–Ámbar dime la verdad, ¿Me amas? – pregunta Osvaldo angustiado.
Si te amo, me gustaría responderle que lo amo más que a nada en este mundo, pero no puedo. Sé que lo lastimaré, pero no puedo permitir que le hagan daño que destruyan el sueño que el tiene y todo por mi culpa.
–Discúlpame, será mejor que me vaya– me levanto dispuesta a irme de ahí.
–No, espera– me sujeta del brazo. –Respóndeme, por favor– me mira suplicante.
Me duele verlo así, bajo mi miraba. Siento como se va formando un nudo en la garganta, pero tengo que ser fuerte no puedo permitir que arruinen su vida como lo hicieron conmigo.
–Lo siento, pero debo irme– trato de decir lo más firme posible, pero no lo logro.
–No te soltare hasta que me respondas– aprieta el agarre. Veo como empiezan a salir lágrimas de sus ojos. –Solo necesito que me digas que amas como yo te amo– siento como mi corazón se comprime al ver la tristeza en sus ojos y de cómo tiembla su mandíbula.
No me doy cuenta en que momento empecé a llorar. No puedo arriesgarme, sé que es doloroso, pero me dolería aún más ver su vida destrozada. Sé que él me superará, que conocerá a alguien que lo haga realmente feliz y no lo lastime como lo hago yo.
–Déjame ir, lo siento– insisto.
–Solo dime que me amas– susurra.
–No puedo– contesto. –Realmente lo siento, pero no podemos estar juntos–
–¡Basta, deja de decir que lo sientes! – grita exaltado. -Vete y se feliz con ese idiota–murmura soltando su agarre.
Veo como se aleja dejándome paralizada, sé que le lastime, pero era lo mejor. No puedo permitir que su vida sea arruinada por mi culpa, nunca me lo perdonaría.