumpleaños número seis de Emeric, voy a estar ocupada todo el día— Lo seguí con la mirada —Y te comento que este año recibiré solo a los niños, estoy cansada de reunirme con las esposas, son muy envidiosas, no necesito más dolores de cabeza—

Reí un poco al mismo tiempo que jugaba un poco con mis dedos; nerviosa esperando una respuesta, la cual no recibí, me pare y lo abrace por la espalda, al sentir mi tacto Dorian dio un pequeño respingo, reí.

—Charlotte, estoy cansado, hoy no— gruño, se giró y me abrazo, pero por, alguna razón, su tacto me incomodo, lo sentí sin emociones y frío.

Preferí ignorar el sentimiento... Mi error.

Le devolví el abrazo y recosté mi cabeza en su pecho —Solo quería saber dónde estabas, te fuiste al madrugar y llegaste muy tarde, Emeric te quería enseñar algo y yo ya te echaba de menos, siento que han pasado días desde la última vez que nos vimos— suspiré pesadamente al no ver repuesta por parte de él.




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