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PRÓLOGO
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El dos de abril de mil trescientos siete, el cielo se iluminó con la vista de una majestuosa estrella dorada, fina y alargada, como la punta de una flecha cortada. Era inusual, pero muy hermosa. Como era de imaginarse, no fue difícil de notar, y para aquellos que todavía no comprendían el misterio inalcanzable del universo, o que no tenían ni un solo conocimiento científico, fue fácil creer la idea de que el mundo se estaba acabando.
Muchos se arrodillaron a pedir o perdón, otros tantos buscaron la manera de acabar con el miedo llegando a tomar decisiones extremas, y los que siempre supieron sacar ventaja del temor colectivo o de las mentes débiles, crearon sus sectas y llamaron a sus seguidores para comenzar una nueva orden.
Tres días después, el mundo vio desaparecer aquella inusual luz dorada, con figura alargada; del cielo.
No hubo impacto, no hubo más que un amargo recuerdo del miedo.
La luz no volvió a verse nunca durante una generación entera. Nadie supo lo que había pasado y las personas poco a poco lo fueron olvidando. En la historia no fue registrado ningún hecho importante y claro, el miedo y el asombro, que era lo que movía, en ese momento, a las sociedades, cesó por un tiempo.
El dieciséis de abril de mil trecientos cincuenta y siete, el cometa Helttiux volvió.
Las personas de ciencia o incluso, algunos amantes del misticismo, que eran un poco escasos en esos tiempos, previnieron que aquel fenómeno traería bastantes cambios al mundo. El clima cambiaría relativamente, el tiempo se detendría por unos segundos después de su impacto y luego retomaría su curso normal.
Esa vez nadie lo vio llegar. Nadie lo notó y para nadie… fue un suceso importante.
Cerca de las once de la noche con siete minutos, en un pequeño pueblo llamado Afterwood, en el condado de Westtime, un nuevo latido nació y al instante… se apagó.
Una mujer de clase privilegiada que se había enamorado de un esclavo, había dado a luz al producto de aquel amor imposible, cerca de una caseta de madera, hecha para hacer oraciones con pequeñas varas de incienso. Estaba apartada de las demás casas, y era cubierta por un escabroso y enorme terreno vacío, que servía para diferentes finalidades. Desde un cementerio clandestino a un campo para pasear ganado, y por último, un campo para arar.
Nadie con sana perspectiva entendía el porqué de aquella inusual ubicación para algo tan sagrado. Sin embargo, para aquella hermosa mujer de ojos negros y piel blanca, fue un poco conveniente.
Su corazón palpitaba a la velocidad de la luz. Sus brazos temblaban con el cuerpo inerte del bebé que sostenía en brazos y sus ojos desechaban lágrimas sin ninguna contención. Su hijo recién nacido había muerto.
Sintió que su alma se partía al recordar la promesa que le había hecho a su gran amor, de protegerlo con su vida, antes de que él muriera a manos de los oprimidores, y lamentó el tener que dejarlo abandonado en aquel lugar olvidado, cuando a lo lejos escuchó el galope de los caballos y los ladridos de los perros de caza, que eran acompañados por los gritos de los soldados que iban por ella, acusándola de traición.
—"Lo siento" —fue lo único que pudo decir, cubriendo el cuerpo inerte del pequeño, con un fragmento roto de su vestido azul de tela fina.
Luego, salió corriendo… más, aunque no pudo llegar lejos, fue capaz de alejar a los cazadores de donde yacía el cadáver de su pequeño recién nacido.
Solo lamentaba ni siquiera haber sabido el color de sus ojos.
Cuatro minutos después, a las once de la noche, con once minutos, el impacto llegó y alcanzó la tierra, viajando en cuestión de segundos a lugares impensables. En ese mismo instante, el mundo se detuvo y, aquel corazón recién nacido, que había pasado cuatro minutos quieto, comenzó a latir…
Para cuando el curso natural de las cosas se reinició, algo en él había cambiado. Algo que nadie podría nunca explicar., algo de lo que nadie se dio cuenta y algo que seguiría siendo un misterio… Hasta el día de ahora.
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Editado: 01.12.2024