Nathan Graham (#5 saga “Ángeles”)

Capítulo 3. ¿Quién eres?

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CAPÍTULO 3

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NATE

(Actualidad)

Una vez más escucho su voz… Llamándome.

—¿Quién eres? —intento preguntar, pero sé que mi voz apenas y se escucha, con el terrible retumbo que se escucha de pronto, mezclado con los latidos fuertes de mi corazón. El tambor suena de nuevo y una vez más la vuelvo a escuchar llamarme entre llantos. La desesperación es clara en su voz; yo sigo sin verla.

A la chica que me llama.

—¡Nate…! ¡Nate…! —la voz se va alejando y no consigo ver nada, más que escuchar varias voces acusadoras en mi mente. Cómo si de una horda se tratara—. ¡Nathan! —grita.

Y despierto.

Mis mejillas de nuevo están húmedas. Estoy sudando y el que me haya quedado sin camisa no evito que mis sábanas se empaparan todavía más de lo que lo hacen cuando me dejo puesta la camiseta.

—¡A desayunar! —La voz de mi madre en la sala me saca de mi ya acostumbrado letargo.

Pestañeo varías veces volviendo en mí y me descubro entre la ropa de cama. Desordeno mi cabello y automáticamente mis ojos se clavan en el conjunto de ropa que yace colgado de manera impoluta en un gancho de madera, cerca de la ventana de mi habitación.

“Genial”

Digo para mí mismo. Es el uniforme del instituto nuevo al que entraré hoy. Todavía no me acostumbro al cambio.

Toda una vida viviendo en Estados Unidos y ahora, vivo en un viejo pueblo pesquero, olvidado por el hombre y abandonado por toda la civilización. Así de apartado está, que no entiendo cómo es que llegamos a este sitio.

Mi madre llama de nuevo.

—Nate, se enfriará tu comida.

Ruedo los ojos y me dirijo al cuarto de baño.

Todavía estoy abrumado. Los sueños últimamente son más frecuentes y mis noches se han vuelto más cortas de lo normal.

Intento ignorar el dolor de estómago que todo esto me provoca y me apresuro a bajar.

Nadie detiene a Lena Graham una vez que repite las cosas tres veces.

Me doy una ducha rápida, seco mi cabello y me coloco desodorante. Ya en la habitación me pongo el horroroso uniforme que consta de un pantalón gris y una camisa blanca con franjas verdes y corbata del mismo color.

Me veo en el espejo y me siento del asco.

¿Qué más da? Todavía me falta un mes para poder ser legal.

Mis decisiones como mayor de edad, según mis papás, “todavía deben pasar por revisión antes de ser ejecutadas”.

—Ya pasaron tres minutos y Nate no baja, mami. Lo irás a traer de las orejas —me “ayuda” mi hermanita April, mientras limpia con la lengua una cuchara llena de chocolate.

Mamá tiene un talento único como repostera.

Al verme, sonríe y me señala mi comida. Un par de huevos revueltos y pan tostado. A la par, un trozo de tarta de higo.

—¿Dormiste bien?

—Tú sabes que no.

—Trata de bajarle al tono, jovencito —me regaña papá, al verme rodar los ojos y ser sarcástico ante la pregunta de mi madre.

—Les dije que desde que nos mudamos a este espantoso lugar mis sueños se han disparado.

Ambos se miran sin un toque de discreción.

—¿De nuevo esa chica?

—Nunca logro verla.

—¿Recuerdas su nombre?

April se levanta a ver por la ventana de la sala. Mamá y papá esperan mi respuesta con bastante atención.

—¡Llegó el autobús! —April corre a por su lonchera.

—A veces creo escucharlo. Solo que al despertar no lo recuerdo —me encojo de hombros y tomo mi mochila y mi refrigerio.

Salgo por la puerta sin ánimo de llegar al instituto.

Por alguna razón me siento extraño.

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CLAIRE

(Afterwood, Westtime, 1378)

El cielo nocturno es más oscuro en verano, las estrellas casi siempre están cubiertas por un manto de nubes y las brisas que disparan los firmes árboles son lentas y escasas. La luna se muestra un poco tímida en estas fechas y suele ocultarse bastante bien en la nubosidad. Eso sí, cuando sale y hace su aparición, no deja de verse hermosa. La noche, por lo general, me daba paz. Sin embargo, había noches que está no era comprensiva de darme su brillo. Aunque fuera por un momento…

Me acomodé en el trozo de tela y madera y respire profundo para poder procesar con asertividad lo siguiente que procedía.

¿Cómo había comenzado? No tenía idea y… ¿Qué se supone que debía hacer con lo poco que sabía? Tampoco podría dar una respuesta.

Era su nombre. Lo supe apenas lo ví, como si sobre su frente se dibujaran las letras y como si en sus ojos pudiera ver un poco de quién era. El tipo que había aparecido continuamente en mis sueños de unos días para ahora y que en cada sueño me veía a mí a su lado… sonriendo. Quizá algo me advirtió sobre él o sobre una alianza con él. Mas no me daba mucha confianza todavía.

Supe que también él estaba sorprendido de que lo viera, cuando se acercó a mí, a una distancia que cualquiera que nos viera diría que era inapropiada.

—No tienes nada de raro o en absoluto llamativo…

—Ah…¿Gracias?— gesticulé entre muecas, tratando de ponerme de pie y no podía, pues a apenas cinco centímetros estaba su rostro y sus labios cerca de los míos —. Te podrías aparta…

—Eres ordinaria, a mi parecer. Una humana cualquiera.

—¿Te pregunté o te dije que me analizaras? —Me inspeccionaba sin ningún remordimiento o consideración. Parecía estar tan absorto estudiando cada parte de mí rostro, que no me estaba prestando atención —. ¿Qué te hace tan especial para poder verme? —agrego.

Aclaré mi garganta y pasé saliva, haciendo mi rostro de lado para escapar de su escrutinio.

—¿Cómo llegué aquí?

Al final de un par de minutos más se alejó y desde lejos me veía con desconfianza.




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